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Poco o nada les importó a los esrilanqueses que el presidente Gotabaya Rajapaksa y el primer ministro, Ranil Wickremesinghe, huyeran de la turba que se apoderó del palacio presidencial en Colombo desde el fin de semana. “No abandonaremos [el palacio] hasta que Rajapaksa se vaya de verdad”, dijo el líder estudiantil Lahiru Weerasekara a la prensa. Pero tampoco les importó porque, desde hace meses, los ciudadanos se sienten más solos que nunca; viven soportando la escasez de alimentos y gasolina, cortes de energía, pocas divisas para importar bienes y una inflación desatada que supera el 50 %.
Periodistas de EFE relataron cómo miles de manifestantes asaltaron las instalaciones gubernamentales, se dieron un baño en la piscina, ocuparon dormitorios, jardines y el gimnasio privado del presidente. “Esas imágenes quedarán como el colofón de unas protestas mayoritariamente pacíficas que pusieron fin al legado de Rajapaksa, el ‘héroe de guerra’ que se había convertido en presidente para rescatar a la nación”, se lee en una publicación de la agencia de noticias.
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Y es que la historia de esa crisis tiene, en gran medida, sus raíces en la familia Rajapaksa. “Ellos concentraron el poder hasta el punto de que el país pasó a parecerse a una empresa familiar autocrática, que no rinde cuentas a nadie y llevó a la nación a la bancarrota”, escribió Hannah Ellis-Petersen, corresponsal de The Guardian. Un poder absoluto que se acaba este miércoles, cuando el mandatario, al parecer, anunciará su renuncia para calmar los ánimos, luego de su huida del país este martes en un avión militar. Pero puede que su salida no sea suficiente.
“Está claro que quien tome las riendas del gobierno estará caminando hacia una crisis”, dijeron algunos analistas al New York Times, “heredando una economía colapsada sin soluciones fáciles y un público agotado y furioso”, agregaron. El país se enfrenta a un escenario de incertidumbre; el parlamento se reunirá esta semana para que los legisladores presenten nominaciones para reemplazar a Gotabaya Rajapaksa, un mandatario que, junto a su familia, viene cultivando los males desde hace dos décadas.
Los Rajapaksa
Uno de los primeros en oler el poder fue Don Alwin Rajapaksa, quien fue legislador en las décadas de 1950 y 1960. Pero fue su hijo Mahinda el que consolidó el ascenso de la familia en Sri Lanka, llegando a ser primer ministro y luego alcanzando la Presidencia con dos mandatos, de 2005 a 2015. “Era el líder budista cingalés más popular en la Sri Lanka posterior a la independencia. Algunos incluso lo aclamaron como el emperador Mahinda”, dijo el analista político Kusal Perera a la BCC.
Mahinda fue considerado un héroe por haber puesto fin a casi tres décadas de guerra civil, cuando los Tigres Tamiles, una de las organizaciones rebeldes más sofisticadas del mundo, fueron derrocados en 2009. Pero, a la vez, las cosas se complicaron en Sri Lanka con su llegada al cargo, pues se desató otra ola desenfrenada de préstamos, combinada con acusaciones de corrupción en su entorno; todo esto en un país con una deuda ya profunda.
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“A partir de 1977, los gobiernos construyeron el país sobre una precaria base de deuda”, sostuvo Ellis-Petersen, quien explicó que las importaciones superaron abrumadoramente a las exportaciones. “Y ese estado de bienestar progresivo, pero costoso, amplió aún más el déficit, que se cubrió con más préstamos a intereses altos”, comentó la corresponsal.
Mahinda, como patriarca familiar, llamó a otros hermanos y familiares al gobierno. Fue en su administración cuando Gotabaya, su hermano, comenzó como secretario de Defensa. Y aunque no pudo postularse para un tercer mandato, sus allegados no tenían intención de renunciar a los altos cargos; regresaron en 2019 con la contundente victoria de Gotabaya a la Presidencia. Los Rajapaksa estaban listos para atornillarse al poder.
“La verdad es que si sale Gotabaya [elegido] seré yo quien dirija el país, ya que él es nuevo en la política”, dijo su hermano Basil hace unos años a medios locales, según comentó Ellis-Petersen. Él fue nombrado ministro de Finanzas en julio de 2021, pero algunos dicen que era el poder detrás del poder. “Basil no estaba dispuesto a aceptar que esta crisis financiera conducirá a una económica y, a menos que vayamos a resolverla, conducirá a una crisis política”, sostuvo el ministro de Energía del país, Udaya Gammanpila, según el New York Times. “Él controlaba todo y no sabía nada”, agregó.
A los cargos a dedo (sin mencionar el regreso de Mahinda como primer ministro), le siguieron pésimas decisiones que hundieron cada vez más a Sri Lanka; la prohibición nacional sobre la importación y el uso de fertilizantes, por ejemplo, no resultó en la promesa del gobierno de impulsar una transición a la agricultura orgánica. “La decisión les costó a los agricultores al menos dos cosechas y los dejó con pocos medios de supervivencia. Sumergió al país en una crisis alimentaria de la que tardará años en recuperarse”, escribió Ruth Pollard en el Washington Post.
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Casi cinco millones de personas (el 22 % de la población del país) padecen inseguridad alimentaria y necesitan asistencia en el país, según datos del Programa Mundial de Alimentos. La escasez de combustible y aceite para cocinar significa que, en medio de las tensiones políticas, las familias más pobres están luchando por alimentarse en Sri Lanka. Una crisis a la que habría que sumarle la pandemia de covid-19 y el colapso del sector turístico.
“La gente ha sufrido demasiado”, dijo Deepa Ranawara al New York Times. Ella y su familia estaban dentro del palacio presidencial en medio de la turba; ahora, en medio de la crisis, ella y su esposo están luchando para pagar un préstamo y reabastecer los estantes de su tienda de víveres. “Nunca en mis sueños más locos pensé que esto podría suceder en Sri Lanka”.
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