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Seis semanas duraron los enfrentamientos entre Armenia y Azerbaiyán desde que se reanudaron las hostilidades. A la 1 de la mañana del 10 de noviembre las partes concertaron el acuerdo propuesto por Rusia. ¿Por qué? Y, ¿cómo incide ese acuerdo en la economía global?
Nagorno Karabaj es un distrito étnico armenio dentro de la República de Azerbaiyán. Algunos sitúan los orígenes del conflicto en la arbitraria división de fronteras en la época soviética; sin embargo, la geografía étnica de la zona también explica las confrontaciones: ocho repúblicas que hablan 40 idiomas y con diferentes tradiciones religiosas.
A la caída del sistema soviético en esa región del Sur del Cáucaso se trabaron tres conflictos separatistas sin solución hasta la fecha: Abjasia y Osetia en Georgia, y Nagorno Karabaj en Azerbaiyán. Sobre estas diferencias, las potencias medias regionales, Rusia y Turquía, han jugado siempre un papel fundamental.
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Aunque a principios de los 90 Azerbaiyán sufrió una derrota militar en el conflicto con Armenia, en el que perdieron la vida 26.000 personas, 800.000 más fueron desplazadas y el 14% de su territorio fue ocupado —Nagorno Karabaj además de 7 regiones circundantes— Bakú obtuvo la victoria diplomática con cuatro resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que reafirmaron el apoyo a la soberanía e integridad territorial de Azerbaiyán dentro de sus fronteras reconocidas internacionalmente.
Así se mantuvo la situación durante 28 años, con un proceso de paz estancado y un cese al fuego interrumpido periódicamente. La confrontación iniciada el pasado septiembre, a diferencia de las anteriores, no fue controlada por las potencias regionales y dio lugar a la muerte de al menos un centenar de civiles y 5000 militares, cifras que ninguna de las partes desea reconocer ante sus ciudadanos. Detrás, hay razones políticas, pero, esencialmente, geo-económicas.
Azerbaiyán es el paso estratégico que sirve a Occidente de ruta para acceder al petróleo de Turkmenistán e Irán y a las inmensas reservas de gas de las costas del Caspio, ruta alterna a los corredores energéticos y de transporte que hoy atraviesan Rusia. En ese escenario, Armenia quedó marginada de megaproyectos que convierten a la región en un hub que da vida a la antigua Ruta de la seda. Acuerdos energéticos entre Azerbaiyán y Turquía han permitido que los recursos naturales del primero lleguen al Mediterráneo oriental y a Europa.
Entretanto, la diáspora armenia, fuerte en Estados Unidos, Rusia y Europa, supo presentar en Occidente su propia narrativa sobre la ocupación de Nagorno Karabaj y el país logró mantener la ocupación con el apoyo implícito de Rusia, que tiene una base militar en su territorio.
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Turquía, por su parte, fue el único país que ofreció pleno respaldo político y militar a Azerbaiyán, mientras Europa tomaba distancia del gobierno de Bakú. Así, sin una comunidad internacional realmente interesada en la resolución del conflicto, y el fracaso del grupo de Minsk, Bakú decidió lanzar la ofensiva para recuperar sus territorios, en un momento muy oportuno: El presidente azerí Ilham Aliyev venía soportando presiones internas desde la caída de los precios del petróleo en 2015, que llevó a la devaluación de la moneda local (Manat) en un 75%. Al desconcierto de la población, se sumaron los efectos devastadores de la pandemia de COVID-19.
Dos son los ganadores con este acuerdo: Rusia, que llega con sus fuerzas militares a territorio Azerí como garante del acuerdo, y Turquía, que también valoriza su presencia militar en la zona después del apoyo efectivo a Azerbaiyán en el reciente conflicto, tras probar sus desarrollos armamentistas.
Importantes vectores deben considerarse ahora: Primero, Azerbaiyán históricamente ha sido un socio comercial y energético de Rusia. Segundo, a pesar de las tensiones recurrentes entre Moscú y Ankara en Siria, Rusia y Turquía son socios económicos fuertes, y coinciden en algunas posiciones contra las potencias tradicionales de Occidente.
Tercero, aunque el acuerdo de paz deja a Armenia como el gran perdedor de la contienda en términos territoriales, esta nación gana corredores de conectividad con Nagorno Karabaj, mientras que, en materia de seguridad, Azerbaiyán cede espacio en favor de Rusia, lo que puede afectar sus aspiraciones de no dependencia energética en la construcción de nuevas rutas que atraviesan el sur del Cáucaso. La gran perdedora es la Unión Europea, que se limita a observar cómo los alineamientos geopolíticos y económicos se consolidan en sus fronteras.
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El acuerdo firmado exige a las partes mantener sus posiciones militares; Armenia devolverá en los próximos 10 días los territorios circundantes de Nagorno Karabaj que Azerbaiyán no logró recuperar militarmente en los pasados 75 días. Durante los próximos 5 años (prorrogables), un contingente de mantenimiento de la paz de la Federación de Rusia se desplegará a lo largo de la línea de control.
El cumplimiento de este arreglo será verificado por Turquía y Rusia, esta última con presencia militar en la mayoría de las exrepúblicas soviéticas, con excepción de los países bálticos, Uzbekistán y Turkmenistán. Azerbaijan y Armenia, son un testimonio claro de la guerra que se libra por el control a lo largo de las rutas que favorecen el comercio de bienes y servicios. La integración económica es conectividad, y aunque este acuerdo puede abrir escenarios retributivos en esta materia para Azerbaijan y Armenia, otros Estados son los verdaderos ganadores.
* Centro de Estudios Turcos y del Cáucaso / Universidad Externado de Colombia