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Le robó el pasaporte a su hermano para alquilar una camioneta. Hasta ahí podría ser la historia de cualquier adolescente que se pasa de la raya. Y esos son casi todos. Adolecer es doler, dicen algunos psicólogos.
Adolecer proviene del latín dolescere y eso significa padecer una enfermedad. No cualquiera. Se trata de una enfermedad crónica, que duele mucho.
Al Estado Islámico (EI) se le da muy bien convencer a gente joven que justamente adolece o que pasó por ahí hace muy poco.
Es así como Moussa Oukabir, de 17 años, se robó el pasaporte de su hermano para rentar una camioneta y, en el nombre del EI, la lanzó contra un grupo de gente en la Rambla, el lugar turístico por excelencia de Barcelona. Asesinó a 13 personas y dejó un centenar de heridos.
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Por eso, el primer objetivo de las autoridades fue Driss Oukabir, quien se presentó por su propia voluntad ante las autoridades de la localidad de Ripoll y denunció el robo de los documentos con los que su hermano menor había orquestado el ataque. Dijo: “No fui yo”.
Finalmente, en medio de una operación policial en la madrugada del viernes, murió Moussa Oukabir, según le confirmaron varias fuentes oficiales al diario El País de España.
¿Qué le pasó a Moussa?
Una vez las autoridades españolas le entregaron su nombre al mundo, la prensa empezó a hurgar en su pasado. Y hacerlo es fácil. Internet guarda todos nuestros pasos.
Moussa Oukabir usaba con frecuencia la página Kiwi, uno de esos portales adolescentes para hacerse preguntas de todo tipo.
Otro usuario, aparentemente cercano, le preguntó: “En tu primer día como rey absoluto del mundo, ¿qué harías?”.
“Matar a los infieles y dejar sólo a musulmanes que sigan la religión”, respondió Moussa.
“¿En qué país nunca vivirías?”, continuaba el interrogatorio. “En el Vaticano”. Tenía 16 años cuando respondió estas preguntas. Dice Avidan Milevsky, redactor del Huffington Post, que no es nuevo en la historia que los adolescentes se unan a grupos extremistas. “Desde la Cruzada de los Niños de 1212, pasando por el movimiento de la Juventud Hitlerista, hasta los cultos y pandillas modernos, hay algo en la psiquis adolescente que es seducido por este tipo de grupos degenerados”, escribe.
“La adolescencia es el momento del cambio”, dice la psicóloga Stephanía Sánchez, experta en trabajo con adolescentes de poblaciones vulnerables. “Son cambios de todo tipo. Cambios en la forma como se desarrollan las hormonas y se procesan los químicos del cuerpo. Los adolescentes no son niños, tampoco adultos. Están en un limbo, no saben quiénes son y están buscando desesperadamente un lugar de dónde agarrarse para definir su identidad. Por eso lo que dicen los papás sobre las malas influencias tiene sentido. De verdad hay que tener mucho cuidado con ellas en la adolescencia”.
La propaganda tecnológica es la herramienta del EI para que los más jóvenes sientan que les ofrece lo que están buscando, la cura a eso que les duele. “Nosotros creamos internet para expandir las relaciones sociales, compartir información, etc. La herramienta se volvió contra nosotros como un arma que recluta millennials, expande una ideología y provee recursos para la guerra. ¿Y qué hacemos? Nada, los reducimos a locos y desadaptados. Pero resulta que son cultos e informados”, dijo en una entrevista con El Espectador Philippe-Joseph Salazar, filósofo francés y autor del libro Palabras armadas, sobre el Estado Islámico.
“El reclutamiento es una experiencia intensamente personal”, le dijo a la revista Vogue John Horgan, psicólogo forense experto en analizar el comportamiento terrorista. “EI es tan bueno en eso porque lo hace todo a la medida de los adolescentes. Para dirigirse a los adolescentes, usan a jóvenes estadounidenses de 20 años de edad. Para dirigirse a las adolescentes usan mujeres angloparlantes jóvenes”.
En Estados Unidos, el EI reclutó a más de 100 ciudadanos sólo en el 2015 y las universidades tuvieron que empezar a crear campañas de prevención dentro del campus, sobre todo en la red.
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¿Qué le pasó a España?
De acuerdo con un estudio del Real Instituto Elcano, un centro de pensamiento con sede en España, la radicalización en el yihadismo en ese país no sólo se da por la propaganda en internet. También por la presencia de grupos, en la vida real, que muchas veces están a la vuelta de la esquina, que generan un sentido de pertenencia.
En efecto, un estudio cuantitativo hecho con 178 individuos que habían sido capturados por sus vínculos con el EI entre 2013 y 2016 revelaba que el contacto cara a cara con otras personas en la misma onda ha sido fundamental para el asentamiento del yihadismo en España. Usualmente, estos grupos tienen un líder, que se caracteriza por su carisma.
Era el caso de quien se hacía llamar Tarik Ibn Ali, que tenía más de 30.000 seguidores en Facebook. Este reclutador de ascendencia marroquí se la pasaba de aquí para allá por Europa, conquistando gente para radicalizarla. Fue capturado hace un mes. La gran mayoría de los entrevistados por el instituto Elcano eran varones entre los 13 y 38 años, casados y, sobre todo, de nacionalidad marroquí y española.
De acuerdo con este estudio, el EI en efecto llega a la gente en ese momento de la vida en el que los papás son el diablo y nada parece suficiente para definirse a sí mismo. No obstante, de acuerdo con sus hallazgos, las crisis identitarias y emocionales no son tan importantes como los estímulos materiales y no materiales que la religión, llevada al extremo, tiene la capacidad de ofrecer.
Además, la gran mayoría de las personas radicalizadas están convencidas de que el Estado Islámico es eficaz y que la proclamación del califato en el 2013 fue una prueba de ello.
Moussa Oukabir iba a cumplir 18 años en octubre. No alcanzó. Y no es el único. En Mánchester, Salman Abedi fue, según las autoridades, el culpable de detonar una bomba en el estadio Manchester Arena, durante un concierto de Ariana Grande. Tenía 22 años. El Estados Islámico se adjudicó el ataque. Los culpables del atentado durante la maratón en Boston fueron los mellizos Tsarnáev, de 24 años. También estaba el EI detrás de lo sucedido. Y los casos siguen: en el 2015, las imágenes de tres adolescentes británicas que decidieron unirse a él le dieron la vuelta al mundo. La lista no es corta y pone sobre la mesa una realidad aterradora: el Estado Islámico es más eficiente que los papás en hacer que sus hijos les hagan caso. Pero aquí hacer caso es hacer terrorismo.