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Las escenas que se vivieron en Kabul el jueves son una desgracia: al menos 60 civiles murieron y más de 170 resultaron heridos tras una serie de ataques suicidas cerca del aeropuerto internacional de la ciudad, por donde tratan de escapar decenas de miles de personas de un país consumido por la anarquía.
Para Estados Unidos, además de una dolorosa tragedia, el ataque de ayer fue una gran humillación. Por lo menos 12 soldados estadounidenses murieron en las explosiones, la mayor pérdida de vidas de militares de ese país durante este conflicto en una década. Esto, cabe resaltar, mientras las tropas se retiran del teatro donde se desarrolló su guerra más larga, arrinconadas y dependiendo de la seguridad que les puedan proporcionar los mismos enemigos que enfrentaban hace 20 años: los talibanes. ¿Cómo y por qué ocurrió esto?
Comencemos por el por qué. Para responder hay que hacer una precisión importante: los ataques del jueves no fueron perpetrados por el talibán, sino por el Isis-K, una rama afgana de la organización terrorista Estado Islámico, que se mueve en la región de Khorasan, en Asia Central. Para hacernos una imagen de quiénes son basta con decir que los talibanes les resultan “demasiado moderados”. Y ya hemos reconocido cuán extremistas pueden llegar a ser los miembros del talibán.
Ambos grupos pertenecen a dos escuelas diferentes: mientras que el Estado Islámico (EI o ISIS, por su sigla en inglés) pertenece a los salafistas, los talibanes son de la escuela deobandi, una “más conservadora”. Pero el Isis-K no solo ve al talibán moderado frente a su interpretación de la sharía -la ley islámica-, sino que siente que este “traicionó la ideología” de la yihad -las causas por las que luchan en el islam, dispuestas a diversas interpretaciones- al negociar un acuerdo de paz con los estadounidenses.
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Los dos grupos se han enfrentado desde hace un buen tiempo. Es tal su enemistad, que el talibán comenzó a recibir ayuda para derrotar al EI de un protagonista externo, muy inusual para ellos: Estados Unidos. Washington ha apoyado de manera clandestina a sus enemigos para derrotar al EI. Como dice el dicho: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Por todo este contexto, y porque dentro de los fallecidos del jueves también se encuentran talibanes, resulta muy difícil de creer que el talibán hizo parte de los planes para los ataques suicidas de ayer. Hay que ver las imágenes. La fotografía más surrealista de este milenio, hasta ahora, fue capturada el jueves: talibanes y estadounidenses trabajando juntos para cargar heridos tras un ataque que los perjudicó a ambos.
Consideremos, por otro lado, el cambio de estrategia de los talibanes respecto a hace 20 años: usan las redes sociales, hablan inglés, dan conferencias de prensa. “Viven un momento de transición en el que buscan no llamar excesivamente la atención en términos negativos, y eso les ha llevado a realizar una estrategia de comunicación intentando presentar una imagen más positiva de ellos”, señaló Pablo Sapag, profesor de historia de la Universidad Complutense de Madrid y corresponsal de guerra en Afganistán, al portal 20 minutos.
Participar del ataque de ayer le traería “mala prensa” al talibán, y eso no es lo que busca ahora. Mientras los ojos del mundo siguen posados en Kabul, intentará transmitir a toda costa un mensaje de moderación. Tampoco le convenía el ataque y el caos en el aeropuerto. Entonces, ¿por qué se dio el atentado?
“(Del Isis-K) Quieren difundir miedo, porque esa es su mejor forma de control”, dijo Eeana Ruffini, corresponsal de la CBS para la Casa Blanca.
Es miedo, es dominio del territorio, también es propaganda. El EI sabía que la operación de evacuación de Kabul era una oportunidad para volver a la primera plana. Las advertencias estaban rondando desde hace días. ¿Cómo dar el golpe? Un atentado suicida era inevitable, porque ni Estados Unidos cuenta ya con la inteligencia en el terreno para evitarlo, ni los talibanes, quienes participan de los operativos de seguridad para la evacuación tienen el control total. El talibán tiene facciones divididas y elementos rebeldes que no responden al comando central. Era cuestión de tiempo. Iba a suceder.
Veamos, por otro lado, la situación en el terreno: Estados Unidos elige abandonar la base aérea de Bagram y realizar toda la operación de evacuación por el aeropuerto de Kabul, que cuenta solo con una pista en medio de una ciudad de cinco millones de personas. La incompetencia ha reinado en la ejecución de este plan de rescate. Sin embargo, Washington ha intensificado también su guerra propagandística, tratando de minimizar las pérdidas y apuntando a que todo se encuentra en orden, “según el plan”. Tres protagonistas de una misma tragedia: todos buscando mostrar que tienen el control de un terreno cuando nadie lo tiene.
Ahora arranca una lucha por ver quién se queda con “la última foto de la guerra en Kabul”. El del jueves no será el único ataque, según prevén los gobiernos extranjeros. El EI buscará una imagen más caótica de la situación para mostrar su poderío y la histórica debacle estadounidense. Toda la operación de evacuación está en riesgo ahora. Según las cuentas, las labores de rescate serán imposibles de terminar para el 31 de agosto, fecha pactada con los talibanes para el retiro total de tropas estadounidenses de Afganistán.
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Por otro lado, sea por ignorancia o malicia, hay quienes todavía insisten en relacionar al talibán con el ataque. Herbert Raymond McMaster, el exconsejero de seguridad nacional de Donald Trump, apareció en varias cadenas de televisión diciendo que “no se sorprendería si el Isis-K fuera utilizado por los talibanes para humillarnos (a los estadounidenses) en nuestra salida”.
Lo de McMaster representa el desconocimiento y la clave de por qué Estados Unidos está sumido en este desastre. Los halcones de Washington nunca entendieron ni a su enemigo ni el terreno con el que luchaba. Les costó reconocer que el Islam tenía diferentes ramas y que estas, con gran frecuencia, no están de acuerdo. Que, por ejemplo, hay sunitas y chiítas y diversas escuelas de la yihad. A nivel geográfico, el Pentágono hizo énfasis en mostrar que tenía capacidad aérea para responder a las amenazas, cuando en Afganistán “la guerra no se gana desde el aire”, como explica el periodista español Sandro Pozzi. Pero no ahondaremos en los errores garrafales cometidos por Estados Unidos en esta guerra de dos décadas.
Los medios de comunicación, algunos políticos y militares estadounidenses parecían unidos por el belicismo de nuevo, expectantes a una nueva aventura imperialista a pesar de que esta última haya demostrado ser un total fiasco. Ahí está la malicia.
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“Yo comenzaría matando a los malos”, dijo el representante Mark Green cuando le preguntaron en Fox News cómo responder al ataque. “Te lo digo, los perros de guerra están hambrientos y podría ser hora de dejarlos comer”, comentó el ex marine Johnny Jones en la misma cadena.
Funcionarios y exfuncionarios estadounidenses se debatían entre enviar de nuevo tropas a Afganistán, entre comenzar otra “guerra interminable”. Lo más doloroso de la jornada, quizás, fue ver que la humanidad de las víctimas se redujo a una lucha política interna. Los republicanos se regocijaron por los errores del presidente Joe Biden -que ha tenido muchos en la ejecución de esta operación-, mientras los demócratas culparon a las administraciones anteriores, a la vez que también reprochaban al mandatario por acciones como el abandono de la base aérea de Bagram.
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