La salida de Afganistán presagia una tercera “revolución industrial en el terrorismo”
No es la primera vez que una apresurada retirada militar de EE. UU. se convierte en una pesadilla logística para el mundo. El peligro con Afganistán es el mismo que en Siria o Irak: que el enemigo tome el control de armas y datos recogidos durante años, que quedaron expuestos tras la evacuación.
María Paula Ardila
La pesadilla de sufrir un eterno déjà vu, esa es la sensación de algunos analistas luego de ver las imágenes de los talibanes en las calles de Kabul con rifles M4 a bordo de Humvees militares estadounidenses. “Capturar las armas del enemigo ha sido una táctica guerrillera estándar durante siglos. Pero una cosa es capturar armas y otra muy diferente es recibir el equipo del enemigo en bandeja de plata”, escribió Alessandro Arduino, investigador del Instituto de Oriente Medio de la Universidad de Singapur, a The Diplomat. Y es que no es la primera vez que Estados Unidos debe evitar a toda costa que sus propias armas sean utilizadas en su contra.
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“En la década de 1980, EE. UU. equipó a los muyahidines con Stringers, misiles portátiles altamente sofisticados, para combatir a los soviéticos en Afganistán. Tan pronto se acabó la guerra, la posibilidad de que esos Stingers fueran usados para ataques terroristas encendió las alarmas y desencadenó una búsqueda incansable del armamento”, explicó Arduino. Y aunque en ese momento la amenaza de un posible atentado nunca se materializó, hoy muchos se preguntan qué puede pasar con los miles de millones de dólares en equipo militar estadounidense en manos del régimen talibán.
“Los talibanes han estado utilizando equipo sofisticado que capturaron de las fuerzas de seguridad nacional afganas en los últimos años”, dijo Robert Crews, experto en Afganistán de la Universidad de Stanford, al Washington Post. “Han utilizado de todo, desde gafas de visión nocturna y visores, hasta rifles de francotirador, vehículos blindados y artillería”, agregó. Y es que Estados Unidos proporcionó al ejército afgano entrenamiento y equipo militar por un valor estimado de US$83 mil millones desde 2001. Solo este año, la ayuda militar estadounidense fue de US$3 mil millones, según datos de la oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (Sigar).
Y aunque el ejército de EE. UU. retiró aviones, armas pesadas y equipo militar cuando comenzó su retirada, fue imposible llevarse 20 años de hardware y armamento acumulado, algo que el mismo asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, reconoció: “No tenemos una imagen completa sobre dónde resultó cada artículo de defensa, pero ciertamente una buena cantidad ha caído en manos de los talibanes”.
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Y ahí es cuando llega otro mal recuerdo de guerras pasadas: los vietnamitas del sur perdieron más de mil millones de dólares en armas militares estadounidenses en dos semanas, informó The New York Times el 29 de marzo de 1975. “El abandono de cientos de piezas de artillería, camiones, aviones, morteros, tanques, vehículos blindados de transporte de personal, rifles y municiones, junto con la rápida retirada de las unidades del ejército, es visto por fuentes vietnamitas y occidentales como algo asombroso y posiblemente irreversible”, se lee en la publicación de ese diario.
Sin mencionar que en 2017 Trump cerró un programa de la CIA para equipar a los rebeldes sirios, algunos investigadores sugieren que las armas y municiones que quedaron en ese entonces podrían haber impulsado una “revolución industrial en el terrorismo”.
“Que las armas estadounidenses terminen en manos del enemigo no es ninguna sorpresa. Un informe de 2017 del Conflict Armament Research encontró que ISIS había capturado cantidades significativas de armamento de la OTAN después de saquear depósitos de armas iraquíes en 2014”, explicó el investigador Jared Keller a New Republic.
Algo que ahora, en Afganistán, podría resultar en la escalada del conflicto interno: “Recircular armas cuando la batalla ha terminado, y cuando una fuerza militar ya se ha ido, aumentará los riesgos de que se intensifique la guerra civil o la inestabilidad”, explicó el escritor Joshua Reno en su libro Desperdicio militar: las consecuencias inesperadas de la preparación permanente para la guerra. Pero más allá del armamento, algunos activistas advierten sobre un peligro menos tangible: el robo de datos biométricos.
