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La guerra de la ropa en Francia: así anden en burkini o con pantalón corto, las mujeres son agredidas

Dos mujeres fueron atacadas en Toulon por lucir pantalones cortos. El martes, otra más fue golpeada por hacer “topless” en la playa. La ropa, esa ideología.

Redacción Internacional
08 de septiembre de 2016 - 09:00 p. m.
Un activista LGBT durante una protesta contra la prohibición del burkini en la Embajada de Francia en Atenas.  / AFP
Un activista LGBT durante una protesta contra la prohibición del burkini en la Embajada de Francia en Atenas. / AFP
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Ninguna prenda carece de un significado ideológico y social. La discusión sobre el burkini, el vestido de baño de las musulmanas que fue prohibido por algunas semanas en cinco ciudades de Francia, se ha centrado en el hecho de que éste tiene una connotación religiosa y, por ende, irrespeta al Estado laico que Francia pretende ser. Su connotación religiosa es además ideológica: señala —según los seguidores de la prohibición— la pertenencia a un conjunto de comportamientos que han derivado, en último extremo, en la muerte de cientos de personas a través de los ataques yihadistas.

Sin embargo, si la prohibición fuera justa en sus términos, cada uno de los franceses debería descubrirse, pues sus ropas hablan de una apariencia y toda apariencia es, de entrada, una expresión de ideas y comportamientos. Para ser aún más consecuentes, toda barba abundante debería ser cortada a ras pues representa al estereotipado terrorista que abunda en odio. Franceses de la burguesía, de la clase media, de la clase más baja: aquí y allá, hombres y mujeres suelen imponer parte de su idea de ser y vivir en sus prendas y en el modo de modificar su cuerpo (rasurarse las cejas, los pelos del pecho, dejarlos, ponerse senos, cambiar de sexo, echarse o no desodorante para ocultar los humores naturales: todo aquello es una transformación para concebir una idea del cuerpo). Francia entera tendría que andar entonces desnuda para eliminar cualquier sentido ideológico que se esboce a través de la ropa.

Si por un lado —de acuerdo con las declaraciones del primer ministro francés, Manuel Valls— las musulmanas que lucen el burkini resultan ser el producto de una sociedad que las oprime y desdeña su voluntad, el bikini, los pantalones cortos y el topless son por otro la trinidad esencial de la libertad, la igualdad y la fraternidad: entre menos ropa, si se abunda en esta lógica, mayor libertad. El desnudo, al fin y al cabo, sería el dibujo más leal a la entera libertad. La medida de la libertad depende de la cantidad de ropa —y la calidad de su significado— que se tenga encima.

Bajo esa lógica el burkini fue prohibido hasta que la ley francesa, la que los cobija a todos, decidió suspender dicha prohibición pues afectaba los derechos fundamentales de las francesas musulmanas. El desnudo ya no sólo era una cuestión de libertad francesa, sino una libertad a la que tenían que plegarse todos los ciudadanos franceses: las imágenes de policías obligando a musulmanas desvestirse en las playas resultaron muy dicientes. Categóricamente libertarias.
Por lo tanto, ambos cabos de esa cuerda que se llama libertad tienen una ideología. Para los franceses que apoyan la prohibición, la libertad es ir tan cerca del desnudo como sea posible; para las musulmanas que se defendieron ante la medida, la libertad se basaba en decidir qué tipo de ropa se puede usar según los gustos y las necesidades propias. Ocurrió una paradoja: las musulmanas, que vienen de una religión estricta y en ocasiones prohibitiva, fueron las encargadas de recordarles a los franceses laicos y liberales qué significa ser libre.

Cuando los hechos se invierten, también se invierte el lenguaje. En el momento en que se vetó el burkini en las playas, los medios hablaban de manera general de una “prohibición”. Medios españoles y franceses reportan hoy la agresión a un grupo de mujeres por llevar pantalones cortos en Toulon. Se habla de una “agresión”, que la hubo: sus esposos se trenzaron en una pelea para reclamar respeto por sus mujeres. Antes incluso de que fueran golpeados, fueron “insultados”. Cuando una mujer musulmana fue también agredida por otros bañistas por llevar el burkini en Marsella, a finales de agosto, se hablaba de “altercados”. En otras rebatiñas en Marsella, a razón del burkini, ha habido heridos.

Aunque se desconoce si es una respuesta a la prohibición del burkini, además de la agresión a las mujeres en pantalones cortos, el diario El Mundo registró un ataque contra una mujer de 26 años en la playa francesa de Chateaunef-sur-Charente. La joven hacía topless junto a su marido y sus hijos, cuando una mujer le pidió que se tapara los senos. La mujer se rehusó y, al subir el tono de la discusión, un grupo de personas los agredió, tanto a ella como a su esposo, delante de sus hijos. Sus agresores no eran árabes, ni magrebíes, ni islamistas: eran franceses.

El medio original que difundió la noticia, un portal local llamado Charente Libre, aseguró que la agresión no había tenido “motivos religiosos”. Sin embargo, no es necesario que la religión está de por medio: es suficiente con que exista un código de ética que determina las maneras de vestir y su significado. En este caso, según el testimonio de la joven, su ataque se debió a que mostrar su cuerpo —sus senos— era demasiado agresivo. En el caso de la musulmana en la playa de Marsella, ocultarlo era demasiado agresivo. En cierto sentido, prohibir el burkini, más que una proclama de libertad de las mujeres, era una declaración de mesura. Ni tan vestido, ni tan desnudo: en la medida justa y reglamentada.
 

Por Redacción Internacional

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