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Tomás Eloy Martínez: “Los desaparecidos no son ficción”

Una historia de amor novelada pone sobre el tapete la desmemoria frente a regímenes violentos como la dictadura argentina, esta vez gracias a la pluma de uno de sus perseguidos. Entrevista con el escritor que estuvo en la lista de condenados a muerte en 1975. Editorial Alfaguara lanza su nuevo libro esta semana en Colombia.

Nelson Fredy Padilla
07 de marzo de 2009 - 01:29 a. m.
Gabriel García Márquez y Tomás Eloy Martínez en Cartagena. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano fue el espacio para que la amistad de estos dos grandes escritores y maestros se consolidara.
Gabriel García Márquez y Tomás Eloy Martínez en Cartagena. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano fue el espacio para que la amistad de estos dos grandes escritores y maestros se consolidara.
Foto: Archivo
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“Hacía treinta años que Simón Cardoso había muerto cuando Emilia Dupuy, su esposa, lo encontró a la hora del almuerzo en el salón reservado de Trudy Tuesday”. Así empieza Purgatorio, la novela del escritor argentino Tomás Eloy Martínez que se publica esta semana en Colombia. Un desaparecido que subsiste y una viuda que renace es la pareja a través de la cual reconstruye la memoria cotidiana de la dictadura en su país, que también puede ser la dictadura de la violencia en Colombia.

Tomás Eloy es, para buena parte de los periodistas latinoamericanos, nuestro maestro de reportería y escritura. En las redacciones su discurso ha calado: “Tu compromiso es no traicionar la palabra ni tu nombre, que es tu único patrimonio. Si no puedes ser fiel a eso no puedes serlo con la verdad ni con quienes te leen”.

Su otro plano es el literario. Para quien se acerca a sus libros, Martínez resulta una visión única de la historia argentina y de la realidad latinoamericana a través de una ficción fortalecida por el tamiz del rigor periodístico.

Realidad o irrealidad, el eje de su narrativa es el factor humano. El personaje de carne y hueso de esta historia se llama Tomás Eloy Martínez, un provinciano de Tucumán que siempre quiso ser escritor, pero para serlo todavía se vale del periodismo. En sus dos facetas se ha convertido en ejemplo, no sólo por su talento y profesionalismo sino por su calidad humana. Más que un profesor de cátedra magistral es un consejero sereno que transmite seguridad con la calidez de un confidente.

Si hay una novela que lo sintetice es Purgatorio. Un ejercicio con el que busca reconstruir la dictadura argentina (1976-1983), que asesinó y desapareció entre 9.000 y 30 mil personas, que le cambió la historia a su país, que a él lo desterró y lo convirtió “en otro”.

Para sacarse ese peso de encima crea la historia de amor de Simón y Emilia, dos cartógrafos cuyos mapas son la carta de navegación de esta obra. Otro protagonista es Dupuy, el padre de ella, el cerebro a la sombra de la dictadura desde el que construye el universo siniestro de la tiranía. No acude al morbo de los sótanos de la tortura, ni a las víctimas arrojadas desde aviones o lanzadas al río de La Plata, tampoco a los robos de recién nacidos. Aunque los atropellos están latentes, prima la distancia que le brinda la cotidianidad argentina y el exilio que él vivió.

Ha sido su mayor reto a la imaginación literaria sin descuidar por ello el espíritu investigativo que lo llevó a entrevistar a decenas de testigos de la dictadura y a reconstruir esa época a partir de revistas y periódicos que consiguió en las “librerías de viejo” que abundan en la capital argentina.

Todo empezó con el borrador de una novela nostálgica sobre el Buenos Aires que abandonó a la fuerza. -Allí lo encuentro de regreso de España y camino a su segundo hogar en la Universidad de Rutgers, en Estados Unidos, donde es director del Programa de Estudios Latinoamericanos-.

Luego vino la inspiración con el Purgatorio de Dante. Entonces arma la trama a partir del cadáver de Simón, visto en el patio de la jefatura de policía de Tucumán, “con señales de tortura y un agujero de bala entre los ojos”. Como Antígona con su hermano, Emilia niega la muerte hasta no encontrar el cuerpo. Se reencuentra con su amado –ella madura, él joven–, y desata su calvario de contradicciones que representa “la obediencia borrega del país a los chasquidos del látigo militar”.

El fútbol se hace intérprete del pensamiento nacional. Martínez dibuja la ironía del sufrimiento en las gradas del estadio monumental de River Plate. Mientras las víctimas se multiplican por centenares, no cesan los cánticos de “Argentina campeón del mundo… 1978 es el año más tenebroso de la dictadura tenebrosa”.

