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                                                                                                                                  Perón, origen y pretexto de las crisis argentinas

                                                                                                                                  Eva Duarte y Juan Domingo Perón marcaron la historia de los argentinos y fueron determinantes en las crisis que vivieron, desde la primera presidencia del caudillo. Aún después de muertos siguieron incidiendo.

                                                                                                                                  FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                                  Eva Duarte y Juan Domingo Perón, una pareja que marcó a sangre y fuego a Argentina. / AP
                                                                                                                                  Foto: ASSOCIATED PRESS
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  “En el teatro fui mala, en el cine me las supe arreglar, pero si en algo fui valiosa fue en la radio”, confesó Evita a mediados de 1950. Ya era la Evita de los “menesterosos”, la esposa de Juan Domingo Perón y la sangre del peronismo. Su carrera artística era escudriñada por sus fanáticos y sus enemigos. Unos escribían la historia blanca, y los otros, la negra. Por la mitad iba la otra, la verdadera. En 1939 la llamaron para que fuera la protagonista de un radioteatro que escribía para ella el novelista Héctor P. Blomberg, un tipo de corte nacionalista y popular. A Evita le encantaban los personajes transmitidos a toda la Argentina por su voz. Se sentía la heroína que desde niña había querido ser, y poco le importaba que las altas clases se burlaran de su tono, su acento y sus giros. “Lo que nos divertía aquella voz guaranga que hacía de emperatriz con tono tanguero. Era para morirse de risa. Nosotros esperábamos con impaciencia la hora del radioteatro y luego lo comentábamos con los amigos. Creo que contribuimos mucho a la celebridad de Evita”. El recuerdo de la poetisa Gloria Alcorta contrastaba con el de las mujeres humildes que en sus casas, en las fábricas o en la oficina lloraban con las historias de aquella Eva Duarte que hacía publicidad para jabones y aparecía mes tras mes en las revistas de farándula. Cuentan que por marzo del 42 dejó su mohosa pensión para mudarse a un barrio con todas las letras.

                                                                                                                                  “La gente de la farándula decía que ese departamento era un regalo del coronel Aníbal Imbert”, escribió luego Pablo Raccioppi. Imbert era amigo de Perón. Durante su gobierno colaboró con él y con el Vaticano para ayudar a 90.000 nazis a establecerse en la Argentina, entre ellos Martin Bormann, Adolf Eichmann y Joseph Mengele. A mediados del 45 otro alemán, el millonario Ludwig Freude, le regalaría una mansión a Evita en uno de los barrios más aristócratas de Buenos Aires, Belgrano. Eran muchos los alemanes dentro de esta historia, que tuvo su punto más febril entre febrero y julio del 45, cuando cinco submarinos nazis desembarcaron en San Clemente del Tuyú, cerca de Mar del Plata. Llevaban cajas y cajas con letreros en alemán que decían “Secreto de Estado”. Aquellas cajas contenían 17 millones 576 mil dólares; 187 millones 692 mil marcos; 4 millones de libras esterlinas, otras cantidades similares de florines, francos belgas y franceses, 2.511 kilogramos de oro, 4.638 de diamantes y diversas obras de arte. Las operaciones fueron dirigidas por Ernst Kaltenbrunner, jefe de la Policía del Tercer Reich, y los destinatarios de aquellos bienes eran Juan D. Perón y Eva Duarte. Antes de que finalizara la guerra, Perón le había entregado al agregado militar de la embajada de Alemania 8.000 pasaportes argentinos y millares de cédulas de identidad, firmados y sellados, pero sin fotos ni huellas dactilares. Tiempo después, toda la Argentina hablaría de la cuenta suiza que tenían Perón y su esposa. Habría más de un suceso oscuro y algunos muertos por ella. Vea también: En Argentina el dinero no alcanza para comprar carne

                                                                                                                                  Sin embargo, aquella cuenta suiza era lo de menos. Más allá de ella, Perón era el enemigo de las altas clases argentinas, y a pesar de ser militar, de los militares. “Los menesterosos” y “los descamisados” estaban con él. Y de alguna manera, sobre todo a través de Evita, él con ellos. Por eso, en junio del 55, un pesado grupo de militares, auspiciado por un más pesado grupo de empresarios, intentó tomarse el poder a sangre y fuego con una violenta operación aérea sobre la Plaza de Mayo. Decenas de aviones de la Fuerza Aérea dispararon una y mil veces contra una multitud que aclamaba a Perón, con un trágico saldo de más de 300 muertos y miles de heridos. Dos meses más tarde estalló la Revolución libertadora que había anunciado Evita. Perón fue depuesto. Huyó hacia el exterior y acabó en España. La eterna crisis continuaba. Los militares, liderados por el general Pedro Eugenio Aramburu, se tomaron el poder y decretaron una férrea persecución contra todo aquel que pensara diferente. Devaluaron el peso, facilitaron las cosas para las altas clases, abrieron las fronteras para la inversión extranjera, congelaron los salarios y callaron a la prensa, dentro de un plan al que denominaron Prebisch, que había sido recomendado por el Fondo Monetario Internacional. Menos de un año más tarde, entre el 9 y 12 de junio, Aramburu firmó una orden de exterminio y su gobierno fusiló a 31 peronistas en lo que la historia y el escritor Rodolfo Walsh llamarían Operación Masacre.

