Pensadores globales 2024: restaurar la confianza en el liderazgo internacional
La ministra de finanzas de Indonesia y copresidenta de la Coalición de Ministros de Finanzas del G20 para la Acción Climática y sus advertencias sobre el orden económico global.
Sri Mulyani Indrawati - Especial para El Espectador
El liderazgo internacional estuvo penosamente ausente tras la crisis de la COVID‑19, de la que ningún país salió indemne. En 2021, señalé que la forma y la velocidad de la recuperación económica pospandemia dependerían en gran medida de la cooperación multilateral. Mi observación sigue siendo válida, ya que la economía global, que todavía no ha vuelto del todo a la situación prepandémica, enfrenta una nueva fuente de riesgo: la proliferación de conflictos geopolíticos. En los últimos dos años, la guerra en Ucrania, la que enfrenta a Israel con Hamás y siete golpes militares en África subsahariana han aumentado la fragilidad y provocado el desplazamiento de numerosas personas.
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El liderazgo internacional estuvo penosamente ausente tras la crisis de la COVID‑19, de la que ningún país salió indemne. En 2021, señalé que la forma y la velocidad de la recuperación económica pospandemia dependerían en gran medida de la cooperación multilateral. Mi observación sigue siendo válida, ya que la economía global, que todavía no ha vuelto del todo a la situación prepandémica, enfrenta una nueva fuente de riesgo: la proliferación de conflictos geopolíticos. En los últimos dos años, la guerra en Ucrania, la que enfrenta a Israel con Hamás y siete golpes militares en África subsahariana han aumentado la fragilidad y provocado el desplazamiento de numerosas personas.
Y sin embargo, a pesar de condiciones que demandan un fortalecimiento de la acción colectiva, la cooperación multilateral parece estar en declive. No vamos camino de cumplir el Objetivo de Desarrollo Sostenible referido a poner fin a la pobreza extrema en 2030; se calcula que con las tendencias actuales, un 7% de la población mundial seguirá viviendo en la miseria. Además, está aumentando la frecuencia de desastres climáticos, una tendencia peligrosa que se pone cada vez peor. La falta de liderazgo internacional en la respuesta a estas amenazas existenciales a la humanidad es desalentadora. Debemos reconocer esta realidad y decidir el modo de cambiarla.
Pero incluso en un contexto de crisis superpuestas, hay buenas noticias. En 2023 la economía mundial se ha mostrado resiliente, pese a la lentitud y falta de uniformidad de la recuperación tras la pandemia. La lucha contra una alta inflación mundial persistente parece estar funcionando: se prevé un descenso sostenido de la inflación desde 8,7% en 2022 a 6,9% en 2023 y 5,8% en 2024. Esto es atribuible a las subidas de tipos de interés y al abaratamiento de los precios internacionales de los commodities; pero el endurecimiento monetario prolongado frenará la actividad económica mundial. En tanto, el crecimiento del PIB en algunas economías de mercado emergentes y en desarrollo, sobre todo en Asia oriental y el Pacífico, ha superado los niveles prepandemia (con China, Vietnam e Indonesia entre los países de mejor desempeño).
Además, en las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial celebradas en Marrakech en octubre, los ministros de finanzas y banqueros centrales acordaron dar respuesta conjunta a ocho desafíos globales y avalaron la nueva visión y misión del Banco Mundial: crear un mundo sin pobreza y promover la prosperidad compartida en un planeta habitable. El nuevo manual de desarrollo del Banco Mundial y su modelo de financiación mejorado se basan en ese objetivo, para que el esfuerzo compartido en la lucha contra los desafíos globales sea factible y estratégicamente razonable.
El crecimiento, en peligro
Existen a medio plazo tres grandes amenazas al crecimiento mundial: el aumento de tensiones geopolíticas, que puede provocar fragmentación económica; el desacople tecnológico, que puede impedir la difusión de nuevas tecnologías digitales con capacidad para aumentar la productividad; y el cambio climático, en particular su impacto sobre la agricultura. Lamentablemente, muchos países no tienen suficiente margen de maniobra para apoyar el crecimiento económico. La política monetaria se ha vuelto en gran medida restrictiva, para contener la presión inflacionaria, mientras que la política fiscal está cada vez más constreñida, sobre todo en los países en desarrollo de bajos ingresos que enfrentan problemas de endeudamiento y los desafíos gemelos de la inseguridad alimentaria y energética.
Conflictos y competencias geopolíticas ponen en riesgo los avances de la globalización. En los últimos treinta años, el comercio y la inversión transfronterizos triplicaron el tamaño de la economía global y sacaron de la pobreza a 1300 millones de personas. Pero hoy nuevas guerras y tensiones en gestación pueden destruir las cadenas de suministro, detener los flujos de inversión, generar una multiplicación de estándares internacionales para tecnologías digitales críticas y emergentes y aumentar la desigualdad de ingresos y riqueza.
