Quince enseñanzas de Nelson Mandela, que nos hacen mejores personas
Reseña del libro ‘El legado de Mandela’ (Temas de hoy-Planeta).
NELSON FREDY PADILLA
De Nelson Mandela se ha escrito mucho desde su reciente muerte, sobre todo del protagonismo político en Sudáfrica, su papel contra el racismo y su perfil de personaje de la historia mundial contemporánea, pero también amerita estudiarlo como ejemplo de vida aplicable a la cotidianidad de cualquier ser humano.
Este es el enfoque que le da en su más reciente libro el periodista Richard Stengel, el redactor jefe de la revista Time y quien trabajó durante más de tres años con el propio Mandela para escribir la biografía El largo camino hacia la libertad. En El legado de Mandela (sello editorial Temas de Hoy-Planeta) construye una propuesta basada en “las 15 enseñanzas sobre la vida, el amor y el valor”, pero no con la superficialidad de un típico libro de autoayuda, sino con el rigor del hombre privilegiado que acompañó al premio Nobel de Paz en momento decisivos de su vida y puede retratar sus cualidades y defectos con base en experiencias concretas de las que el lector puede sacar gran provecho y fortalecer su autoestima.
El propio Mandela le da la bendición a la obra con un prefacio en el que advierte que aborda “los muchos y complejos desafíos de liderazgo que el mundo y todos los individuos que lo habitan aún tienen que encarar”. El periodista cuenta cómo llego hasta él, qué significó conocerlo y llegar a un grado de intimidad tal que le amarraba los zapatos, le ajustaba la corbata y le guardaba confidencias. Mandela consideraba al norteamericano un gran escritor y “un hijo” al que le apadrinó a su primogénito.
Cada capítulo es una máxima confrontada con la realidad. “El coraje no es la ausencia de miedo” cuenta cómo el líder negro manejó sus temores desde niño de una tribu, joven revolucionario, preso por el apartheid, hasta jefe de Estado y personaje universal. Cita anécdotas como la ceremonia de su circuncisión en la etnia xhosa a los 16 años, el momento clave del juicio donde fu condenado a cadena perpetua o cómo se salvó de una emergencia aérea en 1994 sin inmutarse. “Puedo fingir que soy valiente”.
“Sé mesurado” es un llamado a nunca perder la calma, a destinar tiempo y oídos para todos los semejantes sin importar su origen o raza. Y se reconstruyen momentos en el poder y frente a su casa donde decenas de personas siempre hacían fila para que les dieran algo de comer y una voz de aliento. “No tengas prisa; piensa, analiza y después actúa” con base en experiencia y disciplina.
“Liderar desde el frente” tiene que ver con asumir tareas y riesgos sin protestar, como cuando en la cárcel nunca pidió un trato preferente y limpiaba los orinales de los guardias o de sus propios compañeros, incluso los que no le tocaba. Como cuando en las negociaciones con el gobierno blanco de Sudáfrica asumió la vocería de su pueblo para hacer la paz porque comprendió que no lograrían una victoria militar. Dirigir, pero con sensatez y responsabilidad.
“Liderar desde atrás” es su consejo cuando hay que saber delegar y trabajar en equipo. Mandela utilizaba como metáfora haber aprendido a lidiar un hato: “cuando quieres que el ganado eche a andar en una determinada dirección, te colocas en la parte de atrás con un palo, y luego haces que algunos de los animales más inteligentes vayan al frente. Así es como debe hacer su trabajo un líder”. El rey Jongintaba le enseñó no sólo a dar ejemplo antes que dar órdenes, sino a actuar con base en consensos.
“Meterse en el papel” es entregarse a la causa con el rigor con que él planchaba los trajes de su rey. Además de ser, representarlo. Por eso para él era clave la apariencia, la presentación, la actitud —caminar erguido y mirar hacia el frente—, el buen estado físico —odiaba tener barriga y hacía flexiones y lagartijas mientras pudo—, el buen vestir. Cuando empezó como presidente vistió trajes oscuros clásicos, cuando logró la estabilización y se consolidó el proceso de paz cambió a sus bellas y coloridas camisas con estampados africanos sin dejar de ser serio. En resumen, “la fuerza de la imagen” para acrecentar poder a través de una sonrisa disuasiva y de la liberación del rencor, “olvidando el pasado” y conviviendo con sus detractores.
