La historia del fin del mundo: relato del terremoto en Siria

Desde Marea, Siria, Hussein Nasser cuenta cómo vivió el sismo que ha acabado con la vida de al menos 11.200 personas. Quienes residen en la zona rebelde al gobierno de Bashar al-Asad están en la incertidumbre de si la ayuda humanitaria llegará, no solo por los problemas logísticos, sino también diplomáticos.

María Alejandra Medina
08 de febrero de 2023 - 12:00 p. m.
Aún en medio de la guerra, para muchos sirios esta catástrofe es lo peor que han vivido.  / AFP
Aún en medio de la guerra, para muchos sirios esta catástrofe es lo peor que han vivido. / AFP
Foto: AFP - AAREF WATAD
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En la madrugada del 6 de febrero Hussein Nasser estaba en su casa, a punto de empezar el día, cuando a las 4:17 a. m. (hora local) “el piso empezó a temblar”. Nasser, periodista sirio que habló con El Espectador desde Marea, en el norte del país, a unos 25 kilómetros de la ciudad de Alepo, salió a la calle mientras todos los edificios se movían, las piedras caían y la gente que había logrado salir gritaba alrededor.

En un momento, prosigue, el remezón fue tan fuerte, que no se pudo tener más en pie. “Me tuve que acostar en el piso”. Los animales, perros y gallinas, hacían ruidos desesperados, mientras el cielo tronaba. “Fue como el fin del mundo”.

Nasser describe el terremoto de magnitud 7,8 que el pasado lunes sacudió la frontera entre Turquía y Siria, y que deja más de 11.200 víctimas mortales, una cifra que podría llegar a 20.000, según la Organización Mundial de la Salud. El desastre no ha tardado en ser catalogado como la peor catástrofe en la zona en casi un siglo, desde 1939. Pasó en el peor momento del día, cuando la mayoría de la gente dormía y no pudo evacuar, y en el peor momento del año: el invierno.

Mapa con fotos:

“Mi casa fue lo suficientemente fuerte”, continúa Nasser; sin embargo, otras sí se cayeron. En los momentos que siguieron al terremoto la comunidad corrió a ayudar a las personas que habían quedado atrapadas bajo los escombros. “Pero no teníamos equipos”, cuenta, por lo que llamaron a la Defensa Civil, que finalmente pudo llegar a atender la situación.

En su ciudad, que no resultó tan afectada como otras, el balance es de 60 personas muertas y 500 heridas. No hay desaparecidas. “Uno tiene que cuidar a su familia”, dice, dando a entender que su trabajo como periodista no es prioridad en este momento. Cuando hablamos, se disponía a emprender un viaje hacia Jandaris, una de las localidades más devastadas en la zona rebelde, controlada por las fuerzas opositoras al gobierno de Bashar al-Asad.

Allí se hablaba de unos 500 edificios colapsados y más de mil personas muertas, cifra que podría cuadruplicarse. Por eso la urgencia de contar con voluntarios como Nasser, que con el esfuerzo de la comunidad han reunido ayudas para poder llevar, pues hasta el momento ningún tipo de asistencia ha aparecido. “La gente está en las calles, sin abrigo, sin comida”, mientras llueve o nieva, y aunque han escuchado que llegará ayuda humanitaria, ni siquiera es claro cómo, con las carreteras y aeropuertos cerrados.

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Por el momento, Nasser cuenta sobre el grupo de voluntarios que conoce, el Equipo de Voluntarios de Molham, que están recolectando ayudas (consulte su página en Facebook visitando este enlace: bit.ly/3HMqyj8).

En medio de la catástrofe se ha dicho que la devastación fue así de grande por factores como las malas condiciones de los edificios, algunos de los cuales ya estaban deteriorados por bombardeos. Pero Nasser agrega algo distinto. No es que no estuvieran preparados para una emergencia, pues en medio de la guerra, con uno o dos bombardeos diarios, las ciudades de la zona han sabido maniobrar para atender a las personas, pero no a esta escala.

El problema es que esta vez fueron “cientos de edificios y miles de personas afectadas al tiempo”, explica. “Es la peor situación que hemos vivido”.

