La historia de un piloto suicida en Colombia
Hace un poco más de 35 años un hombre estrelló un avión en el barrio Marco Fidel Suárez porque quería matar a sus padres. Este es el relato.
Vannesa Romero
“El mundo se acabó”, pensó Oliva Pulido poco después de que su hijo Pablo le llevara un chocolate a la cama para que lo compartiera con Yaneth, su otra hija de apenas siete años. “Cuando salimos a la puerta nos tambaleábamos y había un humadero que no se veía nada”. De repente, comenzaron a escuchar un sonido inexplicable. La incertidumbre se apoderó de ellos, como si las ondas de un trueno lejano llegaran progresivamente para precipitarse en sus oídos. La tierra se estremeció.
El humo y el polvo invadieron el lugar. Se sentían confundidos. Cuando intentaron salir, el portón, que se había sumido a causa del viento, sólo les permitió pasar después de muchos intentos. “Casi no podemos levantarnos. Casi no podemos abrir la puerta de la pieza”. Una ola de gritos, llantos y súplicas se mezclaba con el correteo de los vecinos.
En cuestión de segundos las pocas cuadras del barrio Marco Fidel Suárez se atestaron de curiosos y decenas de personas que buscaban a sus familiares entre los escombros. La Policía y los grupos de rescate atendieron inmediatamente el incidente, mientras les explicaban a aquellos residentes que un avión había caído en medio de sus casas. “No nos dejaban salir para ningún lado. Entraban y salían los periodistas y todo el mundo preguntaba y preguntaba”.
Ese día, 22 de agosto de 1979, Armando Nieto Jaramillo había aprovechado un descuido de sus compañeros en la aerolínea Satena, e ingresó a uno de los hangares del aeropuerto Eldorado. Instantes después se subió a un Avro 1101 de Satena. El ex suboficial en retiro se desempeñaba como mecánico desde hacía dos años en el aeropuerto.
A las 5:36 de la mañana Nieto tomó clandestinamente la aeronave. El cuerpo de bomberos que funcionaba en el aeropuerto fue avisado por la torre de control, pero en un intento fallido, el aparato alzó vuelo y con sólo una turbina despegó de las pistas hacia el oriente de Bogotá.
El avión fue conducido con dificultad por el improvisado piloto, pasando por encima de los edificios del Centro Internacional. En su maltrecho vuelo, eludió una de las montañas del sector conocido como Molinos del Sur y atravesó la Avenida Caracas para intentar llegar al barrio San Jorge, a cuatro cuadras del lugar donde terminaría su recorrido. En el trayecto, la aeronave se inclinó hacia un lado y, como le quedaba poco combustible, cayó en las casas del humilde barrio Marco Fidel Suárez.
La maniobra de Nieto, de 23 años, arrasó con cables de la luz, tejas, paredes, techos, postes, y con la vida de dos personas. Una de las víctimas mortales fue Óscar Armando Romero Acosta, de 17 años, quien justo en ese momento tomaba una ducha para ir a sus clases en el Instituto Electrónico de Idiomas. Una hélice terminó con su vida. Simultáneamente, Irene Morato de Ávila, de 65 años, abría la puerta de su casa. El viento que provocó el Avro 1101 de Satena la lanzó al otro costado de la cuadra. Murió casi instantáneamente.
Isabel Bueno, una de las inquilinas de Oliva Pulido, se salvó milagrosamente pues, aunque el avión tumbó el muro de su cuarto, pasó por encima de ella. Luego de algunos días, ella, las más de 14 familias damnificadas por el accidente y los diez heridos, supieron que el piloto de la nave había querido terminar con la vida de sus padres. Sin embargo, fue él quien pereció, porque su aeroplano cayó a cuatro cuadras de la casa de sus padres, que según contaron algunos vecinos, estaba ubicada en la calle 45 sur Nº 14-27. Los motivos de sus odios jamás se supieron.
Siete meses antes del accidente, Nieto había sido destituido por los constantes altercados que tenía con sus compañeros, y hubo quienes rumoraron por aquellos días que el egresado de la Escuela de Suboficiales de Madrid padecía de desequilibrios mentales y que detestaba a sus padres. Sus repentinos cambios de ánimo, decían, se evidenciaron durante su vida profesional y laboral. Algunos, en cambio, afirmaban que él era un muchacho normal que voluntariamente se había retirado con el propósito de estudiar.
