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Cada vez que hay un tiroteo masivo en Estados Unidos regresa el debate, la indignación y la incertidumbre sobre los autores, el terrorismo y el porte de armas. Donald Trump, que llegó a la Casa Blanca en 2016 con un discurso nacionalista, se ha empeñado en achacarle la culpa de los problemas de su país a otros.
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La inseguridad y el peligro, por ejemplo, recaen para el mandatario en la cantidad de inmigrantes que a diario intentan cruzar la frontera (por lo que cada vez hace sus políticas migratorias más restrictivas). Sin embargo, parece no percatarse de que los hombres que más terror han causado en los últimos años nacieron allí: son estadounidenses, jóvenes, alimentados por el odio, el racismo y la xenofobia que se sienten protegidos por la industria de las armas.
Para Trump, los tiroteos que ocurren a diario —van 251 en los 218 días del año— no son motivo suficiente para debatir sobre el control de armas. Tampoco las más de 80.200 personas muertas por violencia con arma de fuego en los últimos cinco años (según cifras de Gun Violence Archive) y, aun menos, el alarmante uso de fusiles militares de asalto para perpetrar estas masacres. Por eso, aunque en la agenda el tema del control de armas regresa, Trump prefiere desviar la discusión hacia los videojuegos o la salud mental que poner en peligro los intereses de sus aliados y amigos de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en ingles).
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Creada en 1871 como un grupo recreativo para promover y fomentar el uso del rifle sobre bases científicas, la Asociación Nacional del Rifle se presenta en la actualidad como la “organización de derechos civiles más antigua de EE. UU.”, y defensora férrea de la Segunda Enmienda (el derecho constitucional a portar armas de fuego). Su defensa a ultranza de las armas de fuego y sus negativas a cualquier medida de control la han convertido en una de las agrupaciones más controvertidas del país, pero también en una de las más poderosas.
Aunque la relación entre la Asociación y la política estadounidense es de larga data, con la llegada de Donald Trump a la Presidencia, la Casa Blanca se ha convertido en su mayor respaldo (además de la fuerte industria estadounidense de las armas de fuego y el soporte económico de sus casi cinco millones de miembros). A sus cien días de gobierno el mandatario —que pertenece junto a sus hijos varones a la NRA— les dijo que ahora tenían “un verdadero amigo y campeón en la Casa Blanca” que nunca infringiría el derecho de las personas a mantener y portar armas, “nunca jamás”.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) August 9, 2019
Según el grupo de investigación no partidista Centro por una Política Responsable (CPR), la NRA aportó más de US$11 millones para la campaña presidencial de Trump en 2016 e invirtió otros US$20 millones en publicidad contra Hillary Clinton. En total, más de US$31 millones fueron destinados para hacerse con la Presidencia, y US$20 millones más para que la mayoría del Senado se quedara en manos republicanas.
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Trump fue su pez gordo, pero no el único. El intenso y costoso cabildeo le ha permitido a la NRA mantener su gran influencia en Washington. Según cálculos del CPR, más de la mitad de los congresistas titulares del país (320, según CNN) han recibido ayuda financiera u organizacional de la Asociación. En los últimos cinco años, los aportes a las campañas de políticos han pasado de un poco más de US$3 millones a más de US$5 millones, y los 81 miembros del Congreso que reciben la mayor cantidad de contribuciones son republicanos, entre esos Marco Rubio, senador por Florida.
— Public Citizen (@Public_Citizen) August 4, 2019
Este lobby le ha dado a la Asociación la comodidad de interferir y frenar las investigaciones sobre el control de armas, así como para exigir y aprobar leyes que los beneficien, como reveló una investigación de The Washington Post. Además del dinero, la NRA recomienda a sus millones de miembros y seguidores votar por los candidatos que respalden los intereses de la organización, reforzando su poderío. Por cuenta de esa influencia a favor de las armas, en Estados Unidos hay cerca de 393 millones de personas armadas, según un estudio citado por The New York Times. Y los seis intentos que desde 1999 han intentado varios gobiernos para regularlas fueron derrotados por la NRA y sus aliados en cargos de elección popular.
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Irónicamente, pese a los cientos de tiroteos masivos que tienen lugar cada año en Estados Unidos, la NRA lejos de debilitarse se fortalece. Cada vez que hay una tragedia los miembros y seguidores de la Asociación deciden donar plata de sus bolsillos ante la incertidumbre de un mayor control de armas. Unos estudios realizados por Pathmatics demostraron que el dinero recogido es invertido en propaganda, incrementando los comerciales que impulsan el mensaje de que la “Segunda Enmienda está en peligro”.
Con gran éxito, pues investigadores comprobaron que después de que se produce una matanza con armas de fuego, las ventas de pistolas, rifles y municiones se disparan en ese país. Pasó después de las masacres de San Bernardino (2014), Pulse en Orlando (2016) y Las Vegas (2017). “El número de pistolas de propiedad privada en EE. UU. está en su máximo histórico, más de 300 millones, y aumenta en unos diez millones al año”, dijo la NRA. The Objective lo resume así: “Las acciones de los fabricantes de armas aumentan después de un tiroteo masivo”.
El sábado pasado, el segundo vicepresidente de la asociación, Willes Lee, escribió en Twitter: “¿Dónde se siente uno menos a salvo, más vulnerable? Exacto. En una zona libre de armas. Díganles a los oficiales electos y a los dueños de negocios que ellos son responsables por la pérdida de vidas de gente inocente”.
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Así, la NRA logra evitar cualquier medida de control de armas bajo el argumento de que estas hacen de EE. UU. un país más seguro y de que es un derecho respaldado por la Constitución. Tras las masacres del fin de semana hay pocos indicios de que se propongan restricciones de armas adicionales y todo parece indicar que estos fueron otros tiroteos más que aumentan las cifras, pero que no traen ningún cambio sustancial.
Hoy, la organización se enfrenta a un escándalo financiero, divisiones internas y revelaciones de su vinculación con la trama rusa, pero se vienen elecciones, y no hay nada que la haga más fuerte. Así se lo recordaron a Trump, quien surigió esta semana que se podrían regular las armas: “Presidente, eso sería muy impopular entre sus votantes”, le recordó Wayne LaPierre, presidente ejecutivo de la NRA.