Maniobras diplomáticas y humanitarias

En Idlib, noroeste de Siria, la zona afectada por el terremoto, hogar de unos 4,8 millones de personas (unos 2,8 millones de refugiados), se encuentra precisamente el último bastión opositor al régimen de Bashar al-Asad. Esto, en medio de la guerra civil que en casi 12 años desde su inicio ha cobrado la vida de 350.000 personas y desplazado a casi siete millones, a países como Turquía, precisamente (que ha acogido a cerca de cuatro millones).

Llevar asistencia humanitaria a una zona en la que confluyen las fuerzas del régimen, las rebeldes, yihadistas, la resistencia kurda, entre otras, es de por sí un reto. A esto se suma, en general, la posición geopolítica de Siria, fuertemente sancionada por Occidente, ante el mundo. Ayudar a Siria “en el contexto político de un régimen que desencadenó una guerra civil que está hace 10 años” es complicado, opinó Laurence Boone, secretaria de Estado francesa para Europa, ante la Cámara Baja de Francia, citada por la AFP.

“Siria sigue siendo una zona oscura, desde un punto de vista legal y diplomático”, señaló Marc Schakal, responsable del programa centrado en Siria de Médicos Sin Fronteras (MSF), también citado por la agencia, instando a enviar ayuda “lo antes posible”. A través de un comunicado, MSF, que reportó a uno de sus trabajadores como una de las víctimas mortales, informó que “ha proporcionado apoyo inmediato a 23 centros de salud de las gobernaciones de Idlib y Alepo, donando kits médicos de emergencia y apoyando con personal médico para reforzar sus equipos”, entre otras medidas.

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En este contexto, han llovido los clamores para flexibilizar los pasos fronterizos, con el objetivo de que la ayuda humanitaria pueda llegar. Por el momento solo uno ha estado abierto, durante los últimos nueve años, en Bab al-Hawa. El resto de la ayuda llega a través de Damasco, que decide qué puede ir a la zona rebelde. Como señaló “The Guardian”, “Siria se ha resistido a permitir la entrada de ayuda en una región que atiende a más de cuatro millones de personas, porque considera que la ayuda socava la soberanía siria y reduce sus posibilidades de recuperar el control de la región”.

Pero los alrededores del paso por Bab al-Hawa, por donde ha llegado el “salvavidas” de la ayuda transfronteriza desde Turquía, en palabras de Natasha Frost y Raja Abdulrahim en “The New York Times”, se vieron afectados por el sismo, informó la ONU el martes. Sin olvidar que en Turquía, también ha sido damnificado, se ubicó el epicentro del terremoto.

El lunes, el embajador de Siria ante la ONU, Bassam Sabbagh, había pedido ayuda para su país ante la Organización y prometido que el gobierno se aseguraría de que la asistencia llegara a todos los territorios, incluso a los que no controlan. Es decir, que la ayuda siga fluyendo a través de Damasco.

Ned Price, portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, citado por el “Times”, dijo que Estados Unidos estaba decidido a hacer todo lo posible para atender las necesidades humanitarias del pueblo sirio. El ministro de Relaciones Exteriores de Suecia, por su parte, afirmó que mientras su país tenga la presidencia de la UE hablaría tanto con Turquía (con el que tiene roces diplomáticos por la resistencia de Ankara a la adhesión de Estocolmo a la OTAN) como con Siria.

Israel anunció el envío de ayuda, pese a que ni siquiera tiene relaciones oficiales con el gobierno de Damasco, mientras que Emiratos Árabes Unidos, el primer país del Golfo en reabrir su embajada en esa ciudad en 2018, prometió US$100 millones en ayudas a las víctimas tanto en Siria como en Turquía, informó la AFP. Sin embargo, en el terreno, con millones de refugiados en incertidumbre, las ONG están tratando de sortear la situación con las provisiones limitadas que ya existían, mientras que la diplomacia y la geopolítica hacen lo suyo.

Nota de la editora: el texto original, publicado en la edición impresa, fue modificado para actualizarlo con el número de víctimas más reciente.

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