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Shinzo Abe y su legado para Japón

El político japonés más influyente de las últimas décadas fue asesinado a menos de dos días de las elecciones legislativas en el país, que continuarán pese al shock que dejó el ataque.

Pío García* Especial para El Espectador
09 de julio de 2022 - 02:00 a. m.
El de Shinzo Abe es el más reciente de una larga lista de ataques por motivos políticos en Japón.
El de Shinzo Abe es el más reciente de una larga lista de ataques por motivos políticos en Japón.
Foto: AFP - AFP

La muerte violenta del ex primer ministro Shinzo Abe revive el fantasma del magnicidio en Japón. Fueron muy frecuentes en el siglo XIX, durante la transición de la estructura feudal al Estado moderno, y continuaron a lo largo del siglo XX. Desde 2007 no se registraron ataques significativos a los dignatarios y el hecho conmueve a un pueblo que no presenta violencia abierta.

Gracias a un extenso programa de reformas acometidas tras la derrota y con la supervisión de Estados Unidos, una sociedad sumida en la pobreza, el desconcierto y herida en su orgullo por las descargas atómicas y la derrota en 1945, pudo renacer de las cenizas. Levantarse de nuevo, como el ave Fénix, constituyó un alivio para los japoneses, quienes trabajaron con ahínco para propulsar el país hasta el segundo puesto entre las grandes economías y llegar a ser un pionero en la industria pesada, la electrónica y la industria del entretenimiento.

Esa fase de esplendor entró en crisis en 1985, cuando el Grupo de los 5, conformado por Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia y el propio Japón, acordaron en el Hotel Plaza, en Nueva York, forzar la revaluación del yen con el fin de detener el abultado superávit comercial a favor del país asiático. La drástica revaluación hirió de muerte la manufactura doméstica, las empresas empezaron a ubicar sus plantas en los países cercanos y comenzó la era del decaimiento económico e inestabilidad política. La última década del siglo XX se caracterizó por la proliferación de partidos pequeños y los gobiernos fugaces.

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Entrado el siglo XX, el país recobró la tranquilidad y la estabilidad. Las relaciones con China y Corea del Norte no dejaron de ser tensas, pero el país se acomodó al lento descenso en el ranquin económico global. Dos figuras políticas fueron fundamentales en el proceso: Junichiro Koizumi, quien fue primer ministro entre 2001 y 2006, y el otro, Abe. Ambos explotaron el chovinismo, la rivalidad con China y la admiración por política anglosajona, y obviamente afianzaron la alianza militar con Estados Unidos.

Abe ocupó el mayor cargo político entre 2006 y 2007, y lo repitió entre 2012 y 2020, cuando su salud lo obligó a renunciar. La década de permanencia en el gobierno fue un verdadero récord, algo muy inusual en un país acostumbrado al rápido movimiento de las coaliciones parlamentarias de las cuales depende el cargo de primer ministro. Su administración estuvo dirigida a detener el descenso político y económico japonés por medio de dos estrategias centrales: el establecimiento del acuerdo de libre comercio del Pacífico o Asociación Trans-Pacífica (TPP) y preservar las relaciones militares con Estados Unidos. La TPP fue suscrita en 2016, pero en cuanto llegó Donald Trump a la presidencia retiró a Estados Unidos del acuerdo. El proyecto quedó en el aire. Con gran habilidad diplomática, Abe logró revivirlo y ponerlo en marcha. Reunió a cuatro países de América y siete de Asia y Oceanía, dejando por fuera a China, como era su cometido.

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En el frente de defensa, Abe se ubicó en la línea dura. El público japonés es renuente a hundir el compromiso constitucional de no remilitar el país y de vivir al margen de los conflictos externos. Por ese motivo, sus esfuerzos por elevar el gasto de defensa por encima del 1 % fueron vanos; sin embargo, a raíz de la guerra en Ucrania y ya por fuera del gobierno, tomó las banderas de la OTAN y empezó la campaña nacional para incrementar el presupuesto al 2 %. Como militante militarista, tuvo un liderazgo visible en la alianza tipo OTAN que se construye en Asia, al frente de la cual además de Japón se hallan Australia e Inglaterra, junto con Estados Unidos.

El asesinato de Abe en la ciudad de Nara, al oeste del país, pone en evidencia la soterrada tensión política en la sociedad japonesa, relacionada con el compromiso constitucional pacifista, que también produjo el atentado contra su abuelo Nobusuke Kishi, en las calles de Tokio, en 1960.

*Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia.

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Por Pío García* Especial para El Espectador

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