                                                                                                                                  La crisis social llevó a una nueva crisis económica, la crisis económica a una pasajera democracia liderada por Arturo Illía, y luego, en los 60, a sucesivos golpes militares. Juan Carlos Onganía, Alejandro Lanusse y sus segundos, se encargaron de hacer la Argentina a su imagen y semejanza, y a la imagen y semejanza de los grandes conglomerados económicos internacionales. De ser “el granero del mundo”, pasó a estar en eterno déficit. La sombra de Perón sobrevolaba el país, desde el Chaco hasta Ushuaia, y en su nombre, en el de la Revolución cubana, en el del Che Guevara, e incluso en el de Camilo Torres y en el del nuevo catolicismo cristiano, surgieron varios grupos radicales de izquierda que a partir del 68 eligieron “todas las formas de lucha” y que se concentraron en un solo nombre, Montoneros. Su lema era “Perón o muerte”. Por Perón dieron la vida y mataron, y por Perón desestabilizaron al país. A finales de mayo y comienzos de junio de 1970, sus nombres y su grupo encabezaron las noticias de los diarios del mundo entero por haber secuestrado, enjuiciado y ejecutado a Pedro Eugenio Aramburu. Cuatro años más tarde, luego de que el mismo Perón los hubiera expulsado de la Plaza de Mayo por imberbes y estúpidos, y de una matanza en los predios de Ezeiza entre peronistas de derecha y de izquierda, dos de sus cabecillas, Norma Arrostito y Mario Firmenich, contaron paso a paso cómo secuestraron y mataron a Aramburu.

                                                                                                                                  Dijeron que el tiro de gracia se lo disparó Fernando Aval, el líder del grupo. Que para que no se oyera, martillaron un largo rato en la sala de la estancia La Celma, de la familia Ramus, en Timote, a donde lo habían llevado desde su casa en Buenos Aires. Que el tema de la “compañera Evita”, como la llamaban siempre los Montoneros, surgió el segundo día de su juicio. Cuando lo interrogaron sobre el asunto, Aramburu se paralizó y les pidió a sus secuestradores que apagaran la grabadora. “Sobre este tema no puedo hablar por un problema de honor. Lo único que les puedo asegurar es que ella tiene cristiana sepultura”, dijo. Luego les prometió que haría aparecer el cadáver y pidió lápiz y papel. A la mañana siguiente confesó que Eva Perón estaba sepultada en Roma, con  un nombre falso y bajo custodia del Vaticano, y que la documentación del robo de su cadáver se encontraba en una caja de seguridad del Banco Central a nombre de un coronel Cabanillas. Dijeron que luego del juicio le informaron a Aramburu que iban a proceder, y que el general les respondió: “Procedan”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El asesinato de Aramburu provocó otro cambio en la presidencia. Salió Onganía y lo sucedió Roberto Levingstone, quien fue depuesto por Alejandro Lanusse un año más tarde a raíz de un nuevo golpe montonero: la toma de la población de Calera, en Córdoba. Sin que nadie fuera capaz de admitirlo, los Montoneros ponían y quitaban presidentes, hasta que lograron que Perón retornara a la Argentina, en 1972. Con el caudillo empezaron a tener posiciones de mando.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Decidían y mandaban, aunque también eran perseguidos por sectores disidentes de las fuerzas armadas, y algunos, asesinados y desaparecidos, como Norma Arrostito, a quien vieron por última vez en los calabozos de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde “pasaba horas memorizando el Romancero gitano”, de Federico García Lorca, según relató Pilar Calveiro en Poder y desaparición. El 1º de mayo, Perón los expulsó de la Plaza de Mayo y volvieron a la clandestinidad después de su muerte, en el 74. La guerra estaba declarada contra la ortodoxia peronista y contra las altas clases, que habían creado la Alianza Anticomunista Argentina. La esposa de Perón, María Estela Martínez, Isabelita, asumió el poder y gobernó de la mano de un brujo de apellido López Rega.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  En el 76 volvieron los militares, y con ellos, las viejas y no tan viejas persecuciones, con sus sangrientas consecuencias. Perón seguía atravesando la convulsionada historia argentina. Lo seguiría haciendo por años y decenas de años. Le recomendamos:Claudio Bonadio, a la caza de Cristina Fernández

