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En medio de la propagación incesante y voraz del nuevo coronavirus por todo el mundo, parece humano mirar al cielo de vez en cuando y preguntarse, ¿qué está pasando? Nadie lo sabe, pero la fe, para muchos, es el único refugio. Esto no tiene precedentes. El virus lo está cambiando todo: la salud, la sociedad, la economía y la fe. Las iglesias de todo el mundo tuvieron que ceder ante algo que se sale de las manos y de la razón: cerrar sus puertas y entregar los mensajes de Dios a través de una pantalla.
El papa Francisco fue el primero en hacerlo. El pasado jueves, durante el rosario que la Conferencia Episcopal italiana convocó en toda Italia, donde ya hay más de 3.400 muertos por el virus, afirmó: “en esta situación sin precedentes, en la que todo parece fallar, ayudémonos a mantenernos firmes en lo que realmente importa. Por necesidad, nuestros espacios pueden haberse reducido a las paredes de la casa, pero tengan un corazón más grande, donde el otro pueda encontrar disponibilidad y acogida. Da la inteligencia de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud y el bienestar físico de los hermanos”.
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Poco a poco los espacios de congregación religiosa han ido cancelando sus actividades normales. Al sur de Francia, por ejemplo, el santuario de Lourdes cerró sus puertas al público por primera vez en su historia. El hecho no es de poca monta, teniendo en cuenta que al año son ocho millones de personas las que visitan el santuario, construido en 1858, cuando la religiosa Bernadette Soubirous afirmó haber presenciado la aparición de la Virgen María en la hoy llamada Gruta de las Revelaciones.
¿Cuál fue la solución? Adoptar la tecnología como vehículo y empezar a transmitir en directo las misas y los eventos a través de las redes sociales, radios cristianas y algunos canales de televisión. "Lourdes sigue siendo un lugar de oración para el mundo, oración a la Inmaculada que no deja de proteger a todos los que recurren a ella", afirmó el rector del lugar.
Lo mismo ocurrió en Canterbury (Reino Unido), epicentro del anglicanismo, cuando su arzobispo anunció una misa virtual transmitida en línea, un acto inédito en la historia de la Iglesia de Inglaterra.
Las iglesias han tomado esas acciones después de lo sucedido en Corea del Sur: una pastora del grupo evangélico Iglesia Shincheonji de Jesús contagió a miles de fieles, luego de celebrar varios ritos masivos.
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Y aunque el presidente del país asiático, Moon Jae-in, ha tomado medidas para evitar focos comunitarios que se resisten a suspender sus actividades, todavía falta. El viceministro de Salud, Kim Gang-lip, dijo hace unos días que el Gobierno necesita debatir en profundidad antes de decidir si prohíbe o no reuniones de tipo religioso, “que han sido una persistente fuente de contagios desde que el patógeno se detectó por primera vez en el país en enero”.
Algo similar ocurrió en Grecia, donde la iglesia ortodoxa se ha mostrado poco dispuesta a tomar medidas contra la propagación del coronavirus. El 9 de marzo, mientras Grecia ya contaba con 84 casos, el Santo Sínodo aseguró que el coronavirus no se puede transmitir a través de la eucaristía y anunció que ni las misas ni este sacramento se cancelarían para evitar más contagios en el país. "Los creyentes de todas las edades saben que venir a recibir la Sagrada Comunión, incluso en medio de una pandemia, es tanto una afirmación práctica como un sometimiento a Dios viviente y una potente manifestación de amor", afirmó el Santo Sínodo ese día.
El primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, debió tomar acción: “por decisión del Gobierno se cancelan todos los actos de todos los dogmas y religiones. Las iglesias permanecerán abiertas tan solo para la oración individual”.
Las alternativas para mantenerse cerca a lo espiritual pasan por estos días por el mundo digital. Vale la pena recordar que la tecnología, siendo inerte, puede ser usada tanto para el bien como para el mal y, en este caso, ha comenzado a ofrecer un servicio que cumple con una necesidad que comparten miles de millones de personas en todo el mundo.
Solo en la misa del pasado viernes del papa Francisco, transmitida en directo por Facebook, se registraron en la plataforma más de 2.500 comentarios de personas escribiendo sus oraciones y peticiones. “Señor, ya que no puedo recibirte físicamente te pido que vengas a nuestros corazones y los llenes de tu amor especial”, asegura una usuaria.
En Taipei (Taiwán), cuatro de las organizaciones budistas más importantes del país suspendieron sus oraciones públicas y exhortaron a sus seguidores a continuar las oraciones vía internet. Sin embargo, aunque muchos cumplen con las medidas, también reconocen que la nueva dinámica es difícil. “La meditación y la enseñanza en línea son prácticas, pero no hay la misma atmósfera”, le confesaba Lin a la agencia de noticias AFP. En Arabia Saudita se supendieron las oraciones en todas las mezquitas, con excepción delos lugares sagrados en la Meca. En Túnez prohibieron las oraciones colectivas y en Jerusalén quedó cerrada la Explanada de las Mezquitas, algo que no se hacía desde la Guerra de los Seis Días en 1967.
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Otro hecho insólito, en Israel, el gran rabino sefardí Yitzhak Yosef aconsejó a los judíos mantener su teléfono encendido durante el sabbat —considerado normalmente una profanación— para poder recibir informaciones urgentes sobre el virus.
Y aunque la mayoría de religiones apoyan las medidas sanitarias, no ha faltado el extremista: En Argelia, el imán Chems Eddine Aldjazairi afirmó en Facebook que tenía “miedo de que Dios nos haya enviado este virus para que nos acerquemos a él, y cuando vea que hemos cerrado las mezquitas, nos enviará otro virus más virulento”.
¿Una crisis de la religión? La pregunta es inevitable, teniendo en cuenta la crisis histórica que se vive. Por un lado, hay una curva descendiente de personas que practican alguna religión, por otro, parece que han capitalizado espacios de poder en la política. De hecho, desde hace unos años el voto evangélico se convirtió en el botín más deseado de los políticos en América Latina. La influencia evangélica fue clave en procesos electorales, como el plebiscito de 2016 en Colombia, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, la presidencia de Jimmy Morales en Guatemala, etc.
Estados Unidos es otro gran ejemplo que da luces sobre lo que ocurre en la actualidad. Una encuesta del Pew Research Center realizada en 2018 y 2019, reveló que “el 65 % de los adultos estadounidenses se describen a sí mismos como cristianos cuando se les pregunta sobre su religión, un descenso de 12 puntos porcentuales en la última década. Mientras tanto, la proporción de la población religiosamente no afiliada, que consiste en personas que describen su identidad religiosa como atea, agnóstica o ‘nada en particular’, ahora es del 26 %, frente al 17 % en 2009.”.
Sin embargo, desde la llegada de Donald Trump, con su dialéctica llevada a las totalizaciones y los radicalismos, la religión ha comenzado a cobrar tintes que rayan con lo fundamentalista cada vez que el mandatario la menciona. Según el filósofo y pensador Slavoj Žižek, no hay nada más político que esto. “En un universo pospolítico, la religión es el espacio antagonista al que regresan las pasiones antagonistas. Lo que ha ocurrido recientemente bajo la apariencia del fundamentalismo religioso no es, por tanto, el regreso de la religión a la política, sino simplemente el regreso de la política como tal”, afirma en su último libro El coraje de la desesperanza.