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El presidente chileno, Sebastián Piñera, ha agudizado su lenguaje contra las manifestaciones que se han presentado en el país desde hace una semana y le ha añadido leña a un fuego que parece no extinguirse del todo. “Estamos en guerra”, aseguró el mandatario. “(Es) un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”, agregó el líder del partido Revolución Nacional, quien ha buscado en un “enemigo interno”, o un agente externo, una razón para explicar y evadir la crisis social que, para muchos analistas, obedece a otras explicaciones. Protestas en Chile: estudiantes paralizan Santiago tras alza en el precio del metro
El estallido social y la ola de disturbios en Chile, el caso más reciente en la región, no fue un hecho aleatorio ni mucho menos sorpresivo. Aunque el mandatario había calificado como un “oasis” a su país, la realidad indica que hay un elevado descontento en la población que apunta, principalmente, al incremento del costo de vida.
“Si bien el aumento del pasaje del metro de Santiago es el detonante de las protestas, hay unas condiciones que se vienen arrastrando como pautas de desigualdad asimétrica. Y esto se asume no solo por el incremento de los precios en el costo de vida, sino por las precarias pensiones que en este momento están atravesando la mayoría de chilenos; una educación excesivamente diferenciada, cuya calidad entra en desmedro, y un descontento sobre la dieta parlamentaria, porque actualmente el sueldo de los parlamentarios supera 30 veces lo que equivale a un sueldo mínimo en el país”, explica el politólogo Germán Campos-Herrera, investigador de la Universidad de Diego Portales de Chile.
Como apuntan algunos diarios de la prensa chilena, “con un gobierno desfondado y los fusibles extremando sus últimos recursos, el rostro de Piñera se volvió un catalizador de la frustración” para los chilenos. Y como señala Campos-Herrera, las declaraciones del mandatario que apuntaron a criminalizar la protesta, junto con la respuesta del gobierno aprobando el estado de emergencia y el toque de queda como hace años no se veía, exacerbaron a los manifestantes y escalaron la crisis a una serie de actos violentos. Incluso dentro de su administración, Piñera encontró rechazo a su posición belicista. El general Javier Iturriaga, jefe de la Defensa Nacional de Chile y responsable de la seguridad en la Región Metropolitana de Santiago, declaró que es un hombre “feliz” y que no está “en guerra con nadie”.
Quien sí parece haber entrado en el lenguaje apresurado y belicoso de Piñera es el presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien había rechazado las acusasiones de gobiernos de la región de incentivar desde su país una rebelión en las naciones de América Latina. Ahora parece aceptarlas. “Estamos cumpliendo el plan, ustedes me entienden”, aseguró Maduro desde Caracas. Esta, según Campos-Herrera, podría ser una reacción del mandatario venezolano que le puede costar más a su imagen ya desprestigiada, pero que obedece a una necesidad personal de su gobierno. “La dinámica de Maduro es esa. En este momento su poder de facto es cuestionable, entonces lo único que puede hacer es provocaciones, porque no tiene más credibilidad de facto y busca generar esas condiciones que sean inestables”, recalca el politólogo.