El falso patriotismo del poder militar desde sus postulados doblemoralistas de “orden y limpieza, muerte a la subversión, Dios, patria y hogar”. Su estrategia para publicar “alabanzas en los diarios sobre la paz y la felicidad en el país del Mundial” y acallar las voces “marxistas” de Julio Cortázar, Manuel Puig, Felisberto Hernández. Hechos reales que adquieren significado universal a través de ficciones como el papel de Orson Welles –a quien Tomás Eloy conoció– tentado por los generales para que haga un documental sobre “la nación feliz”.

Purgatorio es un recorrido por las flaquezas del ser humano, matizado con evocaciones del cine y la música que le dan ritmo al drama narrativo. Se capta el vértigo de Hitchcock y la frialdad de Clint Eastwood; los saltos de las suites de Bach, con las que retrocede en el tiempo, y hasta la locura de Charly García lanzándose a una piscina desde un noveno piso para luego cantar: “La persona que amas puede desaparecer”.

Melancolía, silencio, denuncia. Un ir y venir de voces, en primera, segunda, tercera personas, entre Buenos Aires y New Jersey. Se descubre al novelista en la voz de Emilia y luego él se confiesa cuando se arriesga a conocerla personalmente. Así se mete de cabeza en las “ruinas sanguinarias” de su “pobre país”. El infierno que no vivió. Su propio purgatorio, porque “del exilio nadie regresa” y “el paraíso nunca llega”. Aunque cita a Shakespeare para advertir: “Cuanto más amargo es el pasado, más bienvenida es la felicidad”.

Maestro: ¿Cómo fue su salida obligada de Argentina?

Tomás Eloy Martínez: En la época anterior a la dictadura militar, abril de 1975, estaba en la primera lista de condenados a muerte. Me amenazó la ‘Triple A’ frente a un grupo de escritores y actores de cine y de teatro, uno era Mario Benedetti. Tenía 48 horas para irme del país y me quedé, no obstante, diez días más. Me volvieron a detectar y a amenazar. Opté por el exilio, protegido por la Embajada de México. Llegué primero a París donde me alojé en casa de mi amigo Carlos Fuentes, embajador en ese momento, y con su ayuda y la de Gabriel García Márquez partí hacia Venezuela donde estuve nueve años.

¿Qué buscó a través de Emilia Dupuy y Simón Cardoso?

Quería escribir una novela que me devolviera a lo que no había podido vivir. No estuve en Argentina ni un solo día de la dictadura, no tenía mi propia versión de los campos de concentración, de los tormentos, del terror, de la vida cotidiana. Entonces la construí a través de la imaginación, porque el exilio priva a los seres humanos de muchas cosas, interrumpe la continuidad de los afectos, de la vida profesional y laboral, es una herida que no cicatriza.

Emilia busca a su marido y afronta su purgatorio. ¿Le ocurrió a usted algo parecido?

Buscaba recuperar la vida perdida y me encontré a mí mismo que no es poca cosa. Emilia vive un derrotero de búsqueda que es parecido al que yo viví deambulando por Caracas, Río de Janeiro, México y New Jersey.

En ‘La novela de Perón’ y en ‘Santa Evita’ la estructura tiene asidero en una profunda investigación de la realidad histórica. ¿Cuánto de rigor periodístico hay aquí?

La investigación en este caso fue impregnarme de las experiencias ajenas; preguntar e interrogar a los demás sobre lo que yo no había podido vivir; reconstruir esa época desde el cine, la música, leyendo prensa y revistas.

En este libro influyó más la imaginación y la memoria.

Esta novela, a diferencia de mis primeras, incluye mucha imaginación. Por eso creo que este es el más literario de mis libros, quise expandir los límites del género. Si no comprendemos la irrealidad no comprenderemos la realidad.

Sin embargo, hay muchos hechos reales.

Realidad hasta cierto punto. Los desaparecidos son y no son ficción. Los soportes geográficos son reales, la dictadura misma, los comandantes, el almuerzo con los escritores, todo en función de la irrealidad literaria.

No es la primera vez que usted le da crédito a los sueños como detonante creativo.

Yo sueño mucho y esta vez soñé la historia de amor como cuando soñé con el cantor de tango de la anterior. Tengo un grabador al lado de la cama y apenas me despierto dicto lo que acabo de soñar. Si no, me levanto y apunto.

Su afición por los mapas se convierte en hilo conductor.

Siempre quise una novela con personajes cartógrafos, gusto que también tuvo Borges. Los cartógrafos se parecen a los novelistas y los mapas a las novelas.

