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Fue una de las escenas más llamativas del Mundial de Catar: Breel Embolo marcó el gol que le dio el triunfo a Suiza sobre Camerún en su primer encuentro por el Grupo G. Apenas tuvo que empujar el balón para que entrara en la red, pues había quedado solo frente al arquero. Todo el equipo salió a celebrar de inmediato. Era un triunfo clave, ya que compartían el grupo con Brasil y no se podía perder terreno. Pero Embolo, para sorpresa de todos en el estadio y de quienes seguían el encuentro en sus pantallas, se quedó estático, con las manos extendidas al cielo pidiendo perdón, casi lamentando haber hecho su trabajo bien. La razón por la que reprimió su festejo fue porque al frente estaba el país que lo vio nacer. Este delantero nació hace 25 años en Yaundé, la capital de Camerún, pero defiende los colores de Suiza.
“Mi papá y mi mamá vienen de allí. Mi familia, la mayoría vienen de allí”, explicó antes del partido, cuando prometió que no celebraría si hacía gol.
🇨🇲 Born in Cameroon
— FIFA World Cup (@FIFAWorldCup) November 24, 2022
🇨🇭 Represents Switzerland
⚽️ Scores in #SUICMR
Respect, Breel Embolo 🤝#FIFAWorldCup | #Qatar2022 pic.twitter.com/UCpZhx0TCY
La de Embolo no es la única historia que queda sobre la relación de la migración y este Mundial -en términos netamente deportivos-. Por supuesto: está la mancha eterna que queda sobre la explotación laboral en este país hacia los trabajadores migrantes, las denuncias sobre las muertes en la construcción de la infraestructura para hospedar este evento -no solo fueron los estadios-, los intentos descarados de ocultarlo y la penosa tolerancia que tuvieron organismos como la FIFA, pero también el Parlamento Europeo y la Confederación Internacional de Sindicatos, cada uno investigado por una supuesta trama de sobornos para limpiar la imagen de los cataríes. Pero la otra discusión que se ha dado es sobre lo que la migración le aporta al deporte, como los goles que anota Embolo. Se trata de una integración notable que debería conducir a una mayor comprensión de las movilizaciones humanas y a reducir los niveles de xenofobia. Lo que nos dice este torneo es que la migración es inevitable y surge por diversas razones.
Wer Mabil, quien anotó el penalti definitorio que le dio a Australia la clasificación sobre Perú por el repechaje, es otro ejemplo notable. Su historia empezó en el campo de refugiados de Kakuma, en Kenia, a donde sus padres lo llevaron escapando de los rebeldes que buscaban la independencia. “La forma en la que escaparon... podríamos hablar de eso toda la noche. La guerra, el viaje, lo que enfrentaron. Para mí, al escucharlos, es como: ¡Wow! Lo que hace la gente para mantener seguros a sus hijos, lo que sacrifican para mantener darles una vida mejor. No sabían cuánto tiempo estarían en el campo de refugiados, pensaban que volverían a casa. Pero no hay vuelta a casa”, le contó el futbolista a The Guardian.
Mabil pide que la gente no se concentre en su historia como refugiado, pues dice que los medios se enfocan en la tragedia para “dar lástima” y hacer sentir mal a las personas, cuando hay otra mitad: él también se siente ahora australiano y quiere ser un ejemplo para los niños y las niñas del país que lo acogió. Su petición es entendible, pero su caso ilustra lo que millones de migrantes piensan: que al migrar se vuelven ciudadanos de dos países, a los que aman por igual. Hay que hablar con las personas de Venezuela que hoy están en Colombia para comprender su gratitud por el país que los acogió para entenderlo.
Otros futbolistas, como Antoine Griezmann, el delantero estrella de Francia, no tienen una historia trágica. Nació en Macon, una comuna francesa en la región de Borgoña-Franco. Su padre es alemán y su abuelo es un portugués, también futbolista. Empezó a decir que era “mitad uruguayo” por la influencia que tuvo el técnico Martín Lasarte en su vida. La migración siempre ha estado ahí en su vida, y qué sería de su fútbol sin esa movilización, sus mezclas y esas raíces.
Desde sus inicios la migración le ha dado forma a lo que es la Copa Mundial de Fútbol. Gijs van Campenhout, Jacco van Sterkenburg y Gijsbert Oonk, tres profesores de la Universidad de Utrecht en Países Bajos, reunieron los datos de todas los Mundiales hasta ahora y encontraron que, en efecto, sin migración, los Mundiales habrían sido algo diferente. En promedio, el 5 % de los jugadores en cada edición han nacido en un país diferente al que representan. La cifra más baja se presentó en el Mundial de Argentina 1978, cuando apenas el 2,27 % de los futbolistas fueron nacionalizados. La más alta fue en Italia 1990, con el 13,77 % de futbolistas nacionalizados. Desde 2010, la cifra no baja del 10 %.
