Pensadores globales 2024: ¿La guerra entre Israel y Hamás podría conducir a la paz?
Un profesor de asuntos internacionales en la Universidad de Georgetown analiza las implicaciones y posibles salidas a la guerra en Gaza.
Charles A. Kupchan* - Especial para El Espectador
La incursión asesina de Hamas en el sur de Israel el 7 de octubre desató una nueva andanada de derramamiento de sangre atroz en Oriente Medio. Aun si la campaña militar de Israel en respuesta a las atrocidades logra diezmar a Hamas, dejará atrás una población de Gaza conmovida, sufriente y enojada. Por otra parte, la guerra afectará las relaciones de Israel con la comunidad palestina en general y sus hermanos árabes en toda la región. Recoger los pedazos llevará bastante tiempo.
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La incursión asesina de Hamas en el sur de Israel el 7 de octubre desató una nueva andanada de derramamiento de sangre atroz en Oriente Medio. Aun si la campaña militar de Israel en respuesta a las atrocidades logra diezmar a Hamas, dejará atrás una población de Gaza conmovida, sufriente y enojada. Por otra parte, la guerra afectará las relaciones de Israel con la comunidad palestina en general y sus hermanos árabes en toda la región. Recoger los pedazos llevará bastante tiempo.
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Cuesta encontrar un aspecto positivo en este brote mortal de violencia. De todos modos, vale la pena considerar si el shock provocado por la guerra no podría llevar el conflicto aparentemente inextricable entre Israel y Palestina a una eventual resolución. ¿Podría acaso esta tragedia, que ha obligado tanto a israelíes como a palestinos a mirar de lleno al abismo, terminar siendo un punto de inflexión que aclare el camino hacia una paz duradera?
Considerar esta posibilidad seriamente, y mirar más allá del horizonte, no es solo un ejercicio de ilusión vana. Explorar de qué manera la conflagración actual podría preparar el escenario para la paz tal vez ayude a ofrecer un mapa de ruta para que sigan los israelíes, los palestinos y la comunidad internacional una vez que se haya asentado el polvo.
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Para empezar, el alcance y la intensidad del conflicto podría sensibilizar tanto a los israelíes como a los palestinos de que necesitan romper el ciclo de violencia que ha azotado a la región durante décadas. Está claro que los estallidos anteriores de combate con el tiempo han endurecido las actitudes en ambos bandos, y por razones entendibles.
Los israelíes han tendido a responder a ataques esporádicos de los palestinos con represalias e imponiendo restricciones estrictas al pueblo palestino -una estrategia que ha evolucionado, en parte, a partir de la historia anterior de Israel con Gaza-. Cuando Israel se retiró de la Franja de Gaza en 2005, no hizo más que liberar el camino para que Hamas tomara el poder y comenzara a lanzar una sucesión de ataques. Esa experiencia, junto con los continuos actos de violencia perpetrados por los palestinos en Cisjordania, ha convencido a muchos israelíes de que los esfuerzos de paz destinados a devolver más tierra serían insensatos y que mantener el estatus quo es una alternativa mucho más segura.
El problema es que el estatus quo -la ocupación de Cisjordania y el estrangulamiento de Gaza- es intolerable e inaceptable para los palestinos, que ven la combinación de represión e intransigencia diplomática de Israel como un casus belli. Para muchos palestinos, la única manera de advertir a los israelíes de que su estatus quo cómodo no es tan cómodo es a través de una resistencia activa, que incluye violencia.
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Como resultado de ello, los palestinos siguen combatiendo y los israelíes responden ejerciendo un control más férreo. Cada bando le echa la culpa al otro y el ciclo de violencia sigue su curso.
El fin de la complacencia
Pero esta vez podría ser diferente. Los israelíes están espantados ante el fracaso de las tan elogiadas instituciones de seguridad nacional de su país. La superioridad militar, las amenazas disuasivas, la vigilancia dominante, los vallados, los muros y los puntos de control: estos pilares de la política de defensa israelí no sirvieron de nada para impedir que Hamas asesinara a más de 1.400 personas el 7 de octubre. Algo tiene que cambiar.
Lo mismo es válido para los palestinos. El terror nihilista de Hamas solo ha llevado una muerte generalizada y destrucción a Gaza, poniendo de relieve la necesidad de un cambio de rumbo. De hecho, aún antes del actual estallido de violencia, muchos habitantes de Gaza estaban listos para una alternativa al extremismo de Hamas.
Una encuesta de opinión llevada a cabo pocos días antes del ataque demostró que el 67% de los residentes de Gaza tenía poca o ninguna confianza en el gobierno liderado por Hamas. Asimismo, solo el 27% de la población elegía a Hamas como su partido preferido, y un porcentaje aún menor -apenas el 20%- respaldaba la postura de Hamas de destruir a Israel. La gran mayoría de los residentes de Gaza prefería un acuerdo pacífico del conflicto, y más del 50% estaba a favor de una solución de dos estados.
Si la ronda actual de guerra impulsa simultáneamente un cambio político en Gaza, Cisjordania e Israel, podría llevar a un despertar mutuo, más que a un nuevo giro en un ciclo continuo de violencia. En Gaza, el régimen de Hamas supuestamente está terminado como resultado de la campaña de Israel para desmantelarlo, así como de la creciente desafección entre la población local.