Uno de los que acompañó a Nieto durante su paso por la Escuela fue el mayor Julio Otálora, jefe de Operaciones de la Aeronáutica Civil, quien sostuvo para El Espectador ese día que “sufrió posteriores cambios de personalidad, empezó a incumplir hasta que fue destituido a partir de enero de 1979. También me han dicho que últimamente llevaba un revólver, pero realmente mi trato con él fue de compañía solamente”.
Otálora se refirió en aquel momento a los posibles motivos que habrían llevado a Nieto a cometer el acto suicida. “Es posible que deseara demostrarle a alguien que era capaz de manejar un avión. En mi concepto era un muchacho frustrado”. El mayor añadió que los conocimientos con los que contaba el protagonista de la historia no le habrían permitido pilotar un avión.
Después de unos cuantos días Oliva Pulido, junto con su esposo, Juan Antonio Castrillón, le entregaron una cotización a Satena por daños y perjuicios en su predio ubicado en la carrera 15 Nº 48-37 sur por un monto de $500 mil, pues como dijo doña Oliva, “a nosotros nos mochó la terraza y la plancha”. La empresa sólo les retribuyó $120 mil. La suma total de los daños en las casas afectadas ascendió en aquellos días a $82 millones. Las imágenes de los ladrillos volando por encima de sus cabezas, las manos de algunos heridos saliendo por entre los escombros, los gritos, el pánico, el caos, sin embargo, permanecerán por siempre.
Hoy, después de 35 años, y aunque las grietas de las casas han sido subsanadas, los recuerdos de aquella mañana no los ha borrado el tiempo. El fantasma de Armando Nieto Jaramillo ronda en las mentes de quienes intentan mirar al pasado y tratar de responder a las causas que lo habrían llevado a su locura.
Sólo unos pocos aún viven en las casas que en la madrugada del 22 de agosto de 1979 un avión arrasó. Esa mañana, dirían, cambió por completo sus vidas. El mundo, de una u otra manera, se les cayó encima.
“El mundo se acabó”, pensó Oliva Pulido poco después de que su hijo Pablo le llevara un chocolate a la cama para que lo compartiera con Yaneth, su otra hija de apenas siete años. “Cuando salimos a la puerta nos tambaleábamos y había un humadero que no se veía nada”. De repente, comenzaron a escuchar un sonido inexplicable. La incertidumbre se apoderó de ellos, como si las ondas de un trueno lejano llegaran progresivamente para precipitarse en sus oídos. La tierra se estremeció.
El humo y el polvo invadieron el lugar. Se sentían confundidos. Cuando intentaron salir, el portón, que se había sumido a causa del viento, sólo les permitió pasar después de muchos intentos. “Casi no podemos levantarnos. Casi no podemos abrir la puerta de la pieza”. Una ola de gritos, llantos y súplicas se mezclaba con el correteo de los vecinos.
En cuestión de segundos las pocas cuadras del barrio Marco Fidel Suárez se atestaron de curiosos y decenas de personas que buscaban a sus familiares entre los escombros. La Policía y los grupos de rescate atendieron inmediatamente el incidente, mientras les explicaban a aquellos residentes que un avión había caído en medio de sus casas. “No nos dejaban salir para ningún lado. Entraban y salían los periodistas y todo el mundo preguntaba y preguntaba”.
Ese día, 22 de agosto de 1979, Armando Nieto Jaramillo había aprovechado un descuido de sus compañeros en la aerolínea Satena, e ingresó a uno de los hangares del aeropuerto Eldorado. Instantes después se subió a un Avro 1101 de Satena. El ex suboficial en retiro se desempeñaba como mecánico desde hacía dos años en el aeropuerto.
A las 5:36 de la mañana Nieto tomó clandestinamente la aeronave. El cuerpo de bomberos que funcionaba en el aeropuerto fue avisado por la torre de control, pero en un intento fallido, el aparato alzó vuelo y con sólo una turbina despegó de las pistas hacia el oriente de Bogotá.
