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Primero nos tomamos Manhattan (Réplica)

Un estudiante doctoral en Estados Unidos y que forma parte del movimiento que, como protesta, ha ocupado distintos campus universitarios expone los argumentos de las manifestaciones pro-Palestina y responde a tres piezas publicadas por este diario, incluyendo un editorial.

DCB* | Especial para El Espectador
05 de mayo de 2024 - 02:45 p. m.
Campamento pro-Palestina en la Universidad de Southern California (USC), Los Ángeles.
Campamento pro-Palestina en la Universidad de Southern California (USC), Los Ángeles.
Foto: EFE - ALLISON DINNER
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Comencemos por el principio. Soy colombiano, estudiante doctoral de ciencias sociales en una prestigiosa universidad de Estados Unidos, y hago parte del movimiento que, como protesta, ocupa prados, plazoletas y edificios universitarios. Ayudé en el primer campamento en la Universidad de Columbia y luego regresé a mi alma máter a hacer algo similar, pero en otra geografía. Escribo desde el anonimato porque los estudiantes internacionales somos el punto más frágil de esta cadena: de acuerdo con la ley estadounidense, se puede revocar una visa estudiantil por cometer un delito. Y, como se ha visto en los medios últimamente, nos han prohibido acampar, arengar, marchar, e incluso acceder a espacios universitarios, bajo amenaza de capturas y levantamiento de cargos por desacato, vandalismo e invasión a propiedad privada. A la fecha de hoy van más de 2000 detenciones en todo el territorio estadounidense. Al protestar en estas condiciones, muchos y muchas nos estamos jugando la permanencia en este país, las becas que nos sostienen y el título por el que tanto hemos trabajado. Me motivó a escribir este artículo la indignación ante los artículos de opinión y los editoriales publicados recientemente en este diario. Particularmente me refiero al artículo de Simón Ganitsky, el editorial del 2 de mayo y el vulgar panfleto de Marcos Peckel. Aunque cada uno tiene sus errores argumentativos y sesgos políticos, económicos y sociales, voy a abordar solo algunos elementos comunes, porque el espacio aquí es reducido.

Causa profunda preocupación y tristeza que un estudiante doctoral y en formación como educador, piense y se exprese de la forma en que el señor Ganitsky lo hace. Primero, por el egoísmo y la desidia que demuestra cuando se queja de que los estudiantes judíos hayan visto reducidas las celebraciones de sus otrora entrañables tradiciones. Como si, en medio de la cruel y despiadada campaña militar que Israel está llevando a cabo en nombre de esas mismas creencias, ellos y ellas pudiesen tener la tranquilidad de consciencia suficiente para festejarlas. Pienso, por ejemplo, en The Zone of Interest de Jonathan Glazer, e imagino a nazis quejándose porque los gritos de los campos de concentración no los dejan dormir en paz. O en un proyecto de ley en Texas que pretendía prohibir la enseñanza de “temas conflictivos” en los colegios, como historia de la esclavitud, teoría de género o cambio climático, para prevenir “disputas innecesarias” en medio del “sueño americano”. Que eso piensen los gringos en un estado republicano, controlado por magnates petroleros y fanáticos religiosos, es comprensible. Igual, ellos viven en su burbuja mientras el resto del mundo arde en llamas –Vietnam, Afganistán, Irak y largo etcétera. Pero que lo piense un estudiante doctoral en educación, proveniente de un contexto desigual y de violencia generalizada como Colombia, es mucho más que preocupante. En segundo lugar, el argumento de que las protestas son “antisemitas” y “pro-Hamás” es impreciso y malintencionado. Aseguran que el odio y el antisemitismo no son hechos aislados; sin embargo, llevan tres semanas usando el mismo puñado de imágenes que ha circulado desde el comienzo de los campamentos, y a partir de ahí hacen una generalización con el fin de deslegitimar nuestras acciones. Ese argumento ha sido reiterado, una y otra vez, de manera similar a la generalización que se ha hecho de casos como el de los supuestos niños desmembrados el 7 de octubre. Así mismo sucedió con el “uso sistemático de la violencia sexual de Hamás”, denunciado en diciembre por una investigación del New York Times que ha estado rodeada de cuestionamientos por inconsistencias en los testimonios y la información publicada por distintas fuentes.

