La trumpización de Oriente Medio
El exministro de Relaciones Exteriores de Israel da sus argumentos sobre los efectos perturbadores de la doctrina de Donald Trump en esa región.
Shlomo Ben-Ami * / Especial para El Espectador / Tel Aviv
Puede que el presidente estadounidense, Donald Trump, sea temperamental, pero sí tiene una doctrina. Como confirmara una vez más su discurso en septiembre en la Asamblea General de las Naciones Unidas, rechaza las instituciones multilaterales y los valores liberales en favor del Estado-nación y la política del poder. Pero comprender la “doctrina Trump” —con su apoyo a abandonar el largo papel de Estados Unidos como árbitro global— no la hace menos disruptiva, especialmente para el ya inestable Oriente Medio.
No es de sorprender que la región haya sido particularmente vulnerable a los efectos perturbadores de la doctrina Trump. Después de todo, las tímidas políticas de su predecesor, Barack Obama, exacerbaron de manera considerable la disfunción de esta zona y abrieron el camino para que Trump introdujera lo que solo se puede describir como caos. (Más Pensadores Globales 2019).
Para comenzar, la administración Obama fracasó miserablemente en avanzar para resolver el conflicto entre Israel y los palestinos, fracaso que Trump prometió corregir con el “acuerdo del siglo”. En lugar de ello, Trump ha reconocido unilateralmente a Jerusalén como capital de Israel, trasladó la embajada de su país allí y puso fin a los fondos estadounidenses para la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA, por sus siglas en inglés), que apoya a más de cinco millones de refugiados palestinos registrados. Hay que ser extraordinariamente ignorante para creer las afirmaciones de Trump de que estas acciones “sacan de la mesa” dos de los asuntos más espinosos de este conflicto.
Para empeorar las cosas, al abandonar las iniciativas para derrocar al dictador sirio Bashar al Asad, la administración Obama abrió las puertas a Rusia para entrar en la región. Bajo Trump, en un siniestro negativo de la victoria estadounidense en la Guerra Fría, Oriente Medio se ha convertido en el campo de juegos de los rusos.
Egipto, estrecho aliado de EE. UU., ha firmado grandes acuerdos de armamentos con Rusia, que además está proveyéndole cuatro reactores nucleares. La relación bilateral se ha profundizado con una cercana cooperación militar con Libia, país completamente ignorado por Estados Unidos y que se ha convertido en un vínculo estratégico vital en la penetración rusa de la esfera de influencia occidental, lo que se ejemplifica por los avances del Kremlin para construir una base naval allí.
Arabia Saudí, que por largo tiempo se ha beneficiado del paraguas de seguridad estadounidense, también ha adquirido reactores nucleares y misiles avanzados S-400 rusos. Además, Baréin, Marruecos y los Emiratos Árabes Unidos están impulsando acuerdos de armamentos con Rusia.
Turquía, aliado clave de la OTAN, también está pasando a la órbita estratégica rusa. El presidente Recep Tayyip Erdogan tiene mucho que responder a la hora de dar cuentas por la tambaleante economía y el retroceso democrático de su país. Pero no hay dudas de que la decisión de la administración Trump, tomada en agosto, de redoblar los aranceles aduaneros al acero y el aluminio como castigo por la negativa turca de liberar a un clérigo estadounidense arrestado por supuestas “actividades subversivas” contribuyó al colapso de la lira. De hecho, el gobierno estadounidense no ha dado ninguna señal de que le importe que Turquía siga siendo su aliada.
Incluso Israel, por el que Trump ha hecho tanto para aplacarlo, está derivando hacia Rusia, de la que depende para ayudar a impedir que Irán gane terreno en Siria. Puesto que la administración de Trump no ofrece nada parecido a una política efectiva en Siria, y mucho menos una estrategia para limitar la campaña de Irán para asegurarse un corredor hasta el Líbano, el primer ministro Benjamín Netanyahu ahora hace viajes regulares a Moscú para abogar por el caso de Israel.
No se pueden exagerar los peligros que conllevan las políticas de Trump hacia Irán. Retirar a los Estados Unidos del Plan de Acción Conjunto e Integral (JCPOA, por sus siglas en inglés), del acuerdo de no proliferación nuclear más importante en un cuarto de siglo, e imponer un estricto régimen de sanciones a Irán no han afectado la belicosa estrategia de este país para lograr la primacía regional, ejemplificada por sus actividades en el Líbano, Siria y Yemen. Además, estas medidas han socavado la reputación global de Estados Unidos y ampliado la brecha entre EE. UU. y sus aliados europeos, todos los cuales apoyan el JCPOA.