En Cisjordania, la esclerótica Autoridad Palestina -a la que, en general, los residentes tanto de Cisjordania como de Gaza consideran corrupta e ineficiente- avanza a los tumbos, con escaso respaldo público. A pesar de haber sido elegido en 2005 para un período de cuatro años, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, permanece en el cargo. No se ha llevado a cabo ninguna elección presidencial desde entonces. Alrededor del 80% de los palestinos cree que el presidente de 87 años debería dimitir. Claramente, el liderazgo de la Autoridad Palestina está mucho más allá de su fecha de expiración.
En Israel, la carrera política del primer ministro Benjamin Netanyahu quizá también haya terminado. El día más letal en la historia del país se produjo durante su mandato -un golpe devastador para un político cuya marca se había construido en base a la idea de que solo su liderazgo era capaz de mantener a salvo a los israelíes-. No ayuda que las reformas judiciales que ha venido persiguiendo su gobierno antes de que estallara la guerra generaran un desacuerdo paralizante en el seno de la sociedad israelí. Los números de las encuestas de Netanyahu se están desplomando, en tanto elude la responsabilidad por la crisis actual y en tanto crecen las acusaciones de que su conducción divisiva preparó el escenario para el grave fallo de seguridad del 7 de octubre.
Sin duda, la perspectiva de un cambio concurrente de gobierno en Gaza, Cisjordania e Israel podría conducir a un período prolongado de incertidumbre e incitar a fuerzas aún más radicales. Pero también podría llevar al poder a un nuevo cuadro de líderes israelíes y palestinos que estén más dispuestos a darle una chance a la paz.
Operación Dragón
El último enfrentamiento bélico entre Israel y Hamas tiene repercusiones más allá de Oriente Medio y éste es precisamente el motivo por el que Estados Unidos y la comunidad internacional en general están llevando a cabo una intensa diplomacia. De cara al futuro, la comunidad internacional debería aprovechar su creciente compromiso en la región para revivir un proceso de paz que, en los hechos, está muerto.
A pesar de hacer referencias afables a la necesidad de una solución de dos estados, los diplomáticos norteamericanos prácticamente no han hecho nada para que sus palabras se traduzcan en acciones. Pero el conflicto palestino-israelí hoy es central: el presidente norteamericano, Joe Biden, vuela a una Tel Aviv en guerra y no a una Kiev en guerra. Cuando el actual derramamiento de sangre llegue a su fin, los responsables de las políticas en Estados Unidos deberán aprovechar esta apertura para impulsar las negociaciones.
Estados Unidos necesitará de una ayuda considerable, especialmente porque el tablero de ajedrez diplomático en Oriente Medio ha venido cambiando, sobre todo debido al ingreso en escena de China. Solo en 2023, China negoció la normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Irán, recibió a Abbas en Beijing para discutir el proceso de paz y afianzó los vínculos con Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y otras monarquías del Golfo.
La guerra entre Israel y Hamas ha creado una oportunidad para que Estados Unidos y China trabajen juntos para fomentar las perspectivas de paz en Oriente Medio -un tema que figuraba alto en la agenda durante la visita del ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, a Washington en octubre-. Dado que tanto Estados Unidos como China parecen interesados en buscar maneras de apaciguar la creciente rivalidad geopolítica entre ambos, aunarse para impulsar la causa de la paz entre israelíes y palestinos sería un buen punto de partida.
El compromiso diplomático de China podría ser de especial importancia para frenar a Irán, que sigue siendo un titiritero peligroso en Oriente Medio, al ofrecer fondos y armas a Hamas, Hezbollah y otros grupos extremistas. China es el principal socio comercial de Irán, lo que le da al gobierno chino una capacidad para influir de manera considerable en la República Islámica. Por su parte, un Irán aislado ve en China su salvavidas diplomático.
En un momento en que las conversaciones sobre la normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel están suspendidas, pero de ninguna manera muertas, Estados Unidos y China tal vez puedan trabajar con una coalición de potencias regionales para lograr que Irán no quiera -y no pueda- atizar las divisiones sectarias, azuzar a las fuerzas antiisraelíes y generar conflicto en la región.
Con el telón de fondo de las atrocidades de Hamas, y la devastación generada por las represalias israelíes, un acuerdo de paz parece bastante lejano. Pero nadie imaginaba en medio del shock de la guerra de Yom Kipur de 1973 que Israel y Egipto iban a firmar un tratado de paz seis años más tarde. Las guerras pueden conducir a nuevos comienzos, en tanto confrontan a los combatientes con realidades duras que exigen resoluciones.
Para los israelíes y los palestinos, la dura realidad es que existen alrededor de siete millones de judíos israelíes y siete millones de palestinos que viven entre el río Jordán y el Mar Mediterráneo, y que los palestinos van camino a convertirse en una mayoría demográfica. En estas circunstancias, no existe algo llamado solución de un estado. Los israelíes nunca permitirán que su país esté gobernado por una mayoría palestina. Al mismo tiempo, Israel no puede. gobernar indefinidamente a millones de palestinos que viven en un limbo sin estado.
El único camino a la paz es una solución de dos estados, en la que israelíes y palestinos vivan de manera segura, unos junto a otros. El shock de esta guerra tal vez haga que ambas partes reconozcan esta realidad.
* Charles A. Kupchan es miembro sénior en el Consejo de Relaciones Exteriores, se desempeñó en el Consejo de Seguridad Nacional durante las presidencias de Bill Clinton y Barack Obama.
Copyright: Project Syndicate, 2023. www.project-syndicate.org