En este momento, hay más de 70 protestas activas en distintas universidades de todo Estados Unidos, con un estimado de seis mil participantes por día, y más de 150 puntos activos a nivel global. Y aunque las mentiras, la violencia y la brutalidad policial han sido desmedidas, seguimos evitando las confrontaciones y los actos de odio. ¿Y la violencia de dónde viene? En la universidad Brown, en Rhode Island, se descubrió que quienes estaban gritando consignas antisemitas eran judíos pro-Israel que querían sabotear el campamento. En UCLA, en Los Ángeles, un grupo pro-Israel atacó a los manifestantes y la intervención policial terminó con más de 200 estudiantes detenidos. Ninguno de los manifestantes pro-Israel fueron confrontados. Y en Austin, Texas, fueron policías infiltrados quienes gritaron consignas pro-Hamás para despertar el odio de los medios y los asistentes que no estaban protestando. Otro argumento repetitivo es que, dado que los judíos habitaron el territorio antes que los palestinos, tienen el derecho a reclamarlo. ¿Podríamos usar entonces la misma lógica para referirnos al conflicto entre Ucrania y Rusia? ¿O qué pensaríamos si España volviera a Latinoamérica a reclamar las tierras que les pertenecieron antes de la formación de los Estados modernos? ¿O cuándo le piensan devolver Bogotá a los muiscas? No se puede olvidar que la historia no es ni ha sido nunca un campo de pensamiento neutro. Por ejemplo, en 2023 la Asociación Americana de Antropología, por votación del 71 % de sus integrantes, vetó de manera permanente las instituciones universitarias israelíes por sus cuestionables prácticas académicas. A través de métodos de investigación llenos de prejuicios raciales, dichas universidades aseguran que ciertos sitios son arqueológicamente “sagrados” y, por tanto, Israel debe ocuparlos, y que a través de estudios genéticos “pueden asegurar” que los palestinos son “cultural e intelectualmente inferiores”, lo que justificaría la prevalencia de Israel. Muchas opiniones mencionan que hay unas “causas justas” para la protesta, que no tolerarán “la destrucción de propiedades” y que debemos ser pacíficos. Pero muy pocas hacen referencia a las más de 35.000 víctimas mortales palestinas, ni a la desproporcionada cantidad de niños, mujeres y ancianos asesinados, ni al bloqueo de suministros, agua y electricidad como arma de guerra, ni al hecho de que todas las universidades de Gaza fueron destruidas y más de 300 profesores asesinados, ni a los más de 5.000 detenidos palestinos antes del 7 de octubre, de los cuales aproximadamente 200 son menores de edad y 1.000 no han tenido juicio, acusación ni condena. Si para Biden, como lo dijo el 2 de mayo, la integridad de los edificios de las universidades y el “orden” están por encima de las vidas palestinas y la campaña genocida israelita, es su escala ética la que está mal. La nuestra no está en juego ni se negocia con votos, apoyos políticos o donaciones. Termino con un resumen ejecutivo de las tres premisas fundamentales de nuestra protesta. Primero, exigimos que las universidades corten todo tipo de vínculo con los mercaderes de la muerte que se están enriqueciendo con el dolor palestino y con las guerras en todo el mundo. Las universidades americanas reciben donaciones, adelantan investigaciones y se lucran a través de fondos de inversión que provienen de la venta y comercialización de artefactos de guerra, y esto va en contra de cualquier concepción de lo que la educación es y debe ser. Segundo, demandamos respeto por la libertad de cátedra y por nuestra labor académica. Donantes, políticos y religiosos quieren establecer un programa intelectual específico que viola la libertad y autonomía que deben tener las instituciones educativas, presionando para que, una vez más, científicos afirmen que hay unos pueblos elegidos, la tierra es plana y que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Por último, reclamamos que las universidades, como centros esenciales de formación crítica y ética, se pronuncien ante la situación en Palestina como lo que es: un genocidio articulado por un grupo de criminales. Y no habrá paz ni tranquilidad en el mundo hasta que la libertad sea generalizada, no el privilegio de unos pocos que tienen las armas, el capital y los medios.

* Escrito bajo un seudónimo por petición del autor para proteger su identidad.

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Por DCB* | Especial para El Espectador

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Aplaudo y apoyo todas las protestas que se han venido presentando en las Universidades de Estados Unidos, demostrando una vez más, que los/as jóvenes generaciones son quienes lideran e impulsan los cambios culturales, políticos y sociales. Si Biden dormía tranquilo después de darle apoyo incondicional a Israel en su extermnio del pueblo palestino, ahora con las protestas estudiantiles generalizadas en su propio país, se le acabaron las noches tranquilas!
Aldemar(14308)06 de mayo de 2024 - 07:40 a. m.
Comparto plenamente sus aclaraciones y argumentos. Todos/as sabemos que en las guerras la primera víctima es la Verdad y esta guerra de Israel en contra del pueblo palestino, o mejor dicho, este genocidio, sí que ha estado repleto de mentiras que no solo desinforman y deforman, sino que en el fondo pretenden simplemente justificar esta carnicería y lavarle la cara al gobierno de Israel.
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