‘Purgatorio’ también lo revela como melómano y cinéfilo.

Los soy y me dejé llevar por la música y el cine que tenía en mi memoria, corroborando datos.

¿Por qué el título y la división de capítulos en homenaje a Dante?

Yo no creo en el purgatorio, pero creo que es una maravillosa invención medieval que se la debemos a La divina comedia, por eso el título de los cinco capítulos, valiéndome de esos versos.

¿Cómo quedó a nivel anímico?

Esta novela me deparó más felicidad y alivio que angustia.

¿Reconstruir ese capítulo de su país no lo llevó a hacer lo mismo con su historia familiar?

La dictadura me alejó físicamente de mi familia. El dinero que ganaba lo invertía en tratar de ver a mis hijos, de no perderlos. Nos encontrábamos en Río o iban Caracas, al tiempo yo trataba de no perderme.

¿Se libró de esa melancolía?

Hay una cierta melancolía de todo lo que se pierde, en la medida en que es irrecuperable. El tiempo perdido no se recupera.

¿Cómo se puede comparar la pérdida que le dejó la dictadura a la trágica pérdida de su esposa Susana Rotker, también nuestra maestra en Cartagena?

Esa fue una pérdida fundamental diferente. Es un desgarramiento impuesto por la fatalidad y no por la voluntad de un poder opresor. La escritura nos salva aun en los momentos más dolorosos de la vida. Ayuda a superar cualquier herida o daño, como en el caso de la muerte de Susana, hasta que uno descubre una forma diferente de felicidad.

Aparte de la catarsis, usted escribió esta novela mientras afrontaba un tratamiento de cancerología. (En la novela admite: “Enfermé de gravedad y aún no sé cómo hicieron los médicos para mantenerme vivo… la muerte me fue a buscar… llevaba escritas unas ochenta páginas cuando la enfermedad me derribó”). ¿Más que disciplina necesitó valentía?

Sólo te digo que la salud va bien, que los médicos me la están devolviendo. La energía que tengo no es la misma que ustedes me conocieron en los seminarios de Bogotá y Cartagena. Sobrellevo muy bien mis dificultades. No estoy absolutamente recuperado pero sí lo más recuperado que puedo estar. Es algo muy personal.

¿Enfrentar estos dramas cambió su visión de la muerte?

En Purgatorio el fantasma no tiene que ver con mi muerte sino con la de los otros, los que desaparecen por los poderes abusivos de las dictaduras. Pero, a medida que se madura, como la muerte es un hecho inevitable, se le pierde todo el miedo. Más que miedo es un alto hacia la sabiduría, que lo haya conseguido no lo sé.

¿Fuentes y García Márquez, con quien usted se reencontró hace poco en México, ya leyeron ‘Purgatorio’?

Se la regalé a los dos y Fuentes ya me la comentó, pero no me corresponde decir lo que él piensa. Con Gabo estuve todo el tiempo y hablamos muy a menudo. Es una figura entrañable en mi vida, un escritor admirable al que siempre evoco.

Maestro, ¿cuál es su disciplina diaria?

No escribo tantas historias como antes pero sí llego a trabajar seis u ocho horas por día. Ahora no tanto porque estoy viajando sin tregua por lo de la novela y la biblioteca Tomás Eloy Martínez que editó Alfaguara.

¿Qué está leyendo?

Acabo de leer al peruano-norteamericano David Alarcón, acabo de releer La Iliada.

Usted completa 14 años en la academia estadounidense, ¿qué escritor de ese país le parece indispensable leer?

No hay que dejar de leer a Philip Roth, en especial sus dos últimas novelas. Fíjate en cómo maneja el discurso de la indignación. Te cuento una infidencia: Hablando ahora en México con Gabo y Nadine Gordimer, los dos Nobel de Literatura, coincidieron en que si a algún escritor norteamericano se le debe dar el Nobel debe ser a Roth, porque sin dejar de ser clásico ha marcado un cambio en la literatura por el peso de su narrativa.

¿Ya está en algún proyecto nuevo?

Mis editores ingleses (Bloomsbury) me encargaron un libro sobre un mito griego para una serie en la que también están Philip Roth, la canadiense Margaret Atwood y el israelí David Grossman. Me pidieron que lo eligiera y me quedé con el Olimpo.

¿Cómo lo va a abordar?

En tres fases: el Olimpo de los dioses griegos, el de los nazis y el olimpo argentino, que es un campo de concentración en el cual un grupo de guardianes, ungiéndose a sí mismos dioses, tratan de recrear el Olimpo griego.

Por Nelson Fredy Padilla

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