Los errores de El Salvador en sus acuerdos de paz
Deysi Cheyene, exmilitante del FMLN, dice que haber puesto el foco en la participación política desvió la atención de las causas profundas del conflicto.
Daniel Salgar Antolínez
Deysi Cheyene fue militante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el movimiento de oposición política y armada que se transformó en partido político y ahora está en la Presidencia de El Salvador. Entre 1990 y 1992 Cheyene apoyó a la delegación negociadora en México hasta la firma de los acuerdos de paz que pusieron fin al conflicto armado salvadoreño. Vino a Bogotá a hablar de su experiencia en la guerra y la paz, y de los errores cometidos durante y después de la negociación en su país, hoy más violento y desigual que antes del conflicto.
¿Cómo fue su militancia en el FMLN?
El FMLN estaba integrado por cinco organizaciones político-militares que hicieron un pacto en 1980 para enfrentar la guerra juntas. Yo estaba en el Partido Comunista, que se integró a las alianzas que funcionaban para las operaciones militares, para las grandes estrategias, pero manteníamos nuestra identidad. Ingresé al partido en 1975, hasta que la guerra terminó y el frente se convirtió en partido político. Mi trabajo estaba centrado en operaciones clandestinas relativas a la sistematización de información, para mantener informada a la comandancia.
¿Qué se acordó en Chapultepec para poner fin al conflicto?
Lo primero fue el desmontaje de la dictadura al acabar todos los aparatos represivos que eran parte del ejército. De 35 atribuciones que tenían las fuerzas armadas les quedaron tres o cuatro funciones, estrictamente de seguridad nacional. Un segundo acuerdo estaba vinculado con los derechos humano; ahí entraron las amnistías, y eso es algo que hoy no entendemos cómo pudimos aceptar. El tercer elemento era el conflicto económico y social, un acuerdo que quedó muy débil y limitado.
Por último entró un tema específico sobre la tierra, que tampoco tuvo mucha duración. El acuerdo dice que las partes iban a propiciar un código agrario que resolviera la tenencia de la tierra. Eso quedó en el papel. Hay un montón de anteproyectos de código agrario que trabajamos nosotras con las campesinas.
¿Y la participación política?
Mientras se desmontó la estructura militar que soportaba a la dictadura, el tema era cómo desmontar a la guerrilla. El acuerdo era propiciar la inserción de guerrilleros a la vida política. En el 94, dos años después de los acuerdos, la guerrilla era partido.
Ese punto es visto como muy exitoso. ¿Lo es?
Hoy me parece que se cometieron varios errores. En aquel entonces discutíamos qué éramos en el FMLN después de firmar la paz. Lo más indicado es que esa fuerza se hubiese conservado unida y coherente, ya no en la guerra sino en la política. Eso no pasó. Del 92 al 94 se participó en las “elecciones del siglo”, y en el 2000, ya como partido, el FMLN estaba absorbido en el sistema político e hizo de las elecciones el único propósito. Toda esa lucha de 20 años para transformar el sistema quedó reducida a participar en elecciones.
Ahora uno ve excomandantes guerrilleros convertidos en diputados que sólo piensan en seguir en su cargo. Los acuerdos acabaron con la exclusión política, pero eso no propició una democracia económica ni un cambio significativo del sistema. Hoy tenemos una exclusión económica mayor que la de antes de la guerra y un partido político que ya no lucha contra esa exclusión.
¿Se cometió algún error en la posguerra?
El error es que no hubo posguerra. Las partes pactaron renunciar a la posguerra como un período histórico que implica definir políticas para reconstruir un país devastado por el conflicto. Eso no pasó en El Salvador y los efectos hoy son evidentes. Los acuerdos incluyeron un decreto según el cual estábamos en paz y reconciliación. ¡Por decreto! No hablar más de la guerra significó que el Estado no se ocupó en una política de salud mental, justicia , memoria. Como a los dos años caímos en el tema de las elecciones, eso se convirtió en lo prioritario.
¿Qué pasó con las amnistías?
La Comisión de la Verdad trató de indagar mucho para que los culpables aparecieran, y lo que se pudo investigar quedó plasmado en el informe de la Comisión, pero el pacto fue que no iban a castigar a nadie. Impunidad total de uno y otro lado. Del lado de la guerrilla hubo violaciones, aunque no fueron ni el 25% de las cometidas por el ejército. Eso se pactó, fue aprobado por la Asamblea Legislativa y se enterró toda posibilidad de justicia.