                                                                                                                                  Eva Duarte y Juan Domingo Perón, una pareja que marcó a sangre y fuego a Argentina. / AP
                                                                                                                                  Foto: ASSOCIATED PRESS
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  “En el teatro fui mala, en el cine me las supe arreglar, pero si en algo fui valiosa fue en la radio”, confesó Evita a mediados de 1950. Ya era la Evita de los “menesterosos”, la esposa de Juan Domingo Perón y la sangre del peronismo. Su carrera artística era escudriñada por sus fanáticos y sus enemigos. Unos escribían la historia blanca, y los otros, la negra. Por la mitad iba la otra, la verdadera. En 1939 la llamaron para que fuera la protagonista de un radioteatro que escribía para ella el novelista Héctor P. Blomberg, un tipo de corte nacionalista y popular. A Evita le encantaban los personajes transmitidos a toda la Argentina por su voz. Se sentía la heroína que desde niña había querido ser, y poco le importaba que las altas clases se burlaran de su tono, su acento y sus giros. “Lo que nos divertía aquella voz guaranga que hacía de emperatriz con tono tanguero. Era para morirse de risa. Nosotros esperábamos con impaciencia la hora del radioteatro y luego lo comentábamos con los amigos. Creo que contribuimos mucho a la celebridad de Evita”. El recuerdo de la poetisa Gloria Alcorta contrastaba con el de las mujeres humildes que en sus casas, en las fábricas o en la oficina lloraban con las historias de aquella Eva Duarte que hacía publicidad para jabones y aparecía mes tras mes en las revistas de farándula. Cuentan que por marzo del 42 dejó su mohosa pensión para mudarse a un barrio con todas las letras.

                                                                                                                                  “La gente de la farándula decía que ese departamento era un regalo del coronel Aníbal Imbert”, escribió luego Pablo Raccioppi. Imbert era amigo de Perón. Durante su gobierno colaboró con él y con el Vaticano para ayudar a 90.000 nazis a establecerse en la Argentina, entre ellos Martin Bormann, Adolf Eichmann y Joseph Mengele. A mediados del 45 otro alemán, el millonario Ludwig Freude, le regalaría una mansión a Evita en uno de los barrios más aristócratas de Buenos Aires, Belgrano. Eran muchos los alemanes dentro de esta historia, que tuvo su punto más febril entre febrero y julio del 45, cuando cinco submarinos nazis desembarcaron en San Clemente del Tuyú, cerca de Mar del Plata. Llevaban cajas y cajas con letreros en alemán que decían “Secreto de Estado”. Aquellas cajas contenían 17 millones 576 mil dólares; 187 millones 692 mil marcos; 4 millones de libras esterlinas, otras cantidades similares de florines, francos belgas y franceses, 2.511 kilogramos de oro, 4.638 de diamantes y diversas obras de arte. Las operaciones fueron dirigidas por Ernst Kaltenbrunner, jefe de la Policía del Tercer Reich, y los destinatarios de aquellos bienes eran Juan D. Perón y Eva Duarte. Antes de que finalizara la guerra, Perón le había entregado al agregado militar de la embajada de Alemania 8.000 pasaportes argentinos y millares de cédulas de identidad, firmados y sellados, pero sin fotos ni huellas dactilares. Tiempo después, toda la Argentina hablaría de la cuenta suiza que tenían Perón y su esposa. Habría más de un suceso oscuro y algunos muertos por ella. Vea también: En Argentina el dinero no alcanza para comprar carne

                                                                                                                                  Sin embargo, aquella cuenta suiza era lo de menos. Más allá de ella, Perón era el enemigo de las altas clases argentinas, y a pesar de ser militar, de los militares. “Los menesterosos” y “los descamisados” estaban con él. Y de alguna manera, sobre todo a través de Evita, él con ellos. Por eso, en junio del 55, un pesado grupo de militares, auspiciado por un más pesado grupo de empresarios, intentó tomarse el poder a sangre y fuego con una violenta operación aérea sobre la Plaza de Mayo. Decenas de aviones de la Fuerza Aérea dispararon una y mil veces contra una multitud que aclamaba a Perón, con un trágico saldo de más de 300 muertos y miles de heridos. Dos meses más tarde estalló la Revolución libertadora que había anunciado Evita. Perón fue depuesto. Huyó hacia el exterior y acabó en España. La eterna crisis continuaba. Los militares, liderados por el general Pedro Eugenio Aramburu, se tomaron el poder y decretaron una férrea persecución contra todo aquel que pensara diferente. Devaluaron el peso, facilitaron las cosas para las altas clases, abrieron las fronteras para la inversión extranjera, congelaron los salarios y callaron a la prensa, dentro de un plan al que denominaron Prebisch, que había sido recomendado por el Fondo Monetario Internacional. Menos de un año más tarde, entre el 9 y 12 de junio, Aramburu firmó una orden de exterminio y su gobierno fusiló a 31 peronistas en lo que la historia y el escritor Rodolfo Walsh llamarían Operación Masacre.