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Los talibanes se apoderaron de dispositivos militares capaces de rastrear a los afganos, incluidos los que trabajaron para EE. UU. y sus aliados. Desde entonces, muchos han intentado ocultar o destruir pruebas físicas y digitales de su identidad. “Para 2011, el Departamento de Defensa tenía aproximadamente 4,8 millones de registros biométricos de personas en Afganistán e Irak, con aproximadamente 630.000 de los datos recopilados mediante dispositivos HIIDE”, escribió Margaret Hu, profesora de derecho y asuntos internacionales de la Universidad Penn State, en The Conversation. Sin embargo, la meta era mucho mayor: el Departamento de Defensa propuso crear una base de datos biométrica del 80 % de la población afgana para localizar a terroristas y criminales, explica Hu. Pero no está claro qué tan cerca estuvieron los militares de este objetivo.
“No creo que nadie haya pensado nunca en la privacidad de los datos o en qué hacer en caso de que el sistema cayera en las manos equivocadas”, dijo Welton Chang, director de tecnología de Human Rights First. “En el futuro, los militares y diplomáticos deberían pensar si desplegar estos sistemas en situaciones tan frágiles como Afganistán”, agregó.
¿Pueden usar todo el arsenal?
Joseph Dempsey, analista del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Londres, le dijo al Post que los talibanes probablemente tendrán dificultades para mantener, o incluso operar, la mayoría de los aviones estadounidenses. Algo similar explicó Bradley Bowman, un expiloto del ejército de EE. UU.: “Alguien podría entrar a un Black Hawk, tal vez encontrar algunos manuales de operación y averiguar cómo hacer arrancar el motor, girar los rotores y ponerlo en el aire. Pero sería más un peligro para ellos mismos”, dijo Bowman a NPR.
Otros dicen que no hay que subestimar al talibán. “Los posibles escenarios van desde armas utilizadas para fomentar la inestabilidad en la región hasta equipos de grado militar que podrían llegar a otros grupos militantes, incluido el Estado Islámico”, comentó Arduino, quien explicó que si bien los helicópteros no se pueden utilizar, “el material podría entregarse a países interesados en tecnología estadounidense, y esa lista no es corta”, agregó.
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Por su parte, Margaret Hu dice que aunque es posible que el talibán no pueda acceder a los datos biométricos recopilados, podría recurrir a ISI, la agencia de inteligencia de Pakistán, y obtener los registros. “Hay informes que indican que ya empezaron a desplegar una máquina biométrica para realizar inspecciones, casa por casa, para identificar a exfuncionarios afganos”, comentó.
La pesadilla de sufrir un eterno déjà vu, esa es la sensación de algunos analistas luego de ver las imágenes de los talibanes en las calles de Kabul con rifles M4 a bordo de Humvees militares estadounidenses. “Capturar las armas del enemigo ha sido una táctica guerrillera estándar durante siglos. Pero una cosa es capturar armas y otra muy diferente es recibir el equipo del enemigo en bandeja de plata”, escribió Alessandro Arduino, investigador del Instituto de Oriente Medio de la Universidad de Singapur, a The Diplomat. Y es que no es la primera vez que Estados Unidos debe evitar a toda costa que sus propias armas sean utilizadas en su contra.
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“En la década de 1980, EE. UU. equipó a los muyahidines con Stringers, misiles portátiles altamente sofisticados, para combatir a los soviéticos en Afganistán. Tan pronto se acabó la guerra, la posibilidad de que esos Stingers fueran usados para ataques terroristas encendió las alarmas y desencadenó una búsqueda incansable del armamento”, explicó Arduino. Y aunque en ese momento la amenaza de un posible atentado nunca se materializó, hoy muchos se preguntan qué puede pasar con los miles de millones de dólares en equipo militar estadounidense en manos del régimen talibán.
“Los talibanes han estado utilizando equipo sofisticado que capturaron de las fuerzas de seguridad nacional afganas en los últimos años”, dijo Robert Crews, experto en Afganistán de la Universidad de Stanford, al Washington Post. “Han utilizado de todo, desde gafas de visión nocturna y visores, hasta rifles de francotirador, vehículos blindados y artillería”, agregó. Y es que Estados Unidos proporcionó al ejército afgano entrenamiento y equipo militar por un valor estimado de US$83 mil millones desde 2001. Solo este año, la ayuda militar estadounidense fue de US$3 mil millones, según datos de la oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (Sigar).