Ahora Siria está en riesgo de convertirse en escenario de una importante guerra entre Israel, que ya está realizando ejercicios militares, y la alianza de Irán y su representante libanés, Hizbolá. Si ocurre, esta guerra podría también fagocitar al Líbano. En todo este desorden, Israel incluso podría verse enfrentada con Rusia.
Piénsese en el reciente derribo de un avión militar ruso por el fuego antiaéreo sirio. Puesto que el accidente —en el que murieron los 15 tripulantes— ocurrió en medio de un ataque israelí sobre instalaciones iraníes, el ejército ruso, hastiado con la supuesta imprudencia de la fuerza aérea israelí, culpó a jets israelíes por poner al avión ruso en la línea de fuego. Ahora el presidente ruso, Vladimir Putin, parece estar planeando el envío de misiles a Siria para ayudarla a contrarrestar el predominio de la fuerza aérea israelí sobre el espacio aéreo sirio.
Siria está lejos de ser el único país en peligro. La política de Trump de envalentonar a los rivales de Irán (Egipto, Israel y Arabia Saudí) también podría provocar escaladas en los conflictos existentes en Baréin, Líbano y Yemen, por no mencionar Gaza.
En lugar de promover un acuerdo diplomático para poner fin a la colosal tragedia humanitaria que está ocurriendo en Yemen, Trump está proveyendo al príncipe de la corona de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, todas las armas que necesita para una guerra que su país parece incapaz de ganar. Eso, además de su abandono de los llamados de Obama a emprender reformas democráticas, un regalo tanto para la casa de Saud como para el presidente egipcio, Abdel Fattah el Sisi.
Bajo Trump, EE. UU. se ha caracterizado por ser una fuerza profundamente perturbadora, no solo en Oriente Medio, sino en todo el mundo. En vez de solucionar conflictos, su gobierno los exacerba, con la ilusión de que apoyar a los autócratas y castigar a los adversarios con sanciones, aranceles y el retiro de ayuda facilitará las negociaciones más adelante.
Pero, como demostró la Primavera Árabe, existe un límite a la capacidad de las autocracias de Oriente Medio de poner en sordina las ambiciones y frustraciones de su creciente población joven. Cuando esa capacidad se acabe y la región descienda al caos, la doctrina de Trump no tendrá nada que ofrecer, porque en un sentido habrá logrado su objetivo.
* Vicepresidente del Centro Internacional Toledo por la Paz y autor de “Cicatrices de guerra y heridas de paz. La tragedia árabe-israelí”. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen. Copyright: Project Syndicate, 2018.www.project-syndicate.org
Puede que el presidente estadounidense, Donald Trump, sea temperamental, pero sí tiene una doctrina. Como confirmara una vez más su discurso en septiembre en la Asamblea General de las Naciones Unidas, rechaza las instituciones multilaterales y los valores liberales en favor del Estado-nación y la política del poder. Pero comprender la “doctrina Trump” —con su apoyo a abandonar el largo papel de Estados Unidos como árbitro global— no la hace menos disruptiva, especialmente para el ya inestable Oriente Medio.
No es de sorprender que la región haya sido particularmente vulnerable a los efectos perturbadores de la doctrina Trump. Después de todo, las tímidas políticas de su predecesor, Barack Obama, exacerbaron de manera considerable la disfunción de esta zona y abrieron el camino para que Trump introdujera lo que solo se puede describir como caos. (Más Pensadores Globales 2019).
Para comenzar, la administración Obama fracasó miserablemente en avanzar para resolver el conflicto entre Israel y los palestinos, fracaso que Trump prometió corregir con el “acuerdo del siglo”. En lugar de ello, Trump ha reconocido unilateralmente a Jerusalén como capital de Israel, trasladó la embajada de su país allí y puso fin a los fondos estadounidenses para la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA, por sus siglas en inglés), que apoya a más de cinco millones de refugiados palestinos registrados. Hay que ser extraordinariamente ignorante para creer las afirmaciones de Trump de que estas acciones “sacan de la mesa” dos de los asuntos más espinosos de este conflicto.
Para empeorar las cosas, al abandonar las iniciativas para derrocar al dictador sirio Bashar al Asad, la administración Obama abrió las puertas a Rusia para entrar en la región. Bajo Trump, en un siniestro negativo de la victoria estadounidense en la Guerra Fría, Oriente Medio se ha convertido en el campo de juegos de los rusos.
Egipto, estrecho aliado de EE. UU., ha firmado grandes acuerdos de armamentos con Rusia, que además está proveyéndole cuatro reactores nucleares. La relación bilateral se ha profundizado con una cercana cooperación militar con Libia, país completamente ignorado por Estados Unidos y que se ha convertido en un vínculo estratégico vital en la penetración rusa de la esfera de influencia occidental, lo que se ejemplifica por los avances del Kremlin para construir una base naval allí.