                                                                                                                                  La crisis social llevó a una nueva crisis económica, la crisis económica a una pasajera democracia liderada por Arturo Illía, y luego, en los 60, a sucesivos golpes militares. Juan Carlos Onganía, Alejandro Lanusse y sus segundos, se encargaron de hacer la Argentina a su imagen y semejanza, y a la imagen y semejanza de los grandes conglomerados económicos internacionales. De ser “el granero del mundo”, pasó a estar en eterno déficit. La sombra de Perón sobrevolaba el país, desde el Chaco hasta Ushuaia, y en su nombre, en el de la Revolución cubana, en el del Che Guevara, e incluso en el de Camilo Torres y en el del nuevo catolicismo cristiano, surgieron varios grupos radicales de izquierda que a partir del 68 eligieron “todas las formas de lucha” y que se concentraron en un solo nombre, Montoneros. Su lema era “Perón o muerte”. Por Perón dieron la vida y mataron, y por Perón desestabilizaron al país. A finales de mayo y comienzos de junio de 1970, sus nombres y su grupo encabezaron las noticias de los diarios del mundo entero por haber secuestrado, enjuiciado y ejecutado a Pedro Eugenio Aramburu. Cuatro años más tarde, luego de que el mismo Perón los hubiera expulsado de la Plaza de Mayo por imberbes y estúpidos, y de una matanza en los predios de Ezeiza entre peronistas de derecha y de izquierda, dos de sus cabecillas, Norma Arrostito y Mario Firmenich, contaron paso a paso cómo secuestraron y mataron a Aramburu.

                                                                                                                                  Dijeron que el tiro de gracia se lo disparó Fernando Aval, el líder del grupo. Que para que no se oyera, martillaron un largo rato en la sala de la estancia La Celma, de la familia Ramus, en Timote, a donde lo habían llevado desde su casa en Buenos Aires. Que el tema de la “compañera Evita”, como la llamaban siempre los Montoneros, surgió el segundo día de su juicio. Cuando lo interrogaron sobre el asunto, Aramburu se paralizó y les pidió a sus secuestradores que apagaran la grabadora. “Sobre este tema no puedo hablar por un problema de honor. Lo único que les puedo asegurar es que ella tiene cristiana sepultura”, dijo. Luego les prometió que haría aparecer el cadáver y pidió lápiz y papel. A la mañana siguiente confesó que Eva Perón estaba sepultada en Roma, con  un nombre falso y bajo custodia del Vaticano, y que la documentación del robo de su cadáver se encontraba en una caja de seguridad del Banco Central a nombre de un coronel Cabanillas. Dijeron que luego del juicio le informaron a Aramburu que iban a proceder, y que el general les respondió: “Procedan”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El asesinato de Aramburu provocó otro cambio en la presidencia. Salió Onganía y lo sucedió Roberto Levingstone, quien fue depuesto por Alejandro Lanusse un año más tarde a raíz de un nuevo golpe montonero: la toma de la población de Calera, en Córdoba. Sin que nadie fuera capaz de admitirlo, los Montoneros ponían y quitaban presidentes, hasta que lograron que Perón retornara a la Argentina, en 1972. Con el caudillo empezaron a tener posiciones de mando.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Decidían y mandaban, aunque también eran perseguidos por sectores disidentes de las fuerzas armadas, y algunos, asesinados y desaparecidos, como Norma Arrostito, a quien vieron por última vez en los calabozos de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde “pasaba horas memorizando el Romancero gitano”, de Federico García Lorca, según relató Pilar Calveiro en Poder y desaparición. El 1º de mayo, Perón los expulsó de la Plaza de Mayo y volvieron a la clandestinidad después de su muerte, en el 74. La guerra estaba declarada contra la ortodoxia peronista y contra las altas clases, que habían creado la Alianza Anticomunista Argentina. La esposa de Perón, María Estela Martínez, Isabelita, asumió el poder y gobernó de la mano de un brujo de apellido López Rega.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  En el 76 volvieron los militares, y con ellos, las viejas y no tan viejas persecuciones, con sus sangrientas consecuencias. Perón seguía atravesando la convulsionada historia argentina. Lo seguiría haciendo por años y decenas de años. Le recomendamos:Claudio Bonadio, a la caza de Cristina Fernández

                                                                                                                                  Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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