“Las raíces de esta ira popular son mucho más profundas”: Michel Maffesoli
El sociólogo francés Michel Maffesoli, profesor emérito de la Sorbona, estudioso de las movilizaciones sociales en el mundo, habla sobre el movimiento social colombiano.
Hay preocupación en el mundo por lo que pasa en Colombia. Analistas, gobiernos, ONG y medios de comunicación en varios países expresaron su intranquilidad por el exceso de violencia policial y los desmanes vandálicos durante las marchas de la semana pasada. El profesor emérito de la Sorbona y coautor del libro El fracaso de las élites, analiza la efervescencia social colombiana en el marco de la pandemia.
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Hay preocupación en el mundo por lo que pasa en Colombia. Analistas, gobiernos, ONG y medios de comunicación en varios países expresaron su intranquilidad por el exceso de violencia policial y los desmanes vandálicos durante las marchas de la semana pasada. El profesor emérito de la Sorbona y coautor del libro El fracaso de las élites, analiza la efervescencia social colombiana en el marco de la pandemia.
Desde al menos dos años constatamos una oleada de protestas en varios países. ¿Piensa que la pandemia ha aumentado el descontento?
Como lo escribí a propósito de las manifestaciones en Francia, las diversas manifestaciones de protesta como los chalecos amarillos, que se dieron contra el código de trabajo y la reforma a las pensiones, y ahora las protestas contra la política de restricción de libertades so pretexto de la lucha contra la pandemia, traducen en general una fractura entre las élites en el poder y el pueblo. La crisis económica, así como la crisis sanitaria, provienen de una crisis más profunda, la de la civilización. Estamos viviendo un cambio de época, el paso de una sociedad estatista, centralizada, burocrática, a una sociedad más lábil en la que las solidaridades se expresan a nivel local y las relaciones con el otro se vuelven primordiales. Frente a esos cambios, el poder central se crispa y trata de conservar sus privilegios, lo que explica los niveles crecientes de violencia en la protesta, pero mucho más en la represión.
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En plena pandemia hemos visto manifestaciones en Hong Kong, Estados Unidos, Chile y ahora Colombia, ¿cómo entender esta efervescencia social?
El hombre es un ser social que no puede vivir aislado, sin ayuda mutua y sin contradicción con sus semejantes. Esta necesidad de pertenecer a una o a varias comunidades, se afirma en todos los países y marca el fin de la era moderna (siglos XVII - XX), durante la cual el individualismo y su corolario, la democracia representativa, habían limitado la necesidad relacional. La pandemia, o mejor la utilización de la pandemia, ha hecho que varios países hayan buscado encerrar a la gente y aniquilar todo connato de reunión, sea de protesta o no. Países autoritarios, de los que China es el parangón, han llevado a cabo la lucha contra la pandemia reforzando e incluso exhibiendo este encierro. Otros países menos autoritarios han intentado hacer lo mismo, abusando del miedo para imponer el confinamiento. La necesidad de reunirse, de enfrentar la finitud y la muerte, de estar juntos y retomar los lazos de proximidad, está más viva que nunca. Es como una olla de presión que estalla y produce manifestaciones violentas, más aún cuando son prohibidas.
La explosión social en Colombia se produjo por un proyecto de reforma tributaria presentado en el tercer pico de contagios y en plena crisis económica y social. ¿Esta es la desconexión entre las élites y el pueblo que usted plantea?
Sí, exactamente. Cada sociedad, cada época, usa distintas palabras para nombrarse, para contar una historia común. La modernidad se construyó sobre la creencia en un progreso científico y técnico infinito, los beneficios de un racionalismo total y el principio del individualismo que relegaba la expresión de los sentimientos y las emociones a la intimidad de cada uno. Y, además, un materialismo y un utilitarismo absoluto: todo es económico, todo se reduce a su valor monetario. Considero que el pueblo, en cambio, está motivado por una búsqueda de sentido, una nostalgia de lo sagrado, la necesidad de contar un mito común. Pero las élites que detentan el poder, aquellas que tienen el derecho de decir y de hacer, no saben responder a esas necesidades. Por eso utilizan palabras que ya no dan sentido, que son simple hechizo: democracia, partido, reforma, etc. Las raíces de estas manifestaciones, de esta ira popular, son mucho más profundas. Ya no hay adecuación entre el poder político, económico, los políticos de profesión, los grandes empresarios y la potencia popular.