El acuerdo sobre lo económico y social era importante, porque ahí estaban las raíces del conflicto. ¿Qué pasó con este asunto?
No funcionó. Se acordó crear un foro económico y social integrado por gente del Gobierno, de los movimientos sociales, de la empresa privada, para un nuevo diálogo que enfrentara los problemas económicos y sociales. A los cuatro meses el foro dejó de funcionar. La empresa privada se retiró, los movimientos sociales no sabían qué hacer. La comandancia del FMLN no se metió en el proceso.
Viéndolo en retrospectiva, lo que verdaderamente se estaba negociando era que el modelo neoliberal que habían querido implementar, pero que por la guerra no se había desarrollado plenamente, tuviera la posibilidad de concretarse. ¿Qué interés iba a tener la empresa privada en perder el tiempo discutiendo con la clase trabajadora sobre ese modelo?
Tras los acuerdos, ¿el FMLN no siguió luchando contra las injusticias cometidas bajo ese modelo?
No. El modelo neoliberal fue formalmente instalado en la Asamblea Legislativa, ya con el FMLN como partido. Todos los programas de ajuste estructural, que son la base del modelo, fueron aprobados con votos del FMLN. Toda la privatización de la energía eléctrica, de las telecomunicaciones, la llegada de empresas transnacionales extractivas, el desfile de las maquilas, fue aprobado por el FMLN. Así, nunca se enfrentaron las causas de la guerra, sino que se exacerbaron.
¿Qué impacto ha tenido esto hoy en El Salvador?
Los niveles de desigualdad hoy son mayores que los de antes de la guerra. El modelo neoliberal lo que hace es debilitar al Estado, que deja de tener la fortaleza para regular al mercado. El mercado aparece por encima del Estado; eso es el neoliberalismo y eso sólo fue posible después de la guerra. ¿Quién ganó la guerra? Uno dice que el ejército la perdió en tanto no la ganó. Esto quiere decir que, con ayuda del Pentágono y un millón de dólares diarios por parte de EE.UU., el ejército tenía que ganar: en tanto no la ganó, la perdió. Pero, a la luz de lo que hoy se analiza, quien ganó fue la derecha oligárquica, aun cuando nunca estuvo de acuerdo con la negociación.
Con la debacle del socialismo y la disolución de la Unión Soviética, EE.UU. ya no tenía ese poderoso enemigo y necesitaba resolver esa guerrita en Centroamérica. Entonces presionaron para que la oligarquía cediera en la negociación, de otro modo no hubiera sido posible. Desarmar a la guerrilla y convertirla en ese partido que empezó a dar los votos para el andamiaje del modelo económico favoreció a esa derecha oligárquica que era nuestro enemigo, contra el cual nos alzamos en un principio. Hay un camino muy conocido: desarmar a los insurgentes y convertirlos en partido político es la mejor fórmula para que el poder siga intacto.
Hoy El Salvador no sólo es más desigual, sino más violento.
Desde el año pasado tenemos unos niveles de homicidios que son los mayores de nuestra historia. A principios de agosto teníamos 25 muertos diarios por una ofensiva de los pandilleros. En mi país hay una guerra que ya no es la guerra civil en la que participamos, sino una guerra social en la que las fuerzas en pugna están vinculadas al narcotráfico, al crimen organizado. Eso ha complejizado todo el panorama, porque esas fuerzas no tienen un proyecto político, pero actúan con estrategia militar, lanzan ofensivas y controlan territorios, algo que no se había visto en los últimos 10 años. Hoy el control territorial es tremendo.
¿Esta guerra social tiene sus bases en los errores del proceso de paz?
Está vinculada a la no asunción de la posguerra. Cuando uno desmonta un conflicto y cree que al día siguiente tiene paz, está cometiendo el mayor de los errores. La paz que se construyó en El Salvador permitió a la derecha oligárquica quitarse la resistencia del FMLN y afianzar un modelo económico que excluyó como nunca antes a la población. Esa gente excluida tuvo que irse para EE.UU., porque no había condiciones para seguir viviendo en su país. A los jóvenes combatientes que se lanzaron para conquistar la tierra —que era una de las consignas del FMLN— les dieron US$20.000 para que trabajaran la tierra, y les dieron la tierra cuando el conflicto acabó, pero se empezaron a ir para EE.UU. La agricultura colapsó.
