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El pasado 8 de julio, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, estaba convencido (o lo decía de puertas para afuera) de que Afganistán sobreviviría a la salida definitiva de las tropas norteamericanas. -¿La victoria talibán es inevitable?, le preguntaron en una rueda de prensa. -“No, no lo es, tienes a 300.000 soldados afganos bien equipados, tan buenos como los de cualquier ejército en el mundo, y una Fuerza Aérea, contra unos 75.000 talibanes. No es inevitable”, respondió el mandatario.
Lo cierto es que en ese punto Biden ya estaba enterado de lo que pasaría en Afganistán con un retiro de las tropas, pues varios informes le advirtieron sobre el escenario que seguiría en el país. Y aunque los documentos se quedaron cortos, pues ninguno anticipó que “las muy bien entrenadas tropas” se rendirían sin dar la batalla y que los talibanes conseguirían el poder en dos semanas, sí le recomendaban un retiro gradual para evitar el caos y el colapso del Estado afgano.
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Biden, sin embargo, no tenía otra opción que cumplir con el acuerdo que Donald Trump firmó con los talibanes a espaldas del gobierno de Afganistán a cambio de que las tropas estadounidenses no fueran atacadas, pero en su afán de sacar a los soldados cerró cualquier posibilidad de una transición negociada y se desató el caos.
Rafael Piñeros, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Externado de Colombia, explica que “después de 20 años era difícil encontrar una salida digna de Afganistán, Biden hizo lo que tenía que hacer, arriesgando capital político de cara a las elecciones de medio término, tratando de cerrar una brecha y buscando que la comunidad internacional entienda que ese no es un problema solo de EE. UU”. A pesar de sus críticas mordaces a Biden estos días, Trump reconoció esta inevitabilidad cuando su administración firmó el acuerdo de retirada con los talibanes en febrero de 2020. “Solo se puede sostener la mano de alguien durante un tiempo”, dijo Trump. Cuando se le preguntó si las fuerzas afganas eran capaces de defenderse, señaló: “Espero que lo sean, pero no lo sé”.
Para Richard Fontaine, experto del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense, una presencia estadounidense limitada en Afganistán habría permitido proteger los avances obtenidos, especialmente para las mujeres y todos los afganos que ahora temen el regreso de una era brutal. Pero al parecer esos avances no son como los pintaron. Mónica Bernabé, periodista española que ha cubierto por años Afganistán, aseguró en la prensa de su país que esa imagen “era una ficción todo lo que Estados Unidos decía de ese país: ni se había instaurado una democracia, ni las mujeres tenían derechos, ni el ejército afgano tenía capacidad para frenar el avance de los talibanes”. Un artículo en The Washington Post, basado en un informe de la Oficina General para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) de 2019, concluyó que EE. UU. mintió sobre lo que sucedía en ese país. “Parecido a lo que ocurrió en Vietnam o Irak, las estadísticas fueron distorsionadas por razones políticas para presentar la mejor imagen”, dijo Bob Crowley, asesor de contrainsurgencia al Post.
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Ni el ejército afgano contaba con 300.000 tropas ni estaban bien entrenados. Los documentos señalan que muchos eran soldados “fantasmas” que solo cobraban los sueldos. Para rematar, la moral de los soldados afganos era muy baja, pues no contaron con el entrenamiento correcto(es diferente entrenar a un americano que a un afgano, por sus costumbres y creencias). De acuerdo con Crowley, solo 30.000 tenían la formación para enfrentar a los talibanes, pero tampoco podían lograr mucho sin el apoyo de EE. UU.; en agosto, frente al avance talibán, muy pocos combatieron porque no tenían municiones ni comida, y de nuevo ese dinero se perdió en la burocracia afgana.
Hace unas semanas, el gobierno de EE. UU. comenzó a ver cómo los soldados afganos, ante la cercanía del bando enemigo, simplemente huían. En otros casos dejaban que los ancianos de las ciudades que tienen un sistema tribal negociaran la rendición con los talibanes. Lo mismo, le recordaron asesores militares a Biden, hicieron los talibanes en 2001, cuando fueron sacados del poder. Biden fue informado en junio de que el gobierno de Afganistán podría caer entre seis y doce meses después de la retirada de EE. UU., según informó The Wall Street Journal. En ningún escenario se planteó que la caída sería cuestión de semanas. El informe de SIGAR, publicado en julio, sugería la falta de progreso en ese país y la tendencia de los gobiernos de Obama, Trump y Biden de favorecer las buenas noticias frente a la realidad. El 11 de julio, John Kirby, portavoz del Pentágono, dijo que “las fuerzas de seguridad afganas saben cómo defender a su país”.
Antes de acelerar el retiro, el secretario de Defensa, Lloyd Austin III, le recomendó a Biden no hacer una retirada completa. “Hemos visto esta película antes”, le dijo al presidente. “Nunca entendimos lo que es Afganistán. No supimos lo que estábamos haciendo”, confesó el general Douglas Lute, director del programa antidrogas en ese país en 2015.
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“Estoy profundamente entristecido por los acontecimientos. Pero no me arrepiento de mi decisión de poner fin a la guerra de Estados Unidos en Afganistán”, aseguró Biden. El diario The New York Times lo resume así: “La historia recordará que Joe Biden fue quien presidió la humillante conclusión de la experiencia estadounidense en Afganistán”.