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“Siria fue olvidada todos estos años de guerra, y en este escenario observamos lo mismo”. Las palabras son de Felipe Medina, profesor de estudios de Oriente Medio de la Universidad Javeriana y de civilización islámica de la Universidad del Rosario. Se refiere, por supuesto, a la respuesta internacional tras los terremotos que afectaron a Turquía y Siria el lunes pasado.
El olvido que menciona Medina, en medio de 12 años de guerra civil, está pasando factura: demoras en las horas críticas de rescate por falta de personal de socorro, escasez de agua, comida y refugio justo cuando la lluvia y la nieve no cesan, así como mayores riesgos sanitarios luego de los potentes sismos de 7,5 y 7,8 que ya dejaron más de 23.000 muertos en Turquía y 3.500 en Siria.
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La asistencia para la aislada república árabe se ha empezado a movilizar desde Damasco y ciudades como Alepo (que resultó severamente dañada), al tiempo que se anunció la entrada de ayudas transfronterizas desde Turquía por pasos alternativos a Bab al-Hawa (el único que ha estado abierto en los últimos nueve años). El gobierno de Bashar al-Asad dijo que permitiría el abastecimiento en zonas controladas por los rebeldes, precisamente en el noroeste, la más afectada.
Sin embargo, como advierten la población y las organizaciones humanitarias que ya estaban en el terreno, las necesidades son demasiadas, están dispersas geográficamente y así llegue ayuda, esta no parece suficiente. Comida y refugio son las principales urgencias en este momento, como lo ha contado Hussein Nasser, periodista sirio a quien el terremoto lo sorprendió en Marea (a 25 km de Alepo) y que como voluntario ha estado ayudando en lo que puede en distintas ciudades.
La demora ha sido tanta, explica Nasser, que ellos mismos, la comunidad, tuvieron que terminar las labores de búsqueda bajo los escombros, porque nadie más llegó a tiempo. “Ahora solo necesitamos ayudar a las personas damnificadas”, señala. Menciona que el grupo de voluntarios Molham Team ha hecho “un gran papel” (puede donar en este enlace: bit.ly/3JUcgzL).
De los pocos salvavidas que ha tenido la población afectada son los campamentos de refugiados. Idlib, la provincia más golpeada por el terremoto, es hogar de unos 4,8 millones de personas (unos 2,8 millones de refugiados) y es considerada el último bastión opositor al régimen de Bashar al-Asad en medio de la guerra civil que en casi 12 años ha cobrado la vida de 350.000 personas y desplazado a casi siete millones (unos cuatro millones han sido acogidos, precisamente, por Turquía).
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Ahora, los campamentos de refugiados a causa de la guerra, que durante el terremoto, por sus estructuras, de alguna manera no implicaron los mismos riesgos de derrumbes que otro tipo de viviendas o edificios, son los que acogen a los que ahora también (o de nuevo) lo perdieron todo en el desastre.
“El terremoto fue aterrador, pero la gente dio gracias a Dios por vivir en tiendas de campaña después de ver lo que ocurrió a su alrededor”, dijo Fidaa Mohammad, una habitante del campamento de Deir Ballut, citada por la AFP, que también recogió testimonios de personas que luego de haber podido dejar esos campamentos habían rehecho sus vidas en casas que ahora el terremoto tumbó.
“Hoy en día, un número cada vez mayor de personas se ven obligadas a unirse a estos campamentos y se han abierto centros de acogida para alojar a más personas desplazadas. Hay 15 en la región de Idlib por ahora, y hemos lanzado clínicas móviles para ofrecer consultas médicas en cinco de ellas. Ampliaremos esta actividad en los próximos días”, contó Ahmed Rahmo, coordinador de proyectos de Médicos Sin Fronteras encargado de la región de Idlib.
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Esta y otras organizaciones ya hacían presencia en la zona para atender la crisis humanitaria desencadenada por la guerra civil y agravada por el covid, las crisis económicas (que han dificultado la financiación de la comunidad humanitaria) y más recientemente los brotes de cólera, que, como advierte Rahmo, tienden a proliferar en condiciones precarias como las actuales. “Hemos atajado esta enfermedad en los últimos meses, pero nuestra organización no puede cubrir toda la necesidad”.
La OMS ha anunciado grandes cantidades de provisiones listas para entrar a Siria. Sin embargo, el camino es de largo aliento, pues Naciones Unidas calcula que unos 5,3 millones de personas quedaron sin casa tras el desastre, pues las viviendas se derrumbaron o quedaron al borde del colapso. Muchas personas, además, tienen miedo de volver en medio de las constantes réplicas.
Siria ya conoce lo que es pasar a un segundo plano en la agenda internacional. Ahora, con la peor tragedia que han vivido recientemente (en palabras de Nasser), el mismo riesgo persiste. Medina señala el “desbalance en el nivel de atención dependiendo de dónde ocurra”, algo más crítico aún cuando, como en este caso, están atravesados intereses políticos y geopolíticos en la gestión de la crisis.
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