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Mucho antes de que los cielos de Afganistán se vieran invadidos por bombarderos, drones, aeronaves extranjeras y todo tipo de estrategias en nombre de la democracia, el paisaje más común eran las cometas. Cada año, cerca de noviembre y hasta el 21 de marzo cuando se celebra la llegada de la primavera y el Año Nuevo, Kabul se llenaba de coloridas figuras de papel.
También era común ver mujeres sin burka (vestido que las cubre de pies a cabeza). “Vestían ropa moderna, opinaban, fumaban, resultaban exóticas, atractivas e intimidantes”, relataba en una entrevista Khaled Hosseini, autor de Y las montañas hablaron y Cometas en el cielo. No es el único que recuerda ese tipo de escenas hoy imposibles. Sahal Gul, autora del blog “Mezquita de Mujeres” cuenta cómo ellas visitaban bibliotecas, escuchaban música y sus tacones retumbaban en los salones de las universidades y de los hospitales. “Mujeres que compartían con hombres la misión de ampliar los horizontes de la ciencia, mujeres que contribuían con sus ideas, sueños y sabiduría natural, a la construcción de un país”, relata. Vea también: La paz en Afganistán es a cualquier precio
El fotógrafo Mohanmad Qayoumi, quien creció en Kabul en la década de los 60 y 70, tiene una página en Facebook en la que publicó sus recuerdos del Afganistán de hace medio siglo. “Las mujeres afganas cursaban carreras como medicina; los hombres y ellas se mezclaban en cines y campus de las instituciones educativas y las fábricas producían productos para exportar; el gobierno gestionaba proyectos, había buena infraestructura, y en general, se sentía el progreso”, relata. “Pero todo aquello fue destruido por décadas de guerra”, lamenta. El doctor Bill Podlich fue enviado por la Unesco en 1967 a Afganistán y él también retrató a mujeres y hombres a la moda en salones de clase, niños jugando en las calles y cafés, cines y librerías abiertas.
¿Qué pasó?
La historia de Afganistán está marcada por las continuas invasiones: persas, griegos, árabes, mongoles, británicos, rusos y estadounidenses pusieron y quitaron gobiernos a su antojo, declararon guerras, promovieron grupos armados y convirtieron a esta nación en el escenario ideal para el extremismo. Sí, el mismo que permitió que el movimiento talibán se apoderara del país e hiciera lo que quisiera durante años.
El movimiento talibán, integrado por jóvenes estudiantes formados en escuelas coránicas paquistaníes, surgió como fuerza militar en las zonas de la etnia pastún del sur afgano; fueron financiados y armados por EE. UU. para luchar contra la invasión de la Unión Soviética que comenzó en 1979. Luego de una lucha sin cuartel, en septiembre de 1996, los talibanes se toman el poder. Ahí comenzó el régimen del terror. Vea: Redes sociales, un obstáculo para la paz en Afganistán
Impusieron la versión más radical del Islam, la sharia, una ley que prohíbe y castiga todo. A partir de entonces, las mujeres fueron borradas de la vida pública (y privada) a través de 29 terribles leyes que incluyen lapidación si se dejan ver por una ventana o si osaban no vestir la burka. Durante su régimen hubo ejecuciones públicas, amputaciones y persecución a todo nivel. Se prohibió la televisión, la música, el cine y la educación de las niñas y mujeres, se cerraron universidades, cines, cafés, el país se vino a pique.
Pero quizás el golpe más duro para los afganos fue cuando mediante un decreto santo les prohibieron elevar cometas, una pasión que acompaña al pueblo desde tiempos remotos. Según el talibán, elevar cometa es una “pérdida de tiempo” y debe ser castigado severamente.
En medio de este caos, uno de los suyos, el ciudadano saudita Osama bin Laden atacó el corazón de EE. UU. el 11 de septiembre de 2001. Recordando esa antigua “alianza” con ese movimiento, Washington le exigió al movimiento talibán, entregar a bin Laden. Pero estos se negaron y entonces en octubre de ese año se desató la última invasión, una que ya cumple 18 años y que ha dejado miles de muertos y un país destrozado.
Del país que retrataron Qayoumi, Khaled Hosseini y el doctor Bill Podlich no queda nada. Ni las cometas, que volvieron fugazmente en 2003, cuando las tropas estadounidenses expulsaron a los talibanes que huyeron hacia las montañas de Pakistán. Una salida breve, pues cinco años después regresaron y a punta de terror comenzaron a retomar el poder: hoy dominan el 70 % del territorio afgano.
Ese enemigo contra el que no pudo EE. UU., hoy está sentado en la mesa de diálogo negociando con el gobierno de Donald Trump, que decidió comenzar un proceso de paz en Catar, excluyendo al gobierno actual.
Los talibanes saben de su poder e influencia en el país y usan la violencia para reafirmarlo: este año han matado a más de 3.000 personas en atentados y amenazan con cometer más si los afganos acuden a las urnas este sábado para elegir al próximo presidente.
Unas elecciones que se disputan 15 personajes (ni una sola mujer); entre los favoritos un médico y el llamado “Carnicero de Kabul”, un comandante que luchó contra la invasión soviética y mató a miles de personas en la capital afgana.
Los talibanes dicen que lo “peor está por venir”. Los afganos están serguros de eso: en dos meses comenzará la temporada de cometas y con las amenazas del movimiento talibán, esa tradición también quedará destruída.