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La comunidad internacional rechaza los excesos de la Policía durante las manifestaciones que se han presentado recientemente en Colombia. ¿Por qué seguimos viendo estos excesos?
Advirtiendo que la violencia policial no alcanzan los mismos grados en Francia y Colombia, creo que de todas maneras se puede hacer un análisis común. La Policía está compuesta por personas cuyo sentido del trabajo consiste, ante todo, en hacer respetar la ley. Perseguir ladrones y criminales, para retomar la acepción más simple de policía, en la que creen los niños. Los movimientos de protesta como el de Colombia, o de Francia, con los chalecos amarillos, están compuestos por personas que se parecen mucho a los policías: comparten las mismas necesidades económicas, están en la misma situación social y, sobre todo, tienen la misma esperanza en un mito unificador, un relato con sentido. En ese contexto, los policías rasos se ven “forzados” a intervenir y, por supuesto, a exacerbar la violencia. La orden es no tratar a los manifestantes con respeto o como semejantes, pues se abriría la posibilidad de pactar con ellos. En Francia, a comienzos del siglo pasado, se produjo ese fenómeno: el ejército se rehusó a intervenir contra las manifestaciones de los viticultores porque eran sus padres, sus hermanos, sus amigos. Es entonces muy peligroso que quienes detentan el poder abusen de la violencia brutal e irreflexiva, esta podría volverse contra ellos.
¿Qué mueve hoy a los manifestantes?
Desde hace varias décadas la forma política de la democracia representativa, con sus partidos, sus líderes, etc., está saturada. Ya no tiene sentido, no contiene una apuesta verdadera más allá de mantener el poder de una oligarquía vetusta y de un capitalismo financiero sin raíces territoriales. Entonces el pueblo se encuentra y se cohesiona de otro modo en este combate político. El poder vertical es sustituido por otra forma de autoridad horizontal. Pero no es solamente la forma partido la que está desgastada: es la aceptación misma del combate político como proyecto, como proyección de un programa hacia el futuro. Lo que caracteriza a la sociedad posmoderna en su relación con el tiempo, ya no es la proyección en el futuro, sino el presentismo, la atención en el aquí y el ahora. En consecuencia, el primer propósito de la movilización es el estar juntos, encontrarse. Se entiende que un año de confinamiento impuesto, o recomendado apelando al miedo, provoque un deseo irreprimible de reencontrarse ¡cueste lo que cueste!
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¿Cómo puede un gobierno abordar este movimiento social o bajar el nivel de violencia como el que se ha visto en Colombia?
Sin ser experto en mantenimiento del orden, creo que querer mantener a cualquier precio un orden social, que ya no está arraigado en el consenso popular y está vacío de sentido, solo puede conducir a una escalada de violencia. Además, querer erradicar la violencia, y en particular la violencia colectiva de las multitudes o de pequeños grupos delirantes, es totalmente ilusorio. Existe una pulsión violenta que permite la expresión de emociones comunes que crean lazos. Pero se puede tratar de ritualizar esta violencia, de “homeopatizarla”, privilegiando formas de expresión lúdicas, festivas y comunitarias que afirmen el deseo estar juntos a cualquier precio. El confinamiento y la represión solo exacerban la violencia que se incuba en todo un grupo.
Traducción: Pablo Cuartas. Coordinador del programa de ciencia política, gobierno y relaciones internacionales de la Universidad Autónoma de Manizales.