Arabia Saudí, que por largo tiempo se ha beneficiado del paraguas de seguridad estadounidense, también ha adquirido reactores nucleares y misiles avanzados S-400 rusos. Además, Baréin, Marruecos y los Emiratos Árabes Unidos están impulsando acuerdos de armamentos con Rusia.
Turquía, aliado clave de la OTAN, también está pasando a la órbita estratégica rusa. El presidente Recep Tayyip Erdogan tiene mucho que responder a la hora de dar cuentas por la tambaleante economía y el retroceso democrático de su país. Pero no hay dudas de que la decisión de la administración Trump, tomada en agosto, de redoblar los aranceles aduaneros al acero y el aluminio como castigo por la negativa turca de liberar a un clérigo estadounidense arrestado por supuestas “actividades subversivas” contribuyó al colapso de la lira. De hecho, el gobierno estadounidense no ha dado ninguna señal de que le importe que Turquía siga siendo su aliada.
Incluso Israel, por el que Trump ha hecho tanto para aplacarlo, está derivando hacia Rusia, de la que depende para ayudar a impedir que Irán gane terreno en Siria. Puesto que la administración de Trump no ofrece nada parecido a una política efectiva en Siria, y mucho menos una estrategia para limitar la campaña de Irán para asegurarse un corredor hasta el Líbano, el primer ministro Benjamín Netanyahu ahora hace viajes regulares a Moscú para abogar por el caso de Israel.
No se pueden exagerar los peligros que conllevan las políticas de Trump hacia Irán. Retirar a los Estados Unidos del Plan de Acción Conjunto e Integral (JCPOA, por sus siglas en inglés), del acuerdo de no proliferación nuclear más importante en un cuarto de siglo, e imponer un estricto régimen de sanciones a Irán no han afectado la belicosa estrategia de este país para lograr la primacía regional, ejemplificada por sus actividades en el Líbano, Siria y Yemen. Además, estas medidas han socavado la reputación global de Estados Unidos y ampliado la brecha entre EE. UU. y sus aliados europeos, todos los cuales apoyan el JCPOA.
Ahora Siria está en riesgo de convertirse en escenario de una importante guerra entre Israel, que ya está realizando ejercicios militares, y la alianza de Irán y su representante libanés, Hizbolá. Si ocurre, esta guerra podría también fagocitar al Líbano. En todo este desorden, Israel incluso podría verse enfrentada con Rusia.
Piénsese en el reciente derribo de un avión militar ruso por el fuego antiaéreo sirio. Puesto que el accidente —en el que murieron los 15 tripulantes— ocurrió en medio de un ataque israelí sobre instalaciones iraníes, el ejército ruso, hastiado con la supuesta imprudencia de la fuerza aérea israelí, culpó a jets israelíes por poner al avión ruso en la línea de fuego. Ahora el presidente ruso, Vladimir Putin, parece estar planeando el envío de misiles a Siria para ayudarla a contrarrestar el predominio de la fuerza aérea israelí sobre el espacio aéreo sirio.
Siria está lejos de ser el único país en peligro. La política de Trump de envalentonar a los rivales de Irán (Egipto, Israel y Arabia Saudí) también podría provocar escaladas en los conflictos existentes en Baréin, Líbano y Yemen, por no mencionar Gaza.
En lugar de promover un acuerdo diplomático para poner fin a la colosal tragedia humanitaria que está ocurriendo en Yemen, Trump está proveyendo al príncipe de la corona de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, todas las armas que necesita para una guerra que su país parece incapaz de ganar. Eso, además de su abandono de los llamados de Obama a emprender reformas democráticas, un regalo tanto para la casa de Saud como para el presidente egipcio, Abdel Fattah el Sisi.
Bajo Trump, EE. UU. se ha caracterizado por ser una fuerza profundamente perturbadora, no solo en Oriente Medio, sino en todo el mundo. En vez de solucionar conflictos, su gobierno los exacerba, con la ilusión de que apoyar a los autócratas y castigar a los adversarios con sanciones, aranceles y el retiro de ayuda facilitará las negociaciones más adelante.
Pero, como demostró la Primavera Árabe, existe un límite a la capacidad de las autocracias de Oriente Medio de poner en sordina las ambiciones y frustraciones de su creciente población joven. Cuando esa capacidad se acabe y la región descienda al caos, la doctrina de Trump no tendrá nada que ofrecer, porque en un sentido habrá logrado su objetivo.
* Vicepresidente del Centro Internacional Toledo por la Paz y autor de “Cicatrices de guerra y heridas de paz. La tragedia árabe-israelí”. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen. Copyright: Project Syndicate, 2018.www.project-syndicate.org