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Desmond Tutu era la conciencia moral de Sudáfrica, o por lo menos así lo consideran los estudiosos de su país y sus compatriotas. Hijo de un profesor y de una empleada doméstica, nació en Klerksdorp, una ciudad agrícola ubicada a 100 millas al suroeste de Johannesburgo. Antes de decidir dedicar su vida a la Iglesia anglicana, optó por seguir el camino de su padre, el de la enseñanza. Sin embargo, fue como clérigo, teniendo un máster en teología de la Universidad de Londres, que Tutu terminó siendo una figura clave en la lucha contra la segregación en su país. Su nombre pasó a la historia como uno de los impulsores de la batalla por la liberación sudafricana de los años 70.
Blanco de críticas del régimen del apartheid, desde donde lo veían como un agitador y un traidor, apoyó la lucha pacífica de Nelson Mandela, marcando siempre su distancia con el Congreso Nacional Africano y sus intenciones de emprender una lucha armada, a pesar de ser el partido que encabezó el movimiento de liberación, llevando 20 años en el poder. Tanto así, que el arzobispo no dudó en ser crítico frente al accionar de los líderes amparados en la conquista política de Mandela. Por ejemplo, en 2004, acusó al expresidente Thabo Mbeki, sucesor del Nobel de Paz, de aplicar políticas que enriquecieron a una pequeña élite, mientras “muchos de nosotros vivimos en una pobreza agotadora, degradante y deshumanizadora”. Además, en 2011, cuando el Congreso Nacional Africano fue acusado de corrupción, agregó: “Este gobierno, nuestro gobierno, es peor que el gobierno del apartheid, porque al menos lo esperabas de ellos. Señor Zuma, tú y tu gobierno no me representan, pues solo representan sus propios intereses. Te lo advierto por amor, un día comenzaremos a orar por la derrota del partido. Gobierno, eres una vergüenza”, se lee en The New York Times.
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Tutu se caracterizó por ser un vehículo para la protesta negra. Como secretario general de Consejo Sudafricano de Iglesias, se convirtió en el portavoz de 13 millones de cristianos sudafricanos, de los cuales el 80 % eran negros, según se lee en un artículo del diario estadounidense. De hecho, de acuerdo con dicho medio, “ningún sudafricano fue más persistente en sus esfuerzos por hacerse oír a través de la brecha cada vez mayor entre el blanco y el negro: el obispo Tutu habló en la mayoría de las universidades africanas e, incluso, se reunió con el primer ministro Pieter Willem Botha sobre lo que se llamó una base ‘cristiano a cristiano’”.
Ganador del Nobel de Paz en 1984, por ser “la voz de los que no tienen voz”, como lo definió Mandela, Tutu creía en la misma visión de país que él, teniendo la convicción de que se podía construir una sociedad multirracial, en la que todas las comunidades pueden llegar a vivir juntas sin rencor ni discriminación. No en vano, luego de las elecciones de 1994, siendo el primer presidente de raza negra en Sudáfrica, Mandela lo invitó a ocupar una silla en la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC), que se convirtió en el clímax de su carrera, pero también en la fuente de una gran decepción, no solo por los testimonios sobre los abusos cometidos durante la segregación, sino también por las críticas de la derecha blanca, algunos liberales dominantes y el Congreso Nacional Africano.
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