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Las necesidades sanitarias habituales de las mujeres se vuelven más críticas cuando estalla un conflicto armado. Usualmente, ellas son las que luchan por obtener alimentos, agua potable o saneamiento y seguridad para sí mismas. En la guerra, pierden el acceso a la salud, lo que implica, por ejemplo, no obtener métodos de anticoncepción o ayuda ante casos de violencia sexual o enfermedades crónicas.
En Chad, República Democrática del Congo y Territorios Palestinos Ocupados, y en muchos otros contextos de conflictos y guerras, Médicos Sin Fronteras (MSF) ha sido testigo de cómo las mujeres se convierten en referentes indispensables para brindar atención humanitaria. Sus experiencias de vida, así como sus conocimientos y rol en sus comunidades, les permiten ayudar a otras personas para acceder a la salud. A continuación, presentamos sus historias:
Khadija (Chad): “Quiero que las madres y los bebés estén seguros”
Khadija Yahia Adam* es una experimentada comadrona y una de las más de 600.000 refugiadas sudanesas que ahora intentan sobrevivir en Chad. La mayoría de las refugiadas del este de Chad prefieren dar a luz en casa, asistidas por comadronas de la comunidad.
Sin embargo, en un campo de refugiados como el de Adré, las comadronas suelen carecer de las herramientas y las condiciones higiénicas necesarias, lo que agrava los riesgos para las madres y sus bebés. Khadija no puede trabajar oficialmente en Chad, pero en MSF la apoyaron con su formación para contar con su apoyo en la atención prenatal y postnatal, así como en la derivación de pacientes para un parto seguro en el servicio de maternidad que gestiona la organización.
“La gente acude a mí porque sabe que antes trabajaba en centros [de salud]”, dice Khadija.
La carrera de matrona de Khadija comenzó cuando terminó su formación en Sudán, en 2007. “Trabajé 17 años en el hospital y también con muchas organizaciones”, dice Khadija. Muchas de ellas eran organizaciones no gubernamentales internacionales. “Estaba instalada con mis hijos y trabajando, pero entonces llegó la guerra.
“Nadie de mi familia está conmigo. Soy la única que cuida de mis hijos [y] llevo ocho años trabajando y manteniéndolos”, dice Khadija antes de subrayar que muchas otras mujeres también se enfrentan al reto de cuidar de sus familias en el caótico y escaso de recursos campamento.
En un campo como Adré, las comadronas suelen carecer de las herramientas y las condiciones higiénicas necesarias, lo que agrava los riesgos para las madres y sus bebés. Khadija ha instalado una cama sencilla pero ordenada y una zona de consulta en su refugio de ramas tejidas. Un trozo de tela de colores en la entrada abierta mantiene la privacidad de la consulta. Examina metódicamente el estado de salud de la mujer y de su hijo o hijos por nacer, buscando factores de riesgo y señales de peligro.
“Si una embarazada tiene anemia, le aconsejo que coma sano”, explica Khadija. “Aunque apenas tenga nada que comer, puede tomar verduras, garbanzos con aceite y azúcar, lentejas. Este consejo es para mantener a salvo a la madre y al bebé. Quiero que las futuras mamás tomen conciencia”.
“Si una madre embarazada acude a nosotros [para recibir atención prenatal], su parto será fácil. Después de dar a luz, llevamos al recién nacido a los 40 días para que reciba la vacuna. O puede hacerlo el padre”.
Como comadronas, voluntarias de salud comunitaria, mediadoras interculturales y en otras funciones, las mujeres ofrecen consuelo y asesoramiento confidencial, a veces en la intimidad de sus propios hogares. Derivan a las mujeres a los servicios adecuados o participan directamente ellas mismas en la provisión de atención anticonceptiva, atención durante el embarazo y el posparto, atención a la violencia sexual y al aborto seguro y apoyo a la salud mental.
Ellas desempeñan un papel vital en la pedagogía sobre los problemas de salud de la mujer, reforzando el compromiso de la comunidad y reduciendo la estigmatización. También suelen ayudar a las mujeres a adquirir los conocimientos y habilidades necesarios para gestionar parte de su propia atención sanitaria mediante el autocuidado, lo que les permite cuidar de sí mismas y de los demás.
Henriette (República Democrática del Congo): “Soy una persona desplazada... también soy voluntaria sanitaria”
Entre las muchas personas desplazadas debido al aumento del conflicto en el este de la República Democrática del Congo, voluntarios sanitarios comunitarios como Henriette Mbitse ayudan a promover el acceso seguro y confidencial de los supervivientes a la atención en el programa de atención a la violencia sexual de MSF en Kanyaruchinya.
Maman Henriette, como la llaman cariñosamente, era voluntaria de salud en su pueblo natal antes de huir con su familia. “Empecé a sensibilizar a las mujeres de Kanyaruchinya sobre el acceso a la atención sanitaria y la violencia sexual con MSF. Las mujeres corren riesgos de varias maneras. [A veces] cuando las mujeres van al bosque a buscar leña las violan. Cuando no tienes jabón ni ropa... vas al bosque a buscar leña o verduras que puedas vender. Es un problema grave para un desplazado”, explica.
