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“Cada gota de sangre será vengada inmediatamente”, dijo el jefe del Ejército de Pakistán, Qamar Javed Bajwa, tras el ataque terrorista contra el templo sufí Lal Shahbaz Qalandar, en Sehwan, en el cual murieron 80 personas. Desde entonces, 100 personas han muerto en operaciones antiterroristas en la frontera con Afganistán. Ojo por ojo.
El atentado, el sexto esta semana, ha generado roces entre Pakistán y Afganistán. El primero acusa al segundo de proteger terroristas y le ha pedido que entregue a 76 presuntos terroristas que, según Islamabad, se encuentran en ese país. La frontera entre los dos permanece cerrada por “motivos de seguridad”.
El presidente afgano, Ashraf Gani, tuvo que salir a responder a las acusaciones de su vecino: “Siempre hemos probado nuestra honestidad en la lucha contra el terrorismo y esperamos que otros países prueben la suya en la lucha contra los insurgentes”. Es una paradoja: durante años, Afganistán ha acusado a Pakistán de ser aliado de los talibanes, un grupo fundamentalista que lleva años aterrorizando Pakistán. Ahora el acusado es otro.
Este atentado no hace sino enrarecer las relaciones entre Islamabad y Kabul, tensas desde el pasado 13 de febrero, cuando una fracción de los talibanes de Pakistán, Jamaat ul Ahrar, perpetró un atentado en la ciudad de Lahore, en el que murieron 15 personas. Esta ola de atentados es la primera desde que, en marzo de 2016, 70 personas murieran en un ataque en un parque de Lahore.
Sin embargo, estos atentados son sólo un recordatorio de la conflictiva historia de Pakistán: un país que desde su independencia, en 1947, ha vivido entre la democracia y la dictadura, entre la guerra y la paz. Desde el principio ha sido una historia violenta. En 1947, Pakistán e India se independizaron del Imperio británico. Y desde el principio hubo roces entre ambos países: el primero, de mayoría musulmana, y el segundo, de mayoría hindú. En 1956, Pakistán se convirtió en la República Islamista de Pakistán. Pero ese año fue el inicio de una era de inestabilidad política de la que no ha salido.
En 1958, el entonces presidente, Iskander Mirza, fue sacado del poder por el general Ayub Khan, quien estuvo a cargo hasta 1969. Durante su gobierno, Pakistán se embarcó en una guerra con la India por la región de Cachemira, la eterna manzana de la discordia entre ambos países.
En 1969, Ayub Khan fue reemplazado por Yahya Khan, quien protagonizó una nueva guerra con India y con la provincia de Pakistán Oriental, que finalmente se independizó y se convirtió en Bangladés. Hubo denuncias de miles de muertos durante estos dos conflictos y en 1971 Khan renunció, siendo reemplazado por Zulfikar Ali Bhutto, que puso punto final al conflicto con la India y promulgó una nueva Carta Magna.
Pero, en 1977, Bhutto fue sacado del poder por el general Muhammad Zia-ul-Haq, quien ordenó su ejecución en 1979. Zia fue pieza clave de la coalición que impidió que la Unión Soviética invadiera Afganistán, al colaborar con Estados Unidos y Arabia Saudita, armando a los muyahidines afganos. Fue el inicio de una cuestionada relación entre Pakistán y varios movimientos fundamentalistas afganos, como los que atentaron en Lahore y Sehwan.
Zia estuvo al frente hasta 1988, cuando murió en un accidente aéreo, en el que también murieron el embajador de Estados Unidos en Pakistán, Arnold Raphael, y el jefe del Estado Mayor, el general Ajtar Abdul Rahman. Su muerte, hay que decirlo, fue una luz para la democracia. Pero una muy tenue.
Para Pakistán, los 90 fueron una década de enfrentamientos entre la hija de Bhutto, Benazir Bhutto, el presidente Ghulam Ishaq Khan y el primer ministro Nawaz Sharif. Hasta el golpe de Estado de 1999, protagonizado por el general Pervez Musharraf. Entonces, en 2001, se dio el ataque a las Torres Gemelas y Pakistán se convirtió en protagonista de la guerra en Afganistán: un hecho que ha marcado su historia reciente y sus relaciones con su vecino. Musharraf pasó de dictador a presidente en 2001 y fue reelegido en 2007. Sin embargo, no finalizó su segundo mandato debido al asesinato de la jefa de la oposición, Benazir Bhutto, en diciembre de 2007. Otro magnicidio.
Musharraf fue reemplazado en 2008 por Asif Ali Zardari, viudo de Bhutto. Y éste fue reemplazado por Mamnoon Hussain, el actual presidente y quien se ha convertido en un aliado del primer ministro Nawaz Sharif, el hombre al que Musharraf sacó del poder en 1999.
En resumen: la historia de Pakistán ha sido de inestabilidad política, de una frágil democracia y de una posición ambivalente ante el terrorismo internacional y sus vecinos. Y eso explica, parcialmente, el baño de sangre de esta semana.