Murió Frederik Willem de Klerk, el último presidente del apartheid sudafricano
Frederik Willem de Klerk creció en una familia vinculada al gobierno de minoría blanca de Pieter Willem Botha. Sin embargo, cuando alcanzó la presidencia de Sudáfrica optó por manejar un enfoque político diferente, siendo el símbolo máximo de esto la liberación de Nelson Mandela. Ahora bien, dentro de su país lo criticaron por ser incapaz de llevar ante la justicia las atrocidades cometidas en el marco del apartheid.
Frederik Willem de Klerk, quien como presidente de Sudáfrica supervisó el fin del apartheid, murió a los 85 años. Así lo dio a conocer su fundación, a través de un comunicado en el que se lee: “Es con la mayor tristeza que anunciamos el deceso del expresidente F.W de Klerk, de forma apacible en su domicilio de Fresnaye, tras haber luchado contra un cáncer. Deja a su esposa, Elita, a sus hijos Jan y Susan, y a sus nietos”.
Siendo abogado, con inclinaciones políticas conservadoras, de Klerk creció en una familia vinculada al gobierno de minoría blanca de Pieter Willem Botha. Así, mientras escalaba en su carrera, fue un defensor de la política de la separación de las razas, pero una vez llegó al poder, su perspectiva cambió. El crecimiento de la violencia racial, incluyendo la violencia étnica entre Xhosa y Zulus, alentada por el Estado, lo fue alejando de las políticas racistas de su antecesor, se lee en The Guardian.
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En 1989, cuando fue electo presidente, permitió el desarrollo de protestas en contra del apartheid y eliminó las restricciones sobre algunos partidos políticos. Sin embargo, fue el 2 de febrero de 1990 que dio un golpe definitivo en su nueva política: con un discurso ante el parlamento, notificó que Nelson Mandela sería liberado, luego de 27 años de estar en prisión. En efecto, nueve días después del anuncio, el líder abandonó la prisión de Victor Verster y en 1994 se convirtió en el primer presidente negro de su país.
Mandela y de Klerk compartieron el Premio Nobel de Paz en 1993, pero, según se lee en The New York Times, dicha relación estuvo llena de tensiones. “Era irónico que ambos hubiéramos viajado tan lejos para recibir el mayor galardón del mundo por la paz y la reconciliación, mientras que la relación entre nosotros se caracterizaba por tanta virulencia y sospecha”, afirmó de Klerk. Por su parte, en la autobiografía Un largo camino hacia la libertad, Mandela escribió: “Para hacer las paces con un enemigo, uno debe trabajar con ese enemigo, y ese enemigo se convierte en socio (...). A pesar de sus acciones aparentemente progresistas, el Sr. de Klerk no fue de ninguna manera el gran emancipador. Era un gradualista, un pragmático cuidadoso. No hizo ninguna de sus reformas con la intención de quitarse el poder. Los hizo precisamente por la razón opuesta: para asegurar el poder del afrikaner en una nueva dispensación”.
Además, uno de los principales reclamos hechos a de Klerk, según se lee en el diario británico, es que su juicio sobre el apartheid fue más suave de lo que se esperaba, “ya que muchos dentro del país lo vieron como un símbolo del fracaso de la Sudáfrica blanca en reconocer todos los horrores del sistema y llevar a los perpetradores ante la justicia”.
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Frederik Willem de Klerk, quien como presidente de Sudáfrica supervisó el fin del apartheid, murió a los 85 años. Así lo dio a conocer su fundación, a través de un comunicado en el que se lee: “Es con la mayor tristeza que anunciamos el deceso del expresidente F.W de Klerk, de forma apacible en su domicilio de Fresnaye, tras haber luchado contra un cáncer. Deja a su esposa, Elita, a sus hijos Jan y Susan, y a sus nietos”.
Siendo abogado, con inclinaciones políticas conservadoras, de Klerk creció en una familia vinculada al gobierno de minoría blanca de Pieter Willem Botha. Así, mientras escalaba en su carrera, fue un defensor de la política de la separación de las razas, pero una vez llegó al poder, su perspectiva cambió. El crecimiento de la violencia racial, incluyendo la violencia étnica entre Xhosa y Zulus, alentada por el Estado, lo fue alejando de las políticas racistas de su antecesor, se lee en The Guardian.
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En 1989, cuando fue electo presidente, permitió el desarrollo de protestas en contra del apartheid y eliminó las restricciones sobre algunos partidos políticos. Sin embargo, fue el 2 de febrero de 1990 que dio un golpe definitivo en su nueva política: con un discurso ante el parlamento, notificó que Nelson Mandela sería liberado, luego de 27 años de estar en prisión. En efecto, nueve días después del anuncio, el líder abandonó la prisión de Victor Verster y en 1994 se convirtió en el primer presidente negro de su país.
Mandela y de Klerk compartieron el Premio Nobel de Paz en 1993, pero, según se lee en The New York Times, dicha relación estuvo llena de tensiones. “Era irónico que ambos hubiéramos viajado tan lejos para recibir el mayor galardón del mundo por la paz y la reconciliación, mientras que la relación entre nosotros se caracterizaba por tanta virulencia y sospecha”, afirmó de Klerk. Por su parte, en la autobiografía Un largo camino hacia la libertad, Mandela escribió: “Para hacer las paces con un enemigo, uno debe trabajar con ese enemigo, y ese enemigo se convierte en socio (...). A pesar de sus acciones aparentemente progresistas, el Sr. de Klerk no fue de ninguna manera el gran emancipador. Era un gradualista, un pragmático cuidadoso. No hizo ninguna de sus reformas con la intención de quitarse el poder. Los hizo precisamente por la razón opuesta: para asegurar el poder del afrikaner en una nueva dispensación”.
Además, uno de los principales reclamos hechos a de Klerk, según se lee en el diario británico, es que su juicio sobre el apartheid fue más suave de lo que se esperaba, “ya que muchos dentro del país lo vieron como un símbolo del fracaso de la Sudáfrica blanca en reconocer todos los horrores del sistema y llevar a los perpetradores ante la justicia”.
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