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El 3,5 % de la población del planeta, unos 272 millones de personas son migrantes internacionales, según un informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de 2020. A escala mundial, el número estimado de migrantes ha venido aumentando en las últimas cinco décadas. Este número es 119 millones mayor que el de 1990 y más del triple que el de 1970.
La perspectiva de que vivimos en un mundo conectado, con diversas asimetrías, trae a colación el debate sobre las migraciones internacionales y las formas de migración forzada y las vulnerabilidades resultantes como el tráfico y la trata de personas. En este sentido, la migración es un complejo desafío global.
Diferencias conceptuales
En un mundo de constantes movimientos humanos, la trata de personas y el tráfico de migrantes se han convertido en un problema por combatir. Hay diferencias conceptuales entre la migración, el tráfico de personas y la trata de seres humanos, y entenderlas es esencial para crear mecanismos específicos para combatirlos, prevenirlos y asistir a sus víctimas.
La migración es un fenómeno social que se produce con el desplazamiento de personas, de forma voluntaria y sin la intermediación de terceros, de un lugar a otro, ya sea dentro de los países o entre Estados con la intención de permanecer en ellos. La migración debe ser un fenómeno que tiene que ser respetado y garantizado, incluso con políticas internas de acogida y atención a los migrantes.
El tráfico de personas, por su parte, ocurre cuando una persona es transportada de forma consentida por terceros a otro país, por medios ilícitos y con la intención de obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico. La utilización del “servicio” de un tercero se debe a que las personas no pueden entrar en el país de destino por los medios normales, porque no es nacional o residente permanente y no cumple los requisitos necesarios para obtener el visado requerido. En el tráfico, existe el consentimiento dado por la víctima, que acuerda con el tercero su transporte al destino deseado.
Esta modalidad no contiene el elemento de coacción o engaño. Por lo tanto, se considera una forma de violación de las leyes de inmigración y presupone la participación voluntaria de los migrantes en redes de tráfico ilícito con la intención de entrar irregularmente en otro país.
Debido a su carácter irregular, no existen estadísticas mundiales fiables sobre el número de migrantes que son objeto de tráfico ilícito cada año, según la OIM. Por otro lado, los datos de la Policía Federal de Brasil indican que solo en 2021, el tráfico de personas puede haber movido 8.000 millones de reales y la estimación media es que para llegar a Estados Unidos, cada migrante paga unos 112.000 reales a los coyotes o traficantes de personas.
La trata de personas, por su parte, supone el desplazamiento mediante engaño, coacción o aprovechamiento de su condición de vulnerabilidad social, con la intención de explotarlas en el destino final, obteniendo un beneficio económico. Esta explotación puede adoptar muchas formas, como la sexual, el trabajo forzado, el matrimonio forzado, la donación de órganos o la mendicidad. La trata transforma a la persona en un objeto de comercialización.
Separar el tráfico de personas de la migración
El fenómeno de la trata de personas afecta principalmente a mujeres y niñas, que constituyen el 65 % de las víctimas, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Este fenómeno se refiere fundamentalmente a una forma de explotación como consecuencia del sistema económico imperante en el mundo.
Esta percepción es fundamental, ya que a menudo se piensa en la trata de personas como resultado de su desplazamiento, ya sea interno o internacional. Lo que lleva a la trata de personas es su explotación, independientemente del propósito de explotación.
Cuando la comprensión del fenómeno de la trata se centra en la migración, existe un margen para aplicar medidas de control de la migración como justificación para combatir la trata de personas. La migración, en sí misma, no debe ser impedida, limitada o restringida. La migración es un derecho humano que debe ser cumplido por los países. Pero cuando se comprende que la trata de personas es un fenómeno de explotación, se crea la oportunidad de pensar en la víctima como el punto central de protección.
La claridad de este marco normativo facilita la observación, el análisis, el diseño y la ejecución de posibles políticas públicas que aborden el fenómeno desde un enfoque integral, en el que la transversalidad efectiva solo se garantiza con el enfoque de derechos.
La migración como derecho
Las condiciones de vida en gran parte de los países de América Latina impiden la retención de la población que busca mejores condiciones de vida fuera de fronteras. Además, en el contexto de la pandemia, la pobreza, las desigualdades y la falta de empleo se han agudizado, mientras que 73 multimillonarios de la región han aumentado sus fortunas en 48.200 millones de dólares en el 2020, según un reciente informe de Oxfam.
La situación de desventaja de muchos migrantes hace que a menudo estos acepten puestos de trabajo en peores condiciones a las que habrían aceptado en sus países de origen. A pesar de estar en peores condiciones (muchas veces incluso en situaciones análogas a la esclavitud) o realizando labores menos complejas, la remuneración por este trabajo suele ser mejor que en sus países de origen, ya sea por el propio valor o por el mejor tipo de cambio. De esta manera, los inmigrantes pueden enviar dinero a sus familias, que a menudo sobreviven gracias a la ayuda.
Por otro lado, existen otras motivaciones simbólicas, que no pasan únicamente por las condiciones económicas. El sueño de trabajar en Europa o Estados Unidos es muy fuerte y ha sido idealizado. Migrar representa la búsqueda de condiciones para ser alguien diferente, con nuevos roles sociales.
Por lo tanto, es importante comprender el proceso migratorio para entender la transformación de la esfera económica, social, cultural y simbólica de los procesos migratorios.
Verônica Maria Teresi es abogada. Doctora en Ciencias Humanas y Sociales por la Universidad Federal de ABC. Profesora universitaria y consultora. Especializada en migraciones forzadas, tráfico de personas, trabajo forzado, cooperación y derechos humanos.
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