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Le decían ‘el apóstol de la muerte’ o ‘el ángel vengador’. Pedro Pablo Nakada Ludeña, de 45 años, fue protagonista recurrente de los titulares de prensa en Perú desde el 28 diciembre de 2006, cuando su captura frustró el plan de lanzar una granada al interior de una discoteca durante las celebraciones de fin de año.
Las autoridades peruanas le seguían la pista por asesinato de ocho personas, pero su confesión fue mucho más escalofriante: “Maté a Personas 25 para limpiar el mundo de la escoria”, explicó Pedro Pablo Nakada quien se creía un enviado divino con la misión de “purificar la tierra de prostitutas, drogadictos, homosexuales y asaltantes”, según lo dio a conocer en sus declaraciones a la policía.
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En Huaral, a unos 80 kilómetro de Lima, todavía se recuerda el asesinato de los profesores Nazario Tamariz Pérez y Didier Zapata Dualano, que recibieron dos tiros de gracia cuando, según Nankada, caminaban juntos y tomados de la mano. A ellos se suman una larga lista de trabajadoras sexuales, drogadictos, alcohólicos y homosexuales que fueron encontrados con lo que más tarde se identificaría como la “firma” de Nakada: dos disparos de en el cráneo.
Una vez capturado, los detalles de la vida de Pedro Pablo no paraban de salir a la superficie: se supo que trabajó durante dos meses como mecánico en la Fuerza Aérea Peruana. De allí vino la primera campanada de alerta: Nakada fue expulsado tras ser diagnosticado con esquizofrenia paranoide y tendencias psicópatas, la misma condición que lo recluyó indefinidamente en el pabellón psiquiátrico de la cárcel de Lurigancho, en Lima.
En 2015, las noticias que llegaron de Japón hicieron que el testimonio las declaraciones de Nakada volvieran a tener relevancia: “A los 5 años mis hermanas mayores me vestían de mujer y me obligaban a salir así a la calle”, le contó Nakada a las autoridades cuando fue capturado. También habló del abuso escolar del que fue víctima en su niñez y mencionó las violaciones que sufrió a manos de sus hermanos.
Al otro lado del Pacífico, el hermano menor de Pedro Pablo, Jonathan Nakada Ludeña, había protagonizado un baño de sangre en la prefectura de Saitama, a unos 60 kilómetros de la capital de Japón.
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Según las declaraciones de Pedro Pablo, su apellido original era mesías hasta que le pagó 800 soles a un ciudadano nipón para que lo adoptara. La idea trasladarse a Japón y convertirse en ciudadano de ese país, pero quien terminaría cumpliendo el sueño de llegar al país del sol naciente fue su hermano menor.
El 16 de septiembre de 2017, la policía japonesa capturó a Jonathan Nakada por el asesinato de seis personas, entre las que se encontraban dos menores de edad. El arma con la que realizó cada uno de sus crimenes fue la misma: un cuchillo de cocina con el que, además, se cortó las venas antes de saltar desde un segundo piso al sentirse acorralado por las autoridades.
Ante los estrados judiciales, su defensa utilizó el mismo argumento de su hermano, pero los psiquiatras japoneses determinaron que Jonathan Nakada no sufría ninguna enfermedad mental, por lo que la fiscalía pidió que se le aplicara la pena de muerte.