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                                                                                                                                La lección de las montañas de Nepal para los colombianos

                                                                                                                                Para entender la geografía y el espíritu nepalí publicamos esta crónica de cómo los montañistas de nuestro país se enfrentaron durante 30 días al majestuoso Shisha Pangma, de 8.042 metros de altura, como entrenamiento para coronar el Everest en 2007

                                                                                                                                Nelson Fredy Padilla

                                                                                                                                Los 8.848 metros de altura del Monte Everest vistos desde un avión sobre Nepal. El terremoto de ayer devastó la capital, Katmandú, y provocó una avalancha mortal que bajó desde esas montañas coronadas varias veces por deportistas colombianos como Ana María Giraldo (en el recuadro). / EFE
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                En las faldas del llamado “trono de los dioses”, antes de empezar la escalada definitiva, 120 aventureros de todo el mundo (apenas seis mujeres, incluidas las colombianas) que el otoño de 2006 decidieron medir el límite de sus capacidades, debieron cumplir con la ceremonia budista “puja”. Frente a un altar de rocas, presidido por las imágenes de Buda y el Dalai Lama, pidieron permiso para entrar y un monje tibetano les bendijo el equipaje y la ropa. Les amarraron una aseguranza roja en la muñeca y una banda en seda beige con oraciones en sánscrito. Un momento inolvidable para Ana María: “estaba nublado y durante la ceremonia el cielo se abrió y vimos el monte pleno”.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Los empobrecidos tibetanos mandan a nivel espiritual mientras los estrictos militares chinos se ocupan de que todo turista haya pagado entre 2.000 y tres mil dólares por intentar la cumbre o de multarlo con el doble si viola el número de días autorizados. Los colombianos tuvieron 30 y en total, el costo de esta aventura por cabeza fue de al menos 12 mil dólares y sólo fue posible gracias a patrocinadores como Colseguros, Delta Airlines y Epopeya.

                                                                                                                                El 2 de septiembre emprendieron la travesía por la ruta más larga pero más segura, la que abrió el legendario “conquistador del Himalaya”, Reinhold Messner, el autor de En los límites de la tierra (1991), que advierte en su libro: “la verdadera aventura incluye el fracaso”. Atrás dejaron la preocupación de haber conseguido todo el equipo técnico para escalar y protegerse del frío, desde las pastillas para tratar un posible edema pulmonar, las carpas de nylon especial que los aísla de temperaturas de hasta 40 grados bajo cero, hasta la ropa de membranas que usan los astronautas para expulsar el sudor y las chaquetas de plumas del pecho de los gansos, indispensables a más de 6.500 metros de altura para no morir congelados. Además de los imponentes picos, que se abren a partir del temido “paso de los penitentes”, lo primero que ven son las ofrendas a las decenas de deportistas muertos en el intento.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El siguiente paso fue un campamento avanzado a 5.600. La que más sufrió al comienzo fue Andrea, que estaba encargada de la parte médica. “Agarré una laringitis y no podía seguir subiendo por el dolor de cabeza intenso y palpitante”. Una vez estabilizados sus organismos, entre el 10 de septiembre y el 1° de octubre se dedicaron a subir y bajar equipo y provisiones hasta montar dos campamentos más, a 6.400 y 7.000 metros, cerca la cima.

                                                                                                                                Sin embargo, los vientos postmonsónicos y las nevadas se intensificaron durante dos semanas. Pasaron días completos resguardados en las carpas porque la temperatura exterior llegó a 25 grados bajo cero, que sumada a ráfagas de viento de 60 kilómetros por hora daba una sensación térmica de diez grados más de frío. Andrea cuenta que “la única alternativa era la carpa donde el termómetro marcaba un grado”. Con masajes se libraron de uno de los mayores miedos de la montaña: perder alguna extremidad por congelamiento.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Los colombianos necesitaban una semana más pero tampoco tenían dinero para pagar las multas. El 29 de octubre lloraron por no poder izar la bandera de Colombia que la última avalancha sepultó. Ana María recuerda: “fue muy triste regresar en medio de nostalgia e impotencia. Hicimos todo bien, estábamos listos y muy fuertes y nos tocó reconocer que la naturaleza es más poderosa”.


                                                                                                                                *Texto originalmente publicado en la revista Cromos.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Los 8.848 metros de altura del Monte Everest vistos desde un avión sobre Nepal. El terremoto de ayer devastó la capital, Katmandú, y provocó una avalancha mortal que bajó desde esas montañas coronadas varias veces por deportistas colombianos como Ana María Giraldo (en el recuadro). / EFE
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                En las faldas del llamado “trono de los dioses”, antes de empezar la escalada definitiva, 120 aventureros de todo el mundo (apenas seis mujeres, incluidas las colombianas) que el otoño de 2006 decidieron medir el límite de sus capacidades, debieron cumplir con la ceremonia budista “puja”. Frente a un altar de rocas, presidido por las imágenes de Buda y el Dalai Lama, pidieron permiso para entrar y un monje tibetano les bendijo el equipaje y la ropa. Les amarraron una aseguranza roja en la muñeca y una banda en seda beige con oraciones en sánscrito. Un momento inolvidable para Ana María: “estaba nublado y durante la ceremonia el cielo se abrió y vimos el monte pleno”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El 2 de septiembre emprendieron la travesía por la ruta más larga pero más segura, la que abrió el legendario “conquistador del Himalaya”, Reinhold Messner, el autor de En los límites de la tierra (1991), que advierte en su libro: “la verdadera aventura incluye el fracaso”. Atrás dejaron la preocupación de haber conseguido todo el equipo técnico para escalar y protegerse del frío, desde las pastillas para tratar un posible edema pulmonar, las carpas de nylon especial que los aísla de temperaturas de hasta 40 grados bajo cero, hasta la ropa de membranas que usan los astronautas para expulsar el sudor y las chaquetas de plumas del pecho de los gansos, indispensables a más de 6.500 metros de altura para no morir congelados. Además de los imponentes picos, que se abren a partir del temido “paso de los penitentes”, lo primero que ven son las ofrendas a las decenas de deportistas muertos en el intento.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El siguiente paso fue un campamento avanzado a 5.600. La que más sufrió al comienzo fue Andrea, que estaba encargada de la parte médica. “Agarré una laringitis y no podía seguir subiendo por el dolor de cabeza intenso y palpitante”. Una vez estabilizados sus organismos, entre el 10 de septiembre y el 1° de octubre se dedicaron a subir y bajar equipo y provisiones hasta montar dos campamentos más, a 6.400 y 7.000 metros, cerca la cima.

                                                                                                                                Sin embargo, los vientos postmonsónicos y las nevadas se intensificaron durante dos semanas. Pasaron días completos resguardados en las carpas porque la temperatura exterior llegó a 25 grados bajo cero, que sumada a ráfagas de viento de 60 kilómetros por hora daba una sensación térmica de diez grados más de frío. Andrea cuenta que “la única alternativa era la carpa donde el termómetro marcaba un grado”. Con masajes se libraron de uno de los mayores miedos de la montaña: perder alguna extremidad por congelamiento.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Los colombianos necesitaban una semana más pero tampoco tenían dinero para pagar las multas. El 29 de octubre lloraron por no poder izar la bandera de Colombia que la última avalancha sepultó. Ana María recuerda: “fue muy triste regresar en medio de nostalgia e impotencia. Hicimos todo bien, estábamos listos y muy fuertes y nos tocó reconocer que la naturaleza es más poderosa”.


                                                                                                                                *Texto originalmente publicado en la revista Cromos.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Por Nelson Fredy Padilla

                                                                                                                                Temas recomendados:

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