“Nuestras condiciones de vida son difíciles... A veces, algunos hombres se despiertan en mitad de la noche, rasgan las láminas de plástico con una navaja y rompen las láminas cercanas para violar a las mujeres que viven solas, ese [también] es el problema que tenemos”.
Clara* también huyó a Kanyaruchinya, desde el territorio de Rutshuru, con ocho niños a su cargo.
“Debido a la falta de alimentos, decidí ir al bosque a buscar leña. Cuando llegué allí... me encontré con tres bandidos; dos de ellos me pidieron que eligiera entre ser asesinada o violada. Uno de ellos huyó. Cuando los dos terminaron su trabajo sucio, se fueron. Entonces yo también me fui, llorando”.
Aunque había oído los mensajes de los promotores de salud y de los voluntarios sanitarios de la comunidad sobre la búsqueda de atención y lo que había disponible, al principio se quedó paralizada por la angustia.
“Después de aquel incidente, me quedé en la cama, llorando, compadeciéndome de mis hijos y de esos huérfanos que no tienen a nadie que les ayude. Unos tres días después me encontré con una voluntaria de salud comunitaria que venía de camino”, cuenta Clara. “La reconocí por su atuendo, la paré y le dije que tenía una pregunta. Mientras me escuchaba, le conté que me había encontrado con unos bandidos que me habían violado y que me sentía mal. Le pedí que me llevara al centro de salud”.
Las acciones de estas mujeres demuestran su propia resiliencia ante el hecho de haber huido del conflicto y haber sido desplazados; de haber sobrevivido a la violencia directa; de haber sufrido la pérdida de un familiar o más; de ser los cabezas de familia con hijos a los que cuidar y proteger; y, a menudo, de mirar hacia un futuro lleno de incertidumbre.
Noura (Territorios Palestinos Ocupados): “Estas mujeres conocen sus puntos fuertes”
Noura Arafat, compañera y una de nuestras mediadoras interculturales, ha vivido toda su vida en Nablus, en Cisjordania. Desde la guerra de Gaza, la situación en toda Cisjordania ocupada, incluida Nablús, no ha dejado de empeorar, con mayores restricciones de circulación y más violencia por parte de colonos y fuerzas israelíes. El duelo es uno de los muchos retos a los que se enfrentan las mujeres. Noura ayuda a las mujeres de su comunidad a acceder al apoyo del programa de salud mental de MSF para sobrellevar la situación y encontrar esperanza.
Para Noura, que tiene seis hermanos y una comunidad muy unida, la vida familiar es muy importante. Le gusta relacionarse, ir de excursión y hacer picnics con amigos y familiares.
Pero últimamente no se aventuran más allá de la ciudad de Nablús. “No nos sentimos seguros, sobre todo últimamente, con el elevado número de puestos de control alrededor de la ciudad. Intentamos estar dentro de la ciudad todo lo que podemos”.
“Las mujeres en Palestina en general y en Nablús, tienen todo tipo de retos. Casi todos los días perdemos a un palestino. Por eso trabajamos a diario con las madres. Sufren la pérdida de sus hijos, sus maridos, sus niños, lo que es realmente triste. Y a veces es un duelo de por vida que no tiene solución”. A pesar de ello, en Nablús hay pocos servicios de salud mental aparte de los de MSF.
“Somos personas que sufrimos cada día desde que nacimos. Cuando ves a gente que sufre psicológicamente con diferentes trastornos, trastorno obsesivo compulsivo, por ejemplo, y piensas que es sencillo, que es normal. Pero cuando profundizas en la historia del paciente, es porque un padre ha estado encarcelado de por vida o porque la paciente nunca ha visto a su padre, por ejemplo. Todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida se ven realmente afectados por la ocupación con cosas que ni te imaginas”. Esto incluye el acceso a la atención sanitaria para muchos palestinos.
En su trabajo, Noura siempre se ha centrado en capacitar a las mujeres. Ahora, como mediadora intercultural, facilita las sesiones de psicoterapia entre nuestros pacientes y nuestro personal de psicología interpretando y mediando. También informa sobre la situación en Palestina, la cultura, la historia, los antecedentes y los aspectos únicos de la comunidad.
“Cada día, las mujeres hablan de sus vidas, de sus dificultades y ambiciones. Estas mujeres conocen sus fortalezas, saben cómo continuar con sus vidas y cómo hacer frente a las dificultades porque, ya se sabe, estos traumas y momentos difíciles son continuos. Por eso intentamos darles los medios y las habilidades para ser más resistentes, para sobrellevarlas y encontrar esperanza en la vida, algo que me alegra el corazón.”
“Esperamos... vivir en paz con nuestra familia sin tener estas preocupaciones cada día de perder a alguien, de perder algo. Esta pérdida, preocupación e inquietud se nos mete en la cabeza todo el tiempo”. Hasta que llegue ese momento, Noura sigue trabajando para ayudar a las mujeres de su querida comunidad para que cuenten con acceso a los servicios de salud esenciales, como lo es también la salud mental.
*Algunos nombres se han cambiado para proteger la privacidad de las mujeres.
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