“Ten un principio esencial” es que para Mandela la base de la vida tenía que ver con el cumplimiento de “la igualdad de derechos para todos, sin distinción de raza, credo o sexo”. Eso marcaba su filosofía de vida, su comportamiento diario hacia los demás. El resto, decía, “son estrategias” basadas en la confianza en sí mismo, en la autoestima, para alcanzar metas.
“Piensa bien de los demás” es tal vez la lección más difícil de poner en práctica, porque el libro demuestra cómo Mandela desarmaba a sus enemigos dándoles la palabra, sentándolos a su lado, compartiéndoles el poder, encontrando en cada persona el lado bueno más allá de los defectos. Siempre que citaba a alguien, decía: “de él tomé…”, refiriéndose a qué le aprendió. “Nadie es intrínsecamente malo”. Confiar en los demás sin ser ingenuo. “A la gente le parecerá que pienso demasiado bien de los demás… es algo que me parece provechoso… porque uno tiende a atraer integridad y honorabilidad. Yo así lo creo”.
“Conoce a tu enemigo” y “ten cerca tus rivales” es estudiar a los oponentes, no con el deseo de aniquilarlos sino de comprenderlos y desarmarlos para unirlos a una causa. Antes de disuadir al poder blanco sudafricano primero aprendió en la cárcel su historia, el idioma afrikáner, los secretos técnicos del rugby, incluso su poesía. Leer no solo sobre política sino sobre la condición humana, desde autores tribales hasta Shakespeare y Whitman, lo hizo más tolerante y más universal. Así puso de su lado a carceleros, gobernadores y presidentes, y luego del mundial de rugby de 1995, a una nación dividida como lo recrea la película Invictus. A John Carlin, el otro periodista que lo conoció de cerca y lo dibujó en su libro La sonrisa de Mandela, le dijo: “la lucha no consistía tanto en liberar a los negros de la esclavitud como en liberar a los blancos del miedo”. Y después de ganarte al enemigo —decía—, nunca te regodees.
“Saber cuándo decir no”, porque la gente sobrelleva mejor un no firme que uno ambiguo. “Es mejor que lo hagas inmediata y claramente. A la larga te ahorrarás muchos problemas”.
“La vida es un juego largo” tiene que ver con lo que aprendió durante 27 años en prisión a la espera de su momento. Cyril Ramaphosa, el dirigente y activista más cercano a Mandela, destaca: “Es una figura histórica porque él iba muy por delante de nosotros. Pensaba en la posteridad, en cómo se verá lo que hemos hecho. Y la historia lo ha absuelto”. Es mejor ser lento y ponderado.
“El amor es decisivo” cuenta las relaciones sentimentales de Mandela con sus esposas, en especial con Winnie y Graca, su familia y sus allegados, “los que me quieren de cerca”. Desde su celda le dijo a Winnie, de quien luego se separó al comprobar que ella le fue infiel: “Tu preciosa foto sigue uno 60 centímetros por encima de mi hombro mientras escribo esta nota. Todas las mañanas le limpio el polvo, porque al hacerlo tengo la agradable sensación de estar acariciándote como en los viejos tiempos. Incluso froto tu nariz con la mía para revivir la corriente eléctrica que me recorría las venas cada vez que lo hacía”. “No hay normas, pero el amor es lo más importante”.
“Renunciar también es liderar” aborda su decisión de no aferrarse al poder una vez cumplió como presidente de Sudáfrica y en 1999 decidió no aspirar a la reelección. Entender que ceder puede ser una forma de victoria y de ejemplo. Para él es mejor dejar las huellas en la arena para que otros las sigan.
“Siempre son ambas cosas” son dos formas de entender el mundo, las personas y las situaciones, no en blanco y negro sino en grises, así a veces parezca contradictorio. Odiaba las verdades absolutas y le gustaba buscar interpretaciones de un mismo hecho. Esa voluntad de pensamiento conduce a la sabiduría.
“Busca tu propio huerto” se refiere a que todo ser humano debiera cultivarse en lo personal y en lo colectivo. Él estudió horticultura y cultivó frutas y verduras en prisión para escapar al encierro y encontrarse a sí mismo.