Para contrarrestar la amenaza geopolítica, tenemos que recalcar la importancia de una cooperación multilateral basada en reglas que valore la transparencia, la certeza y la prosperidad compartida. Tenemos que hacer un esfuerzo concertado para resistir la fragmentación en todos los frentes, ya que la desintegración puede llevar a un incremento sostenido de la volatilidad de precios, impedir el flujo transfronterizo de materias primas y dejarnos con menos herramientas para aumentar la inclusividad del crecimiento económico mundial.
Igualmente preocupante es la tendencia reciente hacia el desacople tecnológico, en particular entre Estados Unidos y China en áreas cruciales como la inteligencia artificial y los semiconductores. Esto despierta el fantasma de una mayor fragmentación, que puede provocar pérdidas del orden del 5% del PIB en muchas economías.
Pero al mismo tiempo, el cambio tecnológico todavía tiene un enorme potencial para dar impulso al desarrollo. Un informe reciente del Banco Mundial, centrado en el sector servicios y el desarrollo en Asia oriental y los países del Pacífico, halló que la adopción de las tecnologías digitales aumenta la productividad de las empresas, aunque suele requerir importantes cambios organizacionales e inversiones complementarias. Además, la difusión de las plataformas digitales, que ofrecen nuevos modos de conexión entre clientes y proveedores, puede impulsar un crecimiento explosivo de la venta electrónica (mayorista y minorista), como sucedió en Filipinas.
De modo que el veloz desarrollo de las tecnologías digitales, bien gestionado, puede ser muy favorable a la recuperación económica sostenida. Para poder adoptar una estrategia compartida que incremente su adopción y prevenga la fragmentación hay que tener en cuenta factores complementarios como la capacitación de las personas, la cuestión regulatoria y los niveles de competencia.
Por último, se ha vuelto evidente que el impacto del cambio climático sobre la agricultura empeorará las desigualdades globales. En la primera mitad de 2022, hemos visto una de las mayores perturbaciones de los mercados globales de alimentos de las últimas décadas, que se debió en parte a malas cosechas como resultado de fenómenos meteorológicos extremos. Alrededor del 80% de las personas más expuestas a experimentar pérdida de cosechas y hambre en relación con fenómenos climáticos viven en África subsahariana, Asia meridional y el sudeste de Asia, donde las familias agrícolas tienden a ser pobres y vulnerables. Una sequía grave, tanto si la causa el calentamiento global o El Niño, puede dejar en la miseria a varios millones de personas más, incluso en países de ingresos relativamente altos como Filipinas y Vietnam.
Como líderes mundiales, está en nuestra capacidad promover políticas que ayuden a aumentar la resiliencia climática de la agricultura (por ejemplo un uso más eficiente del agua), gestionar la demanda, alentar la adopción de cultivos con menor consumo de agua y mejorar la salud de los suelos. Estos esfuerzos están alineados con los objetivos de sostenibilidad, y también pueden reducir la emisión de gases de efecto invernadero desde el sistema alimentario, que según cálculos recientes equivale a cerca de un tercio de dichas emisiones y es la mayor fuente antropogénica de metano, además de ser uno de los principales factores de pérdida de biodiversidad.
Cooperar o fracasar
En vista de las fracturas y disparidades que hoy enfrenta la comunidad internacional, fortalecer la cooperación multilateral es más importante que nunca. Por el lado positivo, una enseñanza que al parecer han aprendido los líderes mundiales de la pandemia (un acontecimiento extraordinario y sin precedentes) es la importancia de generar más resiliencia.
Sobre la base de esa enseñanza, tenemos que hacer más hincapié en cuatro prioridades. Debemos fortalecer el espíritu de solidaridad, multilateralismo y colaboración, de modo de sentar las bases para la resolución pacífica de conflictos y la cooperación económica. Debemos proveer apoyo fiscal selectivo y mecanismos de gestión de deudas más robustos, en particular para los países vulnerables. Tenemos que responder al actual entorno de altos tipos de interés con políticas que equilibren la estabilidad con el crecimiento. Y tenemos que asegurar la sostenibilidad del crecimiento a largo plazo mediante reformas estructurales amplias y la inversión en una economía mundial verde.
Vigilar y mitigar posibles amenazas sistémicas es crucial para la estabilidad económica. De las medidas que tomemos ahora y en los próximos años (en los niveles global y local) dependerá nuestra capacidad para salir airosos de los acuciantes desafíos internacionales. La cooperación multilateral es demasiado importante para dejarla abandonada.