Lecciones del genocidio tutsi en Ruanda: lo aprendido y lo pendiente
El 6 de abril de 1994, Juvénal Habyarimana, presidente de Ruanda, fue asesinado. A partir del día siguiente y por varios meses, décadas de odio terminaron en una matanza que cambió la historia el país para siempre.
Hugo Santiago Caro
Para Jacqueline Murekatete, sobreviviente del genocidio de Ruanda, defensora de derechos humanos y fundadora de la ONG Genocide Survivors Foundation, antes de que ocurriera el terror desatado el 6 de abril de 1994 entre los pueblos tutsi y hutu, las dos etnias mayoritarias que habitan el país históricamente, había un mínimo de coexistencia y compartir.
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Para Jacqueline Murekatete, sobreviviente del genocidio de Ruanda, defensora de derechos humanos y fundadora de la ONG Genocide Survivors Foundation, antes de que ocurriera el terror desatado el 6 de abril de 1994 entre los pueblos tutsi y hutu, las dos etnias mayoritarias que habitan el país históricamente, había un mínimo de coexistencia y compartir.
“Íbamos a las mismas escuelas, a la misma iglesia, a las mismas bodas, a los mismos bautizos. Hutus y tutsis se prestaban cosas diarias como sal y azúcar”, explica.
Sin embargo, una vez asesinado el presidente Juvénal Habyarimana, un hutu moderado que llevaba más de 20 años al mando del país oriental en África, terminaron de romperse los mínimos soportes de convivencia que habían sobrevivido a guerrillas paramilitares, guerras civiles y contiendas políticas completamente despectivas entre miembros radicales de ambos grupos.
“Estamos ante una sociedad que quedó literalmente fracturada; una sociedad que quedó anestesiada, desfigurada moralmente porque las familias, los grupos, los clanes, las relaciones personales quedaron en el limbo. Es decir, en el proceso del genocidio fueron violadas entre 100.000 y 250.000 mujeres (dato de Naciones Unidas). Eso es un costo grandísimo en términos psiquiátricos, psicológicos, de la memoria, en muchos aspectos. Entonces, es una sociedad hundida en la oscuridad”, explica Rafael Díaz, docente universitario jubilado y magíster en Estudios Africanos de El Colegio de México.
No fue solamente a nivel identitario. Durante décadas en Ruanda la política se basó en extremismos, con los hutus a la cabeza desde su fundación como nación (1962). La clase política tutsi fue tratada como extranjera y en muchas ocasiones tuvo que ejercer oposición desde afuera.
Tal es el caso del Frente Patriótico Ruandés, la fuerza que a la postre puso al mando al hoy presidente Paul Kagame a principios del milenio. El FPR, por sus siglas, fue fundado en Uganda en 1987 por exiliados ruandeses, en su mayoría tutsis (aunque también contó con fundadores hutus moderados en el exilio), y desde allí se propuso derrocar al régimen hutu.
Esta promesa se cumplió una vez ocurrió el genocidio, pues cuando el FPR entró en Ruanda y expulsó a la dictadura hutu en aquellos meses de 1994 (de abril a julio), pese a que la historia de los movimientos políticos en el país estaba arraigada también a esa división étnica, ahora la tarea era reparar absolutamente todas las heridas que había dejado el genocidio y construir una democracia para los ruandeses.
Sin embargo, bajo la premisa de ser una sociedad que estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para no retornar al escenario que desembocó en el genocidio, que tenía miedo de repetir los errores del pasado, el profesor Díaz afirma que se reemplazó un régimen con otro.
“Huyeron los hutus, todos los que dieron órdenes para el genocidio, quienes cometieron los asesinatos con machetes, el equipo de la radio de las Mil Colinas, que difundió odio hacia los tutsis y hacia los hutus moderados. En esa medida, una posible oposición no existía como tal, en mi criterio. Hubo hutus menos radicalizados y más moderados que no lograron articular otro movimiento distinto al Frente Patriótico Ruandés. Básicamente, ocurrió el genocidio, pero la política de Ruanda sigue siendo la misma, bajo el comando de los tutsis y de Paul Kagame. El FPR nace afuera como exiliados, ya no está exiliado y surge como una fuerza política dominante”, afirma Díaz.
Sin embargo, para Murekatete, el régimen de Kagame ha cumplido con la premisa inicial de la sociedad ruandesa en la era posgenocidio.
“Tenemos un gobierno que enfatiza que todos somos ruandeses al final del día, con los mismos derechos y oportunidades, incluyendo educación y trabajo. Este compromiso gubernamental con la convivencia pacífica entre los ruandeses ha llevado a que muchos nos identifiquemos más como ruandeses. Personalmente, aunque reconozco mi origen tutsi, ya que soy huérfana y nací como tal, la mayoría de mi familia fue asesinada no por ser ruandeses, sino por ser tutsis, por manos de otros ruandeses. Aunque esta sigue siendo una parte importante de mi identidad, ser ruandesa es una identidad más amplia que muchos de nosotros estamos aprendiendo a abrazar como una forma de promover la unidad”, dice.