“Los hombres pueden cultivarse como plantas”, decía, sólo así pueden superar todas las tribulaciones y encontrar la armonía. El periodista Stengel remata: “Mandela me hizo mejor persona”.
npadilla@elespectador.com
De Nelson Mandela se ha escrito mucho desde su reciente muerte, sobre todo del protagonismo político en Sudáfrica, su papel contra el racismo y su perfil de personaje de la historia mundial contemporánea, pero también amerita estudiarlo como ejemplo de vida aplicable a la cotidianidad de cualquier ser humano.
Este es el enfoque que le da en su más reciente libro el periodista Richard Stengel, el redactor jefe de la revista Time y quien trabajó durante más de tres años con el propio Mandela para escribir la biografía El largo camino hacia la libertad. En El legado de Mandela (sello editorial Temas de Hoy-Planeta) construye una propuesta basada en “las 15 enseñanzas sobre la vida, el amor y el valor”, pero no con la superficialidad de un típico libro de autoayuda, sino con el rigor del hombre privilegiado que acompañó al premio Nobel de Paz en momento decisivos de su vida y puede retratar sus cualidades y defectos con base en experiencias concretas de las que el lector puede sacar gran provecho y fortalecer su autoestima.
El propio Mandela le da la bendición a la obra con un prefacio en el que advierte que aborda “los muchos y complejos desafíos de liderazgo que el mundo y todos los individuos que lo habitan aún tienen que encarar”. El periodista cuenta cómo llego hasta él, qué significó conocerlo y llegar a un grado de intimidad tal que le amarraba los zapatos, le ajustaba la corbata y le guardaba confidencias. Mandela consideraba al norteamericano un gran escritor y “un hijo” al que le apadrinó a su primogénito.
Cada capítulo es una máxima confrontada con la realidad. “El coraje no es la ausencia de miedo” cuenta cómo el líder negro manejó sus temores desde niño de una tribu, joven revolucionario, preso por el apartheid, hasta jefe de Estado y personaje universal. Cita anécdotas como la ceremonia de su circuncisión en la etnia xhosa a los 16 años, el momento clave del juicio donde fu condenado a cadena perpetua o cómo se salvó de una emergencia aérea en 1994 sin inmutarse. “Puedo fingir que soy valiente”.
“Sé mesurado” es un llamado a nunca perder la calma, a destinar tiempo y oídos para todos los semejantes sin importar su origen o raza. Y se reconstruyen momentos en el poder y frente a su casa donde decenas de personas siempre hacían fila para que les dieran algo de comer y una voz de aliento. “No tengas prisa; piensa, analiza y después actúa” con base en experiencia y disciplina.
“Liderar desde el frente” tiene que ver con asumir tareas y riesgos sin protestar, como cuando en la cárcel nunca pidió un trato preferente y limpiaba los orinales de los guardias o de sus propios compañeros, incluso los que no le tocaba. Como cuando en las negociaciones con el gobierno blanco de Sudáfrica asumió la vocería de su pueblo para hacer la paz porque comprendió que no lograrían una victoria militar. Dirigir, pero con sensatez y responsabilidad.
“Liderar desde atrás” es su consejo cuando hay que saber delegar y trabajar en equipo. Mandela utilizaba como metáfora haber aprendido a lidiar un hato: “cuando quieres que el ganado eche a andar en una determinada dirección, te colocas en la parte de atrás con un palo, y luego haces que algunos de los animales más inteligentes vayan al frente. Así es como debe hacer su trabajo un líder”. El rey Jongintaba le enseñó no sólo a dar ejemplo antes que dar órdenes, sino a actuar con base en consensos.
“Meterse en el papel” es entregarse a la causa con el rigor con que él planchaba los trajes de su rey. Además de ser, representarlo. Por eso para él era clave la apariencia, la presentación, la actitud —caminar erguido y mirar hacia el frente—, el buen estado físico —odiaba tener barriga y hacía flexiones y lagartijas mientras pudo—, el buen vestir. Cuando empezó como presidente vistió trajes oscuros clásicos, cuando logró la estabilización y se consolidó el proceso de paz cambió a sus bellas y coloridas camisas con estampados africanos sin dejar de ser serio. En resumen, “la fuerza de la imagen” para acrecentar poder a través de una sonrisa disuasiva y de la liberación del rencor, “olvidando el pasado” y conviviendo con sus detractores.
