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El 9 de octubre cayó una bomba israelí sobre el campo de refugiados de Jabalia. Un estallido que dejó a toda la población en vilo, creyendo que la bomba había asesinado a alguno de sus conocidos. En una comunidad tan pequeña, cualquier pérdida desencadena un duelo colectivo y hace que persista el trauma de vivir a la deriva.
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El campo de refugiados está ubicado al norte de la ciudad de Gaza y es el más grande de los ocho que hay. Según un recuento de la Agencia de las Naciones Unidas para refugiados palestinos (UNRWA, por sus siglas en inglés) de julio de este año, allí residen al menos 116.011 palestinos, que llegaron después de huir de sus lugares de origen al sur de Palestina.
El número ascendió recientemente con los ataques de Israel a la Franja: más de 73.000 palestinos decidieron abandonar sus hogares en la región este y buscar refugio en las escuelas de la UNRWA. Allí, mujeres, niños y adultos mayores reciben servicios nutricionales, sanitarios y psicológicos.
“Los residentes se han refugiado en 64 escuelas y siguen llegando personas, porque creen que estos son los lugares más seguros en la Franja de Gaza, por su afiliación con las Naciones Unidas”, afirma Adnan Abu Hasna, el vocero de la UNRWA, a Al Jazeera.
Pero las bombas israelíes han golpeado la zona, asesinando a al menos 493 palestinos. En el ataque, cuatro escuelas fueron impactadas y al menos 14 instalaciones de la ONU han sido destruidas por los bombardeos.
“No podemos entender cómo las escuelas, donde personas inocentes buscan refugio, están siendo bombardeadas”, comentó Aseel, uno de los refugiados, al mismo medio.
Las instalaciones de la ONU han pasado por esto antes. En el 2014, explica Abu Hasna, una de las escuelas también fue bombardeada. El impacto de una bomba israelí cerca de un centro educativo de la UNRWA que refugiaba a al menos 3.000 palestinos asesinó a 10 personas. Ni siquiera los centros de acogida humanitaria han sido inmunes a los ataques cuando el conflicto escala.
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Con los bombardeos, los palestinos se han encargado de buscar sobrevivientes en las ruinas de su ciudad. Ayudados por ambulancias, sacan a los sobrevivientes de los escombros y los llevan hasta los centros de salud más cercanos. Sin embargo, la población ha denunciado que incluso los hospitales están recibiendo impactos de cohetes, asesinando a profesionales de la salud y dañando la infraestructura.
La situación en las escuelas se agrava con la llegada de más y más personas que buscan un techo para resguardarse, tras ver cómo sus casas eran destruidas por cohetes. Sin espacio, tratan de acomodarse como mejor pueden, sin acceso a agua, comida, medicamentos o electricidad.
“Apenas tenemos comida para alimentar a nuestros hijos. El agua potable es un lujo y no podemos abrigar a nuestros hijos en las noches porque no tenemos la ropa adecuada”, relató Zainab Matar, quien llegó a la escuela con sus cuatro hijos, al medio catarí.
Desde la ofensiva de Hamás, el gobierno de Israel bloqueó la entrada de los elementos básicos de supervivencia a Gaza, como agua y comida. La decisión de cortar esos suministros esenciales para la población gazatí constituiría un crimen de guerra bajo el derecho internacional.
El Programa Mundial de Alimentos (WFP en inglés) pidió este martes que se establecieran corredores de ayuda humanitaria en Gaza, para poder transportar asistencia alimentaria para los palestinos. Según la WFP, al menos 800.000 personas en Cisjordania y en Gaza no tienen acceso a suministros esenciales desde que Israel anunció el bloqueo en la zona.
“La declaración de guerra no debe conducir, bajo ninguna circunstancia, a un castigo colectivo de la población de Gaza. Cortar el suministro de agua, electricidad y combustible es inaceptable, ya que castiga a toda la población y la priva de sus necesidades básicas”, apuntó Leo Cans, el jefe de la misión de Médicos Sin Fronteras en Jerusalén en un comunicado de la organización.
Los bombardeos continúan y los refugiados temen que cada vez se acerquen más y más hasta impactar sus hogares. Asmaa Tayeh, una joven escritora que vive en Jabalia, dice que todos los días revisa las listas de las personas que han muerto, para saber si entre ellas está el nombre de algún familiar, algún conocido.
“Por suerte, aún estamos bien y permanecemos en nuestra casa, pero no nos sentimos seguros en absoluto, igual que todos los demás habitantes de Gaza”, cuenta la joven a Al Jazeera.
Aunque para Tayeh escuchar las bombas se había convertido en algo cotidiano, nunca dejó de ser traumatizante. Aún menos cuando las escuchó más cerca a su casa y pensó que habían impactado la vivienda de uno de sus vecinos. Para los refugiados que viven en Jabalia, el ataque de Israel ha acabado con cualquier sentimiento de seguridad que tenían en el campo de refugiados.
Las calles en la zona ahora contienen procesiones de funerales. Los cuerpos de los civiles, cubiertos con mantas blancas, son llevados por sus familiares. Nasser Abu Quta, que vive al sur de Gaza, perdió a 19 integrantes de su familia cuando los misiles impactaron su hogar. En su edificio no había combatientes de Hamás, le dijo a AFP, solo niños y mujeres.
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“Gaza lleva 16 años totalmente aislada y bloqueada del mundo, en una prisión al aire libre. Desde el 2017 no tienen agua potable, les falta luz y además los están bombardeando, constantemente. Desde 2020 ha sido una vez al año. De esas personas que viven en Palestina, la mayoría, más de un millón y medio, son refugiados en su propio territorio”, indica Nofret Hernández, experta en Medio Oriente e investigadora de la División de Historia del CIDE.
Cans aseguró que la respuesta israelí está agravando la condición de las personas en Gaza, provocando una “ansiedad extrema”. Los gazatíes han pasado por muchas guerras, agrega, pero “dicen que esta vez es diferente: no ven salida y preguntan cómo acabará todo”.
Melissa Trad, corresponsal argentina en Ramallah, añade que los palestinos viven todos los días las consecuencias de la ocupación israelí. Incluso si son civiles y no están involucrados directamente en la agresión bélica, tienen que soportar “las consecuencias del Estado israelí, que dictamina cómo viven y que les da o les quita derechos según les plazca”.
En medio de una escalada en el conflicto que puso una vez más la mirada del mundo entero en una zona que vive bajo ataques indiscriminados y retaliaciones violentas, los civiles siguen siendo las víctimas de las consecuencias.
“Para mí, nunca estaremos a salvo incluso después de que la guerra termine. De hecho, nunca me sentiré libre mientras Palestina sea ocupada y su gente sea aterrorizada”, finalizó Tayeh.
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