Y aunque el ejército de EE. UU. retiró aviones, armas pesadas y equipo militar cuando comenzó su retirada, fue imposible llevarse 20 años de hardware y armamento acumulado, algo que el mismo asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, reconoció: “No tenemos una imagen completa sobre dónde resultó cada artículo de defensa, pero ciertamente una buena cantidad ha caído en manos de los talibanes”.
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Y ahí es cuando llega otro mal recuerdo de guerras pasadas: los vietnamitas del sur perdieron más de mil millones de dólares en armas militares estadounidenses en dos semanas, informó The New York Times el 29 de marzo de 1975. “El abandono de cientos de piezas de artillería, camiones, aviones, morteros, tanques, vehículos blindados de transporte de personal, rifles y municiones, junto con la rápida retirada de las unidades del ejército, es visto por fuentes vietnamitas y occidentales como algo asombroso y posiblemente irreversible”, se lee en la publicación de ese diario.
Sin mencionar que en 2017 Trump cerró un programa de la CIA para equipar a los rebeldes sirios, algunos investigadores sugieren que las armas y municiones que quedaron en ese entonces podrían haber impulsado una “revolución industrial en el terrorismo”.
“Que las armas estadounidenses terminen en manos del enemigo no es ninguna sorpresa. Un informe de 2017 del Conflict Armament Research encontró que ISIS había capturado cantidades significativas de armamento de la OTAN después de saquear depósitos de armas iraquíes en 2014”, explicó el investigador Jared Keller a New Republic.
Algo que ahora, en Afganistán, podría resultar en la escalada del conflicto interno: “Recircular armas cuando la batalla ha terminado, y cuando una fuerza militar ya se ha ido, aumentará los riesgos de que se intensifique la guerra civil o la inestabilidad”, explicó el escritor Joshua Reno en su libro Desperdicio militar: las consecuencias inesperadas de la preparación permanente para la guerra. Pero más allá del armamento, algunos activistas advierten sobre un peligro menos tangible: el robo de datos biométricos.
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Los talibanes se apoderaron de dispositivos militares capaces de rastrear a los afganos, incluidos los que trabajaron para EE. UU. y sus aliados. Desde entonces, muchos han intentado ocultar o destruir pruebas físicas y digitales de su identidad. “Para 2011, el Departamento de Defensa tenía aproximadamente 4,8 millones de registros biométricos de personas en Afganistán e Irak, con aproximadamente 630.000 de los datos recopilados mediante dispositivos HIIDE”, escribió Margaret Hu, profesora de derecho y asuntos internacionales de la Universidad Penn State, en The Conversation. Sin embargo, la meta era mucho mayor: el Departamento de Defensa propuso crear una base de datos biométrica del 80 % de la población afgana para localizar a terroristas y criminales, explica Hu. Pero no está claro qué tan cerca estuvieron los militares de este objetivo.
“No creo que nadie haya pensado nunca en la privacidad de los datos o en qué hacer en caso de que el sistema cayera en las manos equivocadas”, dijo Welton Chang, director de tecnología de Human Rights First. “En el futuro, los militares y diplomáticos deberían pensar si desplegar estos sistemas en situaciones tan frágiles como Afganistán”, agregó.
¿Pueden usar todo el arsenal?
Joseph Dempsey, analista del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Londres, le dijo al Post que los talibanes probablemente tendrán dificultades para mantener, o incluso operar, la mayoría de los aviones estadounidenses. Algo similar explicó Bradley Bowman, un expiloto del ejército de EE. UU.: “Alguien podría entrar a un Black Hawk, tal vez encontrar algunos manuales de operación y averiguar cómo hacer arrancar el motor, girar los rotores y ponerlo en el aire. Pero sería más un peligro para ellos mismos”, dijo Bowman a NPR.
Otros dicen que no hay que subestimar al talibán. “Los posibles escenarios van desde armas utilizadas para fomentar la inestabilidad en la región hasta equipos de grado militar que podrían llegar a otros grupos militantes, incluido el Estado Islámico”, comentó Arduino, quien explicó que si bien los helicópteros no se pueden utilizar, “el material podría entregarse a países interesados en tecnología estadounidense, y esa lista no es corta”, agregó.
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Por su parte, Margaret Hu dice que aunque es posible que el talibán no pueda acceder a los datos biométricos recopilados, podría recurrir a ISI, la agencia de inteligencia de Pakistán, y obtener los registros. “Hay informes que indican que ya empezaron a desplegar una máquina biométrica para realizar inspecciones, casa por casa, para identificar a exfuncionarios afganos”, comentó.