Las fracturas en Israel se abren en el norte, que se siente como carne de cañón
La frontera con el Líbano lleva diez meses con enfrentamientos, casi diarios, entre el Ejército israelí y el grupo insurgente. En el medio, la población civil está molesta porque percibe que el Gobierno reacciona diferente cuando Tel Aviv es el blanco de las hostilidades.
María José Noriega Ramírez
Eran las 9:00 a. m. del domingo cuando David Kerpel, recién levantado, vio noticias y se enteró del ataque de Hezbolá y de la respuesta de Israel a los drones y cohetes que fueron lanzados desde el Líbano. Él estaba en Jerusalén, lejos de esa frontera norte que casi a diario, desde hace 10 meses, vive de enfrentamiento en enfrentamiento: “No me enteré de nada, estaba en mi casa. No estoy en la misma posición de la persona que lo está viviendo, que me mira y me dice: ‘Tú no entiendes, no sabes lo que está pasando acá, no te lo puedes imaginar’, y tiene toda la razón, no lo puedo hacer”. Se refiere a los que viven en los kibutz y las aldeas agrícolas cerca del borde, a aquellos que no están en Tel Aviv o en el centro, y que están sintiendo que el gobierno de Benjamín Netanyahu los está abandonando.
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Eran las 9:00 a. m. del domingo cuando David Kerpel, recién levantado, vio noticias y se enteró del ataque de Hezbolá y de la respuesta de Israel a los drones y cohetes que fueron lanzados desde el Líbano. Él estaba en Jerusalén, lejos de esa frontera norte que casi a diario, desde hace 10 meses, vive de enfrentamiento en enfrentamiento: “No me enteré de nada, estaba en mi casa. No estoy en la misma posición de la persona que lo está viviendo, que me mira y me dice: ‘Tú no entiendes, no sabes lo que está pasando acá, no te lo puedes imaginar’, y tiene toda la razón, no lo puedo hacer”. Se refiere a los que viven en los kibutz y las aldeas agrícolas cerca del borde, a aquellos que no están en Tel Aviv o en el centro, y que están sintiendo que el gobierno de Benjamín Netanyahu los está abandonando.
“¿Qué soy? ¿Un ciudadano de segunda? Llevamos todo este tiempo con el miedo en el cuerpo, con una rutina de bombardeos y no les importa. Y ahora, cuando los cohetes iban contra Tel Aviv, ¿es cuando lanzamos un ataque preventivo? ¿Para nosotros no, pero para ellos sí?”, le dijo a El País Ido Azulay desde la ciudad de Acre, a 36 kilómetros de la frontera con el Líbano, que hace dos días despertó con el ruido de las alarmas antiaéreas, un impacto directo de cohete y la explosión por la intercepción de otro. Este lugar, de 50.000 habitantes, entre judíos y los descendientes de quienes se quedaron durante la Nakba, el éxodo de unos 750.000 palestinos, no ha sido evacuado. Hay algunos que piensan que, tras el ataque del 7 de octubre de Hamás, que mató a cerca de 1.200 personas y dejó secuestradas a otras 250, es imposible seguir viviendo con Hezbolá del otro lado.
“Ellos se ven como carne de cañón”, apunta Kerpel, que es historiador y guía turístico: “Hay un clamor público de los residentes de toda la franja norte, desde el Mediterráneo hasta la frontera con Siria, de que el Gobierno los ha dejado en una situación totalmente indefinida. Ellos no ven solución a esto, pero el día que se detecta que habrá un gran ataque de misiles, que en su mayoría serán disparados hacia Tel Aviv y la región del Gush Dan, ahí sí el Ejército sale a hacer un ataque preventivo amplio. ¿Por qué no hace lo mismo antes o después? Esa sensación los lleva a la preocupación y al desespero, a criticar la actitud del Gobierno”. El problema, al menos para él, es que no se habla mucho de esto, “porque supuestamente tenemos que estar solidarios los unos con los otros”.
Pero esa división existe y ha sido criticada desde los medios de comunicación, que algunos se han convertido en una fuente de reproche frente a Netanyahu, ante la falta de soluciones con respecto a las negociaciones con Hamás para liberar a los rehenes en la Franja de Gaza, donde el asedio de sus fuerzas ha matado a más de 40.000 personas. Shimon Sheves, que fue director general de la oficina de Yizhak Rabin, ex primer ministro asesinado en el marco de los Acuerdos de Oslo, escribió este martes en The Times of Israel una columna de opinión que menciona algo de eso: “Bajo este Gobierno, ya no se trabaja por el desarrollo de la tierra para el beneficio de todos sus habitantes, sino más bien para el de un grupo selecto de colaboradores cercanos y colonos. El resto está abandonado, a la espera de la muerte y de la misericordia de las organizaciones terroristas (...). Imaginen esta imagen: el sur está quemado, el norte está en llamas y abandonado, y en Jerusalén, los miembros del Gobierno y sus emisarios se sientan, asegurándose de que todo lo que quede sea quemado hasta los cimientos”.
Kerpel cuenta que hoy se siente euforia por la libertad de Qaid Farhan Alkadi, de 52 años, secuestrado por Hamás el año pasado. Pero la incertidumbre es constante: “Te levantas por la mañana y no sabes qué va a pasar. La sensación es que todos los días hay malas noticias. Es muy difícil llevar la vida de esta manera”. Apenas ayer, cobraron US$9 por un kilo de tomates. Como no se puede ir a los campos del sur ni del norte, no hay mucha oferta. Además, el año lectivo está por empezar y muchas familias están con la duda de si meter a su hijo a estudiar. Son varias preguntas: ¿lo inscribo en el kibutz, que queda cerca de la frontera, o en el lugar de evacuación? El desarraigo es difícil. De hecho, hay familias que quieren volver, aunque otras no, y esto sumerge al Gobierno en una situación más caótica.
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