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                                                                                                                                La vida al borde del hambre en Sahel (África)

                                                                                                                                Una crisis alimentaria se cierne sobre 16 millones de personas.

                                                                                                                                Silvia Blanco, Mao / El País de España

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Lo primero que se ve al llegar a Mao es una enorme esfera plateada que se eleva sobre las casas de adobe. El tráfico de las calles de arena, donde se hunden los pies hasta el tobillo, consiste en burros transportando ladrillos y bultos, algún camión rebosante de hombres con turbante y camellos. Hay 44 grados. Por las tardes, el polvo que se respira durante todo el día empieza a ascender y crea una cortina brumosa que envuelve y emborrona la capital de la región de Kanem, en el centro-oeste de Chad, en el cinturón del Sahel que atraviesa el país.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Aún en estas condiciones, para muchos, Chad es todavía el lugar al que volver para los cerca de 90.000 chadianos que habían emigrado a Libia para trabajar y que la guerra ha obligado a retornar. Ahora regresan a un país azotado por la escasez, y se ha agravado la necesidad de los que recibían sus remesas. Zeneba Usman, de 25 años, ha acudido con el pequeño Gukoni, de 13 meses, a recibir de Unicef el alimento terapéutico que su hijo necesita. Tiene otros dos niños y está embarazada. Cuando se casó, se fue a vivir a Zouara, en Libia. Allí ha pasado los últimos diez años. 'Cuando empezó la guerra, decidimos quedarnos. Había tiroteos por las noches. Pero un día vino mi vecina a casa y me dijo que si no nos íbamos al día siguiente, toda la familia estaría en riesgo'. Muchos emigrantes subsaharianos vieron cómo, durante la revolución, se convertían en sospechosos de ser mercenarios y de apoyar al régimen de Gadafi. Hace seis meses que regresaron. Su marido, que en Libia era jardinero, lleva sin trabajar desde entonces.

                                                                                                                                De vuelta al centro de nutrición, Zara, de dos años, ha mejorado mucho. Solo ha pasado un día y es capaz de comer por sí misma. Lo hace como si aullara, pero ahora Zara ya es capaz de llorar.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Lo primero que se ve al llegar a Mao es una enorme esfera plateada que se eleva sobre las casas de adobe. El tráfico de las calles de arena, donde se hunden los pies hasta el tobillo, consiste en burros transportando ladrillos y bultos, algún camión rebosante de hombres con turbante y camellos. Hay 44 grados. Por las tardes, el polvo que se respira durante todo el día empieza a ascender y crea una cortina brumosa que envuelve y emborrona la capital de la región de Kanem, en el centro-oeste de Chad, en el cinturón del Sahel que atraviesa el país.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Aún en estas condiciones, para muchos, Chad es todavía el lugar al que volver para los cerca de 90.000 chadianos que habían emigrado a Libia para trabajar y que la guerra ha obligado a retornar. Ahora regresan a un país azotado por la escasez, y se ha agravado la necesidad de los que recibían sus remesas. Zeneba Usman, de 25 años, ha acudido con el pequeño Gukoni, de 13 meses, a recibir de Unicef el alimento terapéutico que su hijo necesita. Tiene otros dos niños y está embarazada. Cuando se casó, se fue a vivir a Zouara, en Libia. Allí ha pasado los últimos diez años. 'Cuando empezó la guerra, decidimos quedarnos. Había tiroteos por las noches. Pero un día vino mi vecina a casa y me dijo que si no nos íbamos al día siguiente, toda la familia estaría en riesgo'. Muchos emigrantes subsaharianos vieron cómo, durante la revolución, se convertían en sospechosos de ser mercenarios y de apoyar al régimen de Gadafi. Hace seis meses que regresaron. Su marido, que en Libia era jardinero, lleva sin trabajar desde entonces.

                                                                                                                                De vuelta al centro de nutrición, Zara, de dos años, ha mejorado mucho. Solo ha pasado un día y es capaz de comer por sí misma. Lo hace como si aullara, pero ahora Zara ya es capaz de llorar.

                                                                                                                                Por Silvia Blanco, Mao / El País de España

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