Todo eso fue planificado. Un modelo que era más de abrir centros comerciales y espacio a las transnacionales implicaba que la gente tenía que tener dinero y para eso debían trabajar en EE.UU. y enviar remesas. Las remesas empezaron a sostener ese modelo terciario de la economía y ahora, de ser un agro exportador de café, caña de azúcar y algodón, la mayor cantidad de divisas provienen de las remesas; el resto es una economía flotante muy relacionada al narcotráfico y el lavado de dólares. Las remesas que vienen de EE.UU. sostienen miles de hogares salvadoreños. Hay un sector del país que, si no tiene remesas, no sabe de qué vivir. Esos son los que alimentan a las pandillas y la violencia.
Desde 2009 el FMLN está en la Presidencia. ¿Qué cambios ha traído?
Hoy tenemos un FMLN curiosamente más antidemocrático, porque cuando se impulsan reformas para democratizar el modelo político, los mayores opositores son ellos. Nuestros camaradas de hace 20 años ahora son muy conservadores. Hoy la derecha en la oposición aparece como la que está demandando más apertura, y uno termina pensando que tiene más consenso con la derecha en este campo de la democracia. Además, muchas jefaturas del FMLN están vinculadas a empresas. Esa es la nueva burguesía económica.
* * *
La militancia feminista en el FMLN
La militancia feminista de Deysi Cheyene comenzó después de los acuerdos de paz. “Estábamos convencidas de que la nuestra había sido una guerra de liberación, que incluía los derechos de todo el mundo. El feminismo nos ayudó a entender que había que hacer un trabajo extra, porque la liberación nacional no incluía la de las mujeres. Los acuerdos de paz no incluyeron el tema de género, aun cuando en las negociaciones había dos comandantes guerrilleras. En los 20 años siguientes en los que gobernó la derecha, las mujeres tuvimos la estrategia de presionar para que el Estado generara políticas públicas. Llegó a forjarse un movimiento amplio y nos dedicamos a formar mujeres a nivel nacional, recibimos mucha cooperación y llegamos a sustituir al Estado en falencias no necesariamente relacionadas con el género. Fuimos el sector que mejor aprovechó la apertura del fin de la guerra. Se ha avanzado en institucionalidad y normatividad. Pero lo paradójico es que, con la llegada del FMLN a la Presidencia, por ser del mismo bando han asimilado nuestro discurso. Eso le ha restado fuerza a nuestras reivindicaciones. Ahora presionamos a nuestros excamaradas que olvidaron una reivindicación de las mujeres que también era suya”.
Deysi Cheyene fue militante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el movimiento de oposición política y armada que se transformó en partido político y ahora está en la Presidencia de El Salvador. Entre 1990 y 1992 Cheyene apoyó a la delegación negociadora en México hasta la firma de los acuerdos de paz que pusieron fin al conflicto armado salvadoreño. Vino a Bogotá a hablar de su experiencia en la guerra y la paz, y de los errores cometidos durante y después de la negociación en su país, hoy más violento y desigual que antes del conflicto.
¿Cómo fue su militancia en el FMLN?
El FMLN estaba integrado por cinco organizaciones político-militares que hicieron un pacto en 1980 para enfrentar la guerra juntas. Yo estaba en el Partido Comunista, que se integró a las alianzas que funcionaban para las operaciones militares, para las grandes estrategias, pero manteníamos nuestra identidad. Ingresé al partido en 1975, hasta que la guerra terminó y el frente se convirtió en partido político. Mi trabajo estaba centrado en operaciones clandestinas relativas a la sistematización de información, para mantener informada a la comandancia.
¿Qué se acordó en Chapultepec para poner fin al conflicto?
Lo primero fue el desmontaje de la dictadura al acabar todos los aparatos represivos que eran parte del ejército. De 35 atribuciones que tenían las fuerzas armadas les quedaron tres o cuatro funciones, estrictamente de seguridad nacional. Un segundo acuerdo estaba vinculado con los derechos humano; ahí entraron las amnistías, y eso es algo que hoy no entendemos cómo pudimos aceptar. El tercer elemento era el conflicto económico y social, un acuerdo que quedó muy débil y limitado.
Por último entró un tema específico sobre la tierra, que tampoco tuvo mucha duración. El acuerdo dice que las partes iban a propiciar un código agrario que resolviera la tenencia de la tierra. Eso quedó en el papel. Hay un montón de anteproyectos de código agrario que trabajamos nosotras con las campesinas.
¿Y la participación política?
Mientras se desmontó la estructura militar que soportaba a la dictadura, el tema era cómo desmontar a la guerrilla. El acuerdo era propiciar la inserción de guerrilleros a la vida política. En el 94, dos años después de los acuerdos, la guerrilla era partido.
