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En los últimos años China ha librado una batalla contra la comunidad musulmana que vive en el país. De los 23 millones de musulmanes que hay en el país, solo en la provincia de Xinjiang (la que más musulmanes concentra ) hay 11 millones de la minoría étnica uigu. La situación pasó de ser violenta a un método de represión que recuerda a los utilizados en la Segunda Guerra Mundial.
Organismos internacionales y el Gobierno de Estados Unidos han advertido sobre los “Centros de Transformación de Educación Concentrada”, en los que se habla de más de un millón de musulmanes detenidos que serían forzados a abandonar su religión para ser “reeducados”. Medios de todo el mundo denuncian que los reclusos son obligados a hacer lecturas y escribir autocríticas de su etnia en condiciones de hacinamiento extremo, para luego borrar su identidad y convertirse en miembros del Partido Comunista chino.
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En agosto, la vicepresidenta del comité de la ONU para la eliminación de la discriminación racial, Gay McDougall, señaló que “más de un millón de musulmanes uigures están detenidos en ‘centros contra el extremismo’ en Xinjiang. Además, hay estimaciones de que otros dos millones han sido enviados a la fuerza a campos de reeducación”. Eso equivaldría al 10 % de la población musulmana de la región.
El Gobierno de Estados Unidos, por su parte, aseguró el pasado abril que se trataba de “la mayor encarcelación masiva de una minoría hoy día”. Abdusalam Muhemet, de 41 años, declaró a The New York Times: “Ese era un lugar que engendraría sentimientos vengativos y borraría la identidad uigur”.
En una entrevista con El Confidencial, Adrián Zenz, experto en el tema, señaló que China había cancelado su programa de reeducación en 2013, pero que lo reabrió recientemente para los musulmanes. Y es que gran parte del interés por esa región se debe a que allí, además de que se alberga la mayor cantidad de carbón y gas natural del país, hay una enorme variedad de minorías étnicas, por lo que el conflicto es constante. El 21 % de los arrestos en 2017 se llevaron a cabo en Xinjiang, con un total de 227.000 personas.
Sin embargo, el Gobierno chino, que en un principio negó la existencia de estos centros, hoy asegura que se trata de una campaña extranjera de desinformación contra el país. Medios de comunicación oficialistas, como el Global Times, en Reino Unido, señalan que si no se hubieran implementado estas herramientas la región estaría viviendo una situación similar a la que sufre hoy Siria.
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Después de que la violencia antigubernamental se intensificara en 2014, el jefe del Partido Comunista, Xi Jinping, endureció la ofensiva contra las minorías étnicas de la región. Según reportes de medios locales, en ese momento el político declaró: “Xinjiang se encuentra en un período activo de actividades terroristas, una intensa lucha contra el separatismo y una intervención dolorosa para tratar esto”.
La oficina de Human Rights Watch en China reafirma la existencia de los campos de concentración musulmanes para la “eduación patriótica” y afirma que, en abril, el reglamento antiextremismo de la provincia prohibió el uso de barbas o velos “anormales” en lugares públicos. Además, las autoridades emitieron una nueva regla que prohíbe que los padres llamen a sus hijos con nombres que tengan connotaciones religiosas, como Saddam y Medina, argumentando que podrían “exagerar el fervor religioso”.
Además, se ha revelado que los campos son un sistema que no funciona dentro de la justicia ordinaria, sino que recluta de manera casi aleatoria, sin dar explicaciones de los cargos que recaen sobre los musulmanes al momento de la captura.
Nicholas Baquelin, encargado de Amnistía Internacional para Asia, aseguró en entrevista para The Intercept: “El Gobierno chino se encuentra implicado en una operación masiva de lavado de cerebro que requiere de la detención de cientos de miles de personas, de forma arbitraria, fuera de cualquier marco legal, para someterlos a un adoctrinamiento político intenso, con la esperanza de que eso los convertirá en una entidad política más leal y cumplidora”.
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Por su parte, The Atlantic advirtió que el tema se ha convertido en una carrera contra el tiempo para evidenciar los maltratos que están viviendo los musulmanes. Según el medio, China estaría borrando las pruebas que demostrarían la existencia de los campos de reeducación. En su investigación señalaron que al contactar con las fuentes en China tenían miedo de que las autoridades se dieran cuenta de su intento por difundir información y los castigaran.
Personas de diversa proveniencia también están tratando de recolectar evidencias. Timothy Grose, uno de los estudiantes entrevistados por The Atlantic, aseguró que su método consiste en usar herramientas digitales muy sencillas de fuente abierta y, por lo tanto, colaborativas, para obtener la información: “No nos podemos dar el lujo de esperar mucho tiempo con lo que está sucediendo. Es una carrera contra el tiempo, así que debemos usar los instrumentos más inmediatos y efectivos. Todo esto antes de que sea demasiado tarde”.