El avión fue conducido con dificultad por el improvisado piloto, pasando por encima de los edificios del Centro Internacional. En su maltrecho vuelo, eludió una de las montañas del sector conocido como Molinos del Sur y atravesó la Avenida Caracas para intentar llegar al barrio San Jorge, a cuatro cuadras del lugar donde terminaría su recorrido. En el trayecto, la aeronave se inclinó hacia un lado y, como le quedaba poco combustible, cayó en las casas del humilde barrio Marco Fidel Suárez.
La maniobra de Nieto, de 23 años, arrasó con cables de la luz, tejas, paredes, techos, postes, y con la vida de dos personas. Una de las víctimas mortales fue Óscar Armando Romero Acosta, de 17 años, quien justo en ese momento tomaba una ducha para ir a sus clases en el Instituto Electrónico de Idiomas. Una hélice terminó con su vida. Simultáneamente, Irene Morato de Ávila, de 65 años, abría la puerta de su casa. El viento que provocó el Avro 1101 de Satena la lanzó al otro costado de la cuadra. Murió casi instantáneamente.
Isabel Bueno, una de las inquilinas de Oliva Pulido, se salvó milagrosamente pues, aunque el avión tumbó el muro de su cuarto, pasó por encima de ella. Luego de algunos días, ella, las más de 14 familias damnificadas por el accidente y los diez heridos, supieron que el piloto de la nave había querido terminar con la vida de sus padres. Sin embargo, fue él quien pereció, porque su aeroplano cayó a cuatro cuadras de la casa de sus padres, que según contaron algunos vecinos, estaba ubicada en la calle 45 sur Nº 14-27. Los motivos de sus odios jamás se supieron.
Siete meses antes del accidente, Nieto había sido destituido por los constantes altercados que tenía con sus compañeros, y hubo quienes rumoraron por aquellos días que el egresado de la Escuela de Suboficiales de Madrid padecía de desequilibrios mentales y que detestaba a sus padres. Sus repentinos cambios de ánimo, decían, se evidenciaron durante su vida profesional y laboral. Algunos, en cambio, afirmaban que él era un muchacho normal que voluntariamente se había retirado con el propósito de estudiar.
Uno de los que acompañó a Nieto durante su paso por la Escuela fue el mayor Julio Otálora, jefe de Operaciones de la Aeronáutica Civil, quien sostuvo para El Espectador ese día que “sufrió posteriores cambios de personalidad, empezó a incumplir hasta que fue destituido a partir de enero de 1979. También me han dicho que últimamente llevaba un revólver, pero realmente mi trato con él fue de compañía solamente”.
Otálora se refirió en aquel momento a los posibles motivos que habrían llevado a Nieto a cometer el acto suicida. “Es posible que deseara demostrarle a alguien que era capaz de manejar un avión. En mi concepto era un muchacho frustrado”. El mayor añadió que los conocimientos con los que contaba el protagonista de la historia no le habrían permitido pilotar un avión.
Después de unos cuantos días Oliva Pulido, junto con su esposo, Juan Antonio Castrillón, le entregaron una cotización a Satena por daños y perjuicios en su predio ubicado en la carrera 15 Nº 48-37 sur por un monto de $500 mil, pues como dijo doña Oliva, “a nosotros nos mochó la terraza y la plancha”. La empresa sólo les retribuyó $120 mil. La suma total de los daños en las casas afectadas ascendió en aquellos días a $82 millones. Las imágenes de los ladrillos volando por encima de sus cabezas, las manos de algunos heridos saliendo por entre los escombros, los gritos, el pánico, el caos, sin embargo, permanecerán por siempre.
Hoy, después de 35 años, y aunque las grietas de las casas han sido subsanadas, los recuerdos de aquella mañana no los ha borrado el tiempo. El fantasma de Armando Nieto Jaramillo ronda en las mentes de quienes intentan mirar al pasado y tratar de responder a las causas que lo habrían llevado a su locura.
Sólo unos pocos aún viven en las casas que en la madrugada del 22 de agosto de 1979 un avión arrasó. Esa mañana, dirían, cambió por completo sus vidas. El mundo, de una u otra manera, se les cayó encima.