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                                                                                                                                La receta del sirio Almotaz Khedrou en Colombia

                                                                                                                                Almotaz Khedrou escapó de su natal Siria a Colombia, huyendo de la guerra civil que azota a su país. Ignorado y desatendido por el gobierno colombiano y fundaciones de refugiados, sobrevivió cocinando comida árabe en las calles de Bogotá. Ahora, dueño de su propio restaurante, espera que la Cancillería lo ayude con los trámites para reunirse con su hermano.

                                                                                                                                Camilo Gómez Forero

                                                                                                                                Almotaz Khedrou, ciudadano sirio, llegó a Colombia huyendo de la guerra en su país. / Nicolás Achury
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                También tuvo que enfrentarse, como cualquier colombiano, con el gobierno nacional, que, según cuenta Khedrou, hizo lo posible por entorpecer sus trámites hacia la legalidad. El papeleo para él fue una pesadilla, y más grave aún fue la falta de solidaridad con su condición. Al sirio, lo deja claro, le cerraron todas las puertas. No lo ayudaron. Lo único que recibió fue dinero de parte de una fundación para montar un carrito de comida, y unas clases de español justo en las horas que tenía que trabajar en él. Así que, con el dilema de estudiar o trabajar para sostenerse, abandonó las lecciones a las dos semanas.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Pese a que Bogotá le parece más insegura que su país en guerra, que nunca, como muchos, se acostumbró a viajar en Transmilenio, el sirio pronto se fue acostumbrando a las costumbres locales, a sus dichos y a su gente, pero no a la comida. Khedrou quiso traer entonces algo de su tierra para ofrecer y vender en su carrito. Comenzó a vender falafel, shawarma y tahini, recetas que su madre le explicaba detalladamente por videollamadas. Así, su negocio ambulante comenzó a florecer y pronto esa mini-oficina en la que trabajó por meses fue insuficiente para atender la demanda. Khedrou aspiró a tener su propio restaurante, pero una vez más el gobierno colombiano le puso una barrera en su camino.

                                                                                                                                Por su condición de refugiado, por haber llegado con una maleta negra con un par de prendas de vestir y nada más, ningún banco le prestó dinero para sus proyectos, a pesar de que su carrito cumplía con todos los papeles legales en la Cámara de Comercio. Tuvo entonces que valerse de su propio ingenio y por su cuenta, sin mayor ayuda, para levantar su negocio y sus sueños. Fue la hija de una actriz colombiana, cuenta la familia Khedrou, la que se solidarizó con ellos y les ayudó a conseguir un local para comenzar un negocio formal que hoy florece en la localidad de Suba, a unos metros de donde solía estar el carrito con el que comenzó todo. El sirio usó los ahorros de su trabajo como vendedor ambulante para pagar el alquiler. “Llamé al negocio Al Banun, que significa bendecido en árabe”, recuerda el cocinero. Ahora solo quiere que el banco le dé un préstamo para remodelar el lugar, o alquilar uno más grande, si se puede, pues los comensales son tantos en un fin de semana para ese espacio que deben esperar a las afueras del restaurante.

                                                                                                                                Cuatro años después de estar deambulando por la calle, luchando para sobrevivir, y viendo cómo la lluvia bogotana parecía acabar con la llama de esperanza que había dentro de él, a Khedrou le sonríe la vida. Ahora su negocio es próspero.

                                                                                                                                “Para mi seguir adelante es tener una vida digna, bonita, llena de salud, de felicidad, de educación. Quiero que mi hijo, que nació en Colombia, pueda estudiar, que no sufra como yo, que mi esposa continúe con su carrera. Y quiero tener muchos restaurantes para apoyar a la gente que no tiene empleo, y también poder reunirme con mi familia en un país donde pueda trabajar y vivir en paz”, dice Khedrou.

                                                                                                                                Almotaz Khedrou, ciudadano sirio, llegó a Colombia huyendo de la guerra en su país. / Nicolás Achury
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                También tuvo que enfrentarse, como cualquier colombiano, con el gobierno nacional, que, según cuenta Khedrou, hizo lo posible por entorpecer sus trámites hacia la legalidad. El papeleo para él fue una pesadilla, y más grave aún fue la falta de solidaridad con su condición. Al sirio, lo deja claro, le cerraron todas las puertas. No lo ayudaron. Lo único que recibió fue dinero de parte de una fundación para montar un carrito de comida, y unas clases de español justo en las horas que tenía que trabajar en él. Así que, con el dilema de estudiar o trabajar para sostenerse, abandonó las lecciones a las dos semanas.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Pese a que Bogotá le parece más insegura que su país en guerra, que nunca, como muchos, se acostumbró a viajar en Transmilenio, el sirio pronto se fue acostumbrando a las costumbres locales, a sus dichos y a su gente, pero no a la comida. Khedrou quiso traer entonces algo de su tierra para ofrecer y vender en su carrito. Comenzó a vender falafel, shawarma y tahini, recetas que su madre le explicaba detalladamente por videollamadas. Así, su negocio ambulante comenzó a florecer y pronto esa mini-oficina en la que trabajó por meses fue insuficiente para atender la demanda. Khedrou aspiró a tener su propio restaurante, pero una vez más el gobierno colombiano le puso una barrera en su camino.

                                                                                                                                Por su condición de refugiado, por haber llegado con una maleta negra con un par de prendas de vestir y nada más, ningún banco le prestó dinero para sus proyectos, a pesar de que su carrito cumplía con todos los papeles legales en la Cámara de Comercio. Tuvo entonces que valerse de su propio ingenio y por su cuenta, sin mayor ayuda, para levantar su negocio y sus sueños. Fue la hija de una actriz colombiana, cuenta la familia Khedrou, la que se solidarizó con ellos y les ayudó a conseguir un local para comenzar un negocio formal que hoy florece en la localidad de Suba, a unos metros de donde solía estar el carrito con el que comenzó todo. El sirio usó los ahorros de su trabajo como vendedor ambulante para pagar el alquiler. “Llamé al negocio Al Banun, que significa bendecido en árabe”, recuerda el cocinero. Ahora solo quiere que el banco le dé un préstamo para remodelar el lugar, o alquilar uno más grande, si se puede, pues los comensales son tantos en un fin de semana para ese espacio que deben esperar a las afueras del restaurante.

                                                                                                                                Cuatro años después de estar deambulando por la calle, luchando para sobrevivir, y viendo cómo la lluvia bogotana parecía acabar con la llama de esperanza que había dentro de él, a Khedrou le sonríe la vida. Ahora su negocio es próspero.

                                                                                                                                “Para mi seguir adelante es tener una vida digna, bonita, llena de salud, de felicidad, de educación. Quiero que mi hijo, que nació en Colombia, pueda estudiar, que no sufra como yo, que mi esposa continúe con su carrera. Y quiero tener muchos restaurantes para apoyar a la gente que no tiene empleo, y también poder reunirme con mi familia en un país donde pueda trabajar y vivir en paz”, dice Khedrou.

                                                                                                                                Por Camilo Gómez Forero

                                                                                                                                Temas recomendados:

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