“Ten un principio esencial” es que para Mandela la base de la vida tenía que ver con el cumplimiento de “la igualdad de derechos para todos, sin distinción de raza, credo o sexo”. Eso marcaba su filosofía de vida, su comportamiento diario hacia los demás. El resto, decía, “son estrategias” basadas en la confianza en sí mismo, en la autoestima, para alcanzar metas.
“Piensa bien de los demás” es tal vez la lección más difícil de poner en práctica, porque el libro demuestra cómo Mandela desarmaba a sus enemigos dándoles la palabra, sentándolos a su lado, compartiéndoles el poder, encontrando en cada persona el lado bueno más allá de los defectos. Siempre que citaba a alguien, decía: “de él tomé…”, refiriéndose a qué le aprendió. “Nadie es intrínsecamente malo”. Confiar en los demás sin ser ingenuo. “A la gente le parecerá que pienso demasiado bien de los demás… es algo que me parece provechoso… porque uno tiende a atraer integridad y honorabilidad. Yo así lo creo”.
“Conoce a tu enemigo” y “ten cerca tus rivales” es estudiar a los oponentes, no con el deseo de aniquilarlos sino de comprenderlos y desarmarlos para unirlos a una causa. Antes de disuadir al poder blanco sudafricano primero aprendió en la cárcel su historia, el idioma afrikáner, los secretos técnicos del rugby, incluso su poesía. Leer no solo sobre política sino sobre la condición humana, desde autores tribales hasta Shakespeare y Whitman, lo hizo más tolerante y más universal. Así puso de su lado a carceleros, gobernadores y presidentes, y luego del mundial de rugby de 1995, a una nación dividida como lo recrea la película Invictus. A John Carlin, el otro periodista que lo conoció de cerca y lo dibujó en su libro La sonrisa de Mandela, le dijo: “la lucha no consistía tanto en liberar a los negros de la esclavitud como en liberar a los blancos del miedo”. Y después de ganarte al enemigo —decía—, nunca te regodees.
“Saber cuándo decir no”, porque la gente sobrelleva mejor un no firme que uno ambiguo. “Es mejor que lo hagas inmediata y claramente. A la larga te ahorrarás muchos problemas”.
“La vida es un juego largo” tiene que ver con lo que aprendió durante 27 años en prisión a la espera de su momento. Cyril Ramaphosa, el dirigente y activista más cercano a Mandela, destaca: “Es una figura histórica porque él iba muy por delante de nosotros. Pensaba en la posteridad, en cómo se verá lo que hemos hecho. Y la historia lo ha absuelto”. Es mejor ser lento y ponderado.
“El amor es decisivo” cuenta las relaciones sentimentales de Mandela con sus esposas, en especial con Winnie y Graca, su familia y sus allegados, “los que me quieren de cerca”. Desde su celda le dijo a Winnie, de quien luego se separó al comprobar que ella le fue infiel: “Tu preciosa foto sigue uno 60 centímetros por encima de mi hombro mientras escribo esta nota. Todas las mañanas le limpio el polvo, porque al hacerlo tengo la agradable sensación de estar acariciándote como en los viejos tiempos. Incluso froto tu nariz con la mía para revivir la corriente eléctrica que me recorría las venas cada vez que lo hacía”. “No hay normas, pero el amor es lo más importante”.
“Renunciar también es liderar” aborda su decisión de no aferrarse al poder una vez cumplió como presidente de Sudáfrica y en 1999 decidió no aspirar a la reelección. Entender que ceder puede ser una forma de victoria y de ejemplo. Para él es mejor dejar las huellas en la arena para que otros las sigan.
“Siempre son ambas cosas” son dos formas de entender el mundo, las personas y las situaciones, no en blanco y negro sino en grises, así a veces parezca contradictorio. Odiaba las verdades absolutas y le gustaba buscar interpretaciones de un mismo hecho. Esa voluntad de pensamiento conduce a la sabiduría.
“Busca tu propio huerto” se refiere a que todo ser humano debiera cultivarse en lo personal y en lo colectivo. Él estudió horticultura y cultivó frutas y verduras en prisión para escapar al encierro y encontrarse a sí mismo.
“Los hombres pueden cultivarse como plantas”, decía, sólo así pueden superar todas las tribulaciones y encontrar la armonía. El periodista Stengel remata: “Mandela me hizo mejor persona”.
npadilla@elespectador.com