Ese punto es visto como muy exitoso. ¿Lo es?
Hoy me parece que se cometieron varios errores. En aquel entonces discutíamos qué éramos en el FMLN después de firmar la paz. Lo más indicado es que esa fuerza se hubiese conservado unida y coherente, ya no en la guerra sino en la política. Eso no pasó. Del 92 al 94 se participó en las “elecciones del siglo”, y en el 2000, ya como partido, el FMLN estaba absorbido en el sistema político e hizo de las elecciones el único propósito. Toda esa lucha de 20 años para transformar el sistema quedó reducida a participar en elecciones.
Ahora uno ve excomandantes guerrilleros convertidos en diputados que sólo piensan en seguir en su cargo. Los acuerdos acabaron con la exclusión política, pero eso no propició una democracia económica ni un cambio significativo del sistema. Hoy tenemos una exclusión económica mayor que la de antes de la guerra y un partido político que ya no lucha contra esa exclusión.
¿Se cometió algún error en la posguerra?
El error es que no hubo posguerra. Las partes pactaron renunciar a la posguerra como un período histórico que implica definir políticas para reconstruir un país devastado por el conflicto. Eso no pasó en El Salvador y los efectos hoy son evidentes. Los acuerdos incluyeron un decreto según el cual estábamos en paz y reconciliación. ¡Por decreto! No hablar más de la guerra significó que el Estado no se ocupó en una política de salud mental, justicia , memoria. Como a los dos años caímos en el tema de las elecciones, eso se convirtió en lo prioritario.
¿Qué pasó con las amnistías?
La Comisión de la Verdad trató de indagar mucho para que los culpables aparecieran, y lo que se pudo investigar quedó plasmado en el informe de la Comisión, pero el pacto fue que no iban a castigar a nadie. Impunidad total de uno y otro lado. Del lado de la guerrilla hubo violaciones, aunque no fueron ni el 25% de las cometidas por el ejército. Eso se pactó, fue aprobado por la Asamblea Legislativa y se enterró toda posibilidad de justicia.
El acuerdo sobre lo económico y social era importante, porque ahí estaban las raíces del conflicto. ¿Qué pasó con este asunto?
No funcionó. Se acordó crear un foro económico y social integrado por gente del Gobierno, de los movimientos sociales, de la empresa privada, para un nuevo diálogo que enfrentara los problemas económicos y sociales. A los cuatro meses el foro dejó de funcionar. La empresa privada se retiró, los movimientos sociales no sabían qué hacer. La comandancia del FMLN no se metió en el proceso.
Viéndolo en retrospectiva, lo que verdaderamente se estaba negociando era que el modelo neoliberal que habían querido implementar, pero que por la guerra no se había desarrollado plenamente, tuviera la posibilidad de concretarse. ¿Qué interés iba a tener la empresa privada en perder el tiempo discutiendo con la clase trabajadora sobre ese modelo?
Tras los acuerdos, ¿el FMLN no siguió luchando contra las injusticias cometidas bajo ese modelo?
No. El modelo neoliberal fue formalmente instalado en la Asamblea Legislativa, ya con el FMLN como partido. Todos los programas de ajuste estructural, que son la base del modelo, fueron aprobados con votos del FMLN. Toda la privatización de la energía eléctrica, de las telecomunicaciones, la llegada de empresas transnacionales extractivas, el desfile de las maquilas, fue aprobado por el FMLN. Así, nunca se enfrentaron las causas de la guerra, sino que se exacerbaron.
¿Qué impacto ha tenido esto hoy en El Salvador?
Los niveles de desigualdad hoy son mayores que los de antes de la guerra. El modelo neoliberal lo que hace es debilitar al Estado, que deja de tener la fortaleza para regular al mercado. El mercado aparece por encima del Estado; eso es el neoliberalismo y eso sólo fue posible después de la guerra. ¿Quién ganó la guerra? Uno dice que el ejército la perdió en tanto no la ganó. Esto quiere decir que, con ayuda del Pentágono y un millón de dólares diarios por parte de EE.UU., el ejército tenía que ganar: en tanto no la ganó, la perdió. Pero, a la luz de lo que hoy se analiza, quien ganó fue la derecha oligárquica, aun cuando nunca estuvo de acuerdo con la negociación.