Este ejercicio es muy interesante, pues tener conocimiento de estos datos aporta a la narrativa que se construye sobre la migración. Sobre eso puede dar testimonio Laurent Dubois, especialista en historia y cultura de Francia y el Caribe, y profesor en la Universidad de Duke. Dubois cuenta que antes de que Francia fuera a quedar campeona en el Mundial de 1998 -del cual fueron, además, anfitriones-, el país se enfrentaba a mucho racismo y xenofobia. Jean Marine Le Pen, lideresa del extremista Frente Nacional, había atacado al equipo por estar compuesto de migrantes unos años antes del torneo. Les llamó “falsos franceses”. Fue ese torneo, los futbolistas y las historias que estaban detrás las que sirvieron de instrumento para entender la historia francesa y luchar contra la xenofobia de personajes como Le Pen.
“El equipo de 1998 fue celebrado por las historias que reunió: caribeñas, africanas occidentales, argelinas, armenias, todas ellas también francesas. Se sentía como un nuevo modelo de lo que Francia podría ser. Lilian Thuram, nacido en Guadalupe, y Zinedine Zidane, hijo de inmigrantes argelinos que se crió en los barrios residenciales de Marsella, marcaron los goles de la victoria. Se convirtieron en íconos naciones”, recuerda Dubois en The New York Times.
Pero la alegría no duró para siempre: una década más tarde, Karim Benzema, hoy balón de oro e ídolo francés, manifestó su inconformismo al decir que cuando marcaba goles, era considerado francés, y cuando no, era llamado árabe. Ese episodio recordó que lo que había dejado la selección francesa de 1998 era frágil, y debía cultivarse día a día. Luego llegó Didier Deschamps, el actual técnico de Les Bleus, a fomentar la unidad y la diversidad. Para la derecha, cuenta Dubois, se volvía más difícil atacar al equipo: el multiculturalismo es aceptado como una realidad.
“La experiencia acumulada de apoyar y celebrar a la selección nacional puede ayudar a lograr el cambio en nuestro imaginario colectivo que jugadores como Thuram defienden con su trabajo. A través de sus éxitos, los atletas de la nación ofrecen una visión positiva de cómo la diversidad es una fortaleza para el equipo y, por extensión, para Francia; en el proceso nutre nuevas formas de pensar sobre lo que es y puede ser la nación”, señala Dubois.
En The Atlantic, el escritor Clint Smith se refirió a las ventajas que ofrece un evento como la Copa del Mundo: permite pensar en lo que un país puede ser y no lo que es. “La historia del equipo francés en las últimas décadas y los debates que lo han rodeado nos ayudan a comprender los cambios que están rehaciendo la identidad nacional del país, y dónde persisten las limitaciones”, complementa el profesor Dubois.
Hace un año el Museo de la Migración de Reino Unido hizo una campaña respecto al tema con el lema #FooballMovesPeople (El fútbol mueve personas). En esta presentó una impactante cifra: sin jugadores con al menos un padre o abuelo nacido en el extranjero, el once inicial de Inglaterra se reduciría a solo tres jugadores. Detrás de cada deportista hay una historia de migración. “La diversidad nos hace más fuertes”, contestó al mensaje el alcalde de Londres, Sadiq Khan. Y ciertamente los hizo más fuertes. Gracias al talento de Harry Kane, cuyo padre es irlandés, disputaron la final de la Euro y sentaron las bases para un equipo que llegó a octavos en este Mundial. Kane, de nuevo, fue la figura. Todo esto sucedía mientras la exsecretaria del Interior Priti Patel adoptaba una política hostil contra los migrantes. ¿Se había puesto a pensar qué sería del fútbol sin la migración? Al igual que en el mundo, esta Copa siempre se ha basado en una cosa: diversidad.
¿Puede adivinar cuáles son estos equipos?
Durante la Copa Mundial de Fútbol 2022, 135 futbolistas jugaron para un país en el que no habían nacido. Otras gráficas indican que fueron 137, pero estas no tienen en cuenta que Amine Harit, quien nació en Francia, pero viste los colores de Marruecos, se bajó de la convocatoria a último minuto por un esguince de ligamento cruzado. Lo mismo sucedió con el delantero Martin Boyle, quien nació en Escocia, pero juega para la escuadra de Australia. Una lesión de rodilla lo sacó del Mundial.
A continuación, en estas gráficas podemos observar las alineaciones de algunos de los equipos que disputaron encuentros del Mundial, bien sea en la fase de grupos, octavos, cuartos o en semifinales. Sin embargo, hicimos un cambio: en lugar de mostrar sus nombres y el escudo que defienden, decidimos visibilizar las banderas de los países en los que nacieron. ¿Por qué? Para mostrar que, sin los migrantes, el fútbol estaría incompleto.
Ahora, el número podría ser mucho mayor a 135, si tuviéramos más en cuenta el origen de los padres y madres de estos jugadores. Abdulaziz Hatem, mediocampista que jugó para los anfitriones de este Mundial, tiene pasado sudanés, pero es difícil dar con información sobre su familia, por lo que nos quedamos solo con el registro de nacimiento de los futbolistas. ¿Puede adivinar cuáles son las selecciones nacionales en estas imágenes reconociendo a los jugadores migrantes?
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