Con Kagame en el poder, Ruanda reformó su constitución en 2003 y además de eliminar la identificación étnica, tomó decisiones como reglamentar que el 30 % del parlamento nacional debe estar integrado por mujeres. Para 2019 este porcentaje rondaba el 61 %.
Pero ¿por qué las mujeres? Tanto Díaz como Murekatete coinciden en que las mujeres ruandesas jugaron un papel clave en la época posterior al genocidio debido a que el mayor porcentaje de víctimas, muertos y perpetradores, de los cuales la mayoría huyó hacia el Zaire (hoy República Democrática del Congo), eran hombres.
“En Ruanda, existe un dicho que traduce que las lágrimas de un hombre fluyen dentro de su estómago y no se muestran hacia afuera. Esta actitud cultural dificulta que los hombres expresen abiertamente sus emociones y hablen sobre los horrores que han vivido. Sin embargo, otra razón por la cual las mujeres han liderado en la expresión y la construcción de la paz en Ruanda y en otros países posgenocidio es que han estado en la vanguardia de los movimientos de paz y reconstrucción durante años. Durante el genocidio, las mujeres sufrieron de manera particular debido a la violación y otras formas de violencia sexual, que fueron utilizadas como herramientas de terror. No solo fueron testigos de los asesinatos de sus seres queridos, sino que también fueron víctimas de violaciones y torturas sexuales. Así que tienen que estar a la vanguardia de la construcción de paz”, afirma Jacqueline.
Sin embargo, a pesar de todas estas mejoras, la política en Ruanda sigue reflejando patrones similares a los de la época previa al genocidio. En 2010, la líder opositora al gobierno de Kagame, Victoire Ingabire, regresó tras un exilio de 16 años para presentar su candidatura presidencial por las Fuerzas Democráticas Unificadas (FDU), una fuerza política creada en el exilio, al igual que el FPR. Entre los muchos cargos de los que se le acusó, están los de “incitación a las masas para ponerse en contra del gobierno, ideología del genocidio y provocación del divisionismo”. En 2018 recibió un indulto de Kagame y hoy en día afirma vivir ampliamente vigilada por fuerzas estatales, además de que para las elecciones de 2024 sigue sin estar habilitada como candidata.
“El Tribunal Africano de Derechos Humanos de las Personas y los Pueblos (AfCHPR, por sus siglas en inglés, con sede en Tanzania) me consideró inocente y concluyó en 2017 que el Gobierno ruandés había violado mi derecho a la libertad de expresión y a tener una defensa adecuada y le condenó a indemnizarme por el daño moral sufrido, una sentencia que no han cumplido hasta hoy. El Gobierno ruandés me sigue considerando una criminal y usa la justicia para frenar la democracia y acallar a los opositores”, afirmó Ingabire a El País. En uno de los países con mayor participación femenina en política del mundo, a una de las mujeres de mayor proyección política del país no se le ha permitido participar democráticamente.
La líder afirmó que más de 15 integrantes de su movimiento político, Desarrollo y libertad para todos, están presos. También cuestionó el proceso de reconciliación que ha desarrollado en estos 30 años el gobierno ruandés: “El proceso de reconciliación ha comenzado, pero para que sea total hay que reconocer a todas las víctimas de todos los crímenes, los culpables deben ser llevados ante la justicia y hay que decir la verdad sobre lo que pasó. Aquí ha habido crímenes terribles contra los tutsis, pero también contra los hutus (...) De todas formas, la acusación de negar el genocidio se hace contra todos los opositores en Ruanda para impedir que ensucien la imagen de Kagame”.
Entre luces y sombras, Ruanda ha podido sobrellevar una barbarie que cobró la vida de casi un millón de personas y provocó la diáspora de miles de ruandeses. Tanto el profesor Díaz como Murekatete enfatizan que lo más importante para entender sobre este episodio es que es un ejemplo claro de las consecuencias del odio hacia grupos de personas.
“Cuando observas el estado actual del mundo, reconoces que hay muchas lecciones que nosotros, como comunidad global, deberíamos haber aprendido del genocidio contra los tutsis en Ruanda. Sin embargo, es evidente que estas lecciones no se han internalizado completamente, ya que estamos viviendo en un momento marcado por alarmantes niveles de extremismo, líderes extremistas y violencia motivada por el odio. Las noticias, las redes sociales y los periódicos muestran numerosas crisis en lugares como Israel, Gaza, Sudán, la República Democrática del Congo, Ucrania y Rusia”, concluye la activista ruandesa.
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