Con la debacle del socialismo y la disolución de la Unión Soviética, EE.UU. ya no tenía ese poderoso enemigo y necesitaba resolver esa guerrita en Centroamérica. Entonces presionaron para que la oligarquía cediera en la negociación, de otro modo no hubiera sido posible. Desarmar a la guerrilla y convertirla en ese partido que empezó a dar los votos para el andamiaje del modelo económico favoreció a esa derecha oligárquica que era nuestro enemigo, contra el cual nos alzamos en un principio. Hay un camino muy conocido: desarmar a los insurgentes y convertirlos en partido político es la mejor fórmula para que el poder siga intacto.
Hoy El Salvador no sólo es más desigual, sino más violento.
Desde el año pasado tenemos unos niveles de homicidios que son los mayores de nuestra historia. A principios de agosto teníamos 25 muertos diarios por una ofensiva de los pandilleros. En mi país hay una guerra que ya no es la guerra civil en la que participamos, sino una guerra social en la que las fuerzas en pugna están vinculadas al narcotráfico, al crimen organizado. Eso ha complejizado todo el panorama, porque esas fuerzas no tienen un proyecto político, pero actúan con estrategia militar, lanzan ofensivas y controlan territorios, algo que no se había visto en los últimos 10 años. Hoy el control territorial es tremendo.
¿Esta guerra social tiene sus bases en los errores del proceso de paz?
Está vinculada a la no asunción de la posguerra. Cuando uno desmonta un conflicto y cree que al día siguiente tiene paz, está cometiendo el mayor de los errores. La paz que se construyó en El Salvador permitió a la derecha oligárquica quitarse la resistencia del FMLN y afianzar un modelo económico que excluyó como nunca antes a la población. Esa gente excluida tuvo que irse para EE.UU., porque no había condiciones para seguir viviendo en su país. A los jóvenes combatientes que se lanzaron para conquistar la tierra —que era una de las consignas del FMLN— les dieron US$20.000 para que trabajaran la tierra, y les dieron la tierra cuando el conflicto acabó, pero se empezaron a ir para EE.UU. La agricultura colapsó.
Todo eso fue planificado. Un modelo que era más de abrir centros comerciales y espacio a las transnacionales implicaba que la gente tenía que tener dinero y para eso debían trabajar en EE.UU. y enviar remesas. Las remesas empezaron a sostener ese modelo terciario de la economía y ahora, de ser un agro exportador de café, caña de azúcar y algodón, la mayor cantidad de divisas provienen de las remesas; el resto es una economía flotante muy relacionada al narcotráfico y el lavado de dólares. Las remesas que vienen de EE.UU. sostienen miles de hogares salvadoreños. Hay un sector del país que, si no tiene remesas, no sabe de qué vivir. Esos son los que alimentan a las pandillas y la violencia.
Desde 2009 el FMLN está en la Presidencia. ¿Qué cambios ha traído?
Hoy tenemos un FMLN curiosamente más antidemocrático, porque cuando se impulsan reformas para democratizar el modelo político, los mayores opositores son ellos. Nuestros camaradas de hace 20 años ahora son muy conservadores. Hoy la derecha en la oposición aparece como la que está demandando más apertura, y uno termina pensando que tiene más consenso con la derecha en este campo de la democracia. Además, muchas jefaturas del FMLN están vinculadas a empresas. Esa es la nueva burguesía económica.
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La militancia feminista en el FMLN
La militancia feminista de Deysi Cheyene comenzó después de los acuerdos de paz. “Estábamos convencidas de que la nuestra había sido una guerra de liberación, que incluía los derechos de todo el mundo. El feminismo nos ayudó a entender que había que hacer un trabajo extra, porque la liberación nacional no incluía la de las mujeres. Los acuerdos de paz no incluyeron el tema de género, aun cuando en las negociaciones había dos comandantes guerrilleras. En los 20 años siguientes en los que gobernó la derecha, las mujeres tuvimos la estrategia de presionar para que el Estado generara políticas públicas. Llegó a forjarse un movimiento amplio y nos dedicamos a formar mujeres a nivel nacional, recibimos mucha cooperación y llegamos a sustituir al Estado en falencias no necesariamente relacionadas con el género. Fuimos el sector que mejor aprovechó la apertura del fin de la guerra. Se ha avanzado en institucionalidad y normatividad. Pero lo paradójico es que, con la llegada del FMLN a la Presidencia, por ser del mismo bando han asimilado nuestro discurso. Eso le ha restado fuerza a nuestras reivindicaciones. Ahora presionamos a nuestros excamaradas que olvidaron una reivindicación de las mujeres que también era suya”.