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“Espero que esto marque el comienzo de una nueva fase de acción árabe para la solidaridad entre nosotros, la paz en nuestra región, el desarrollo y la prosperidad, en lugar de la guerra y la destrucción”. Esas fueron las palabras que usó Bashar al Assad, presidente de Siria, tras el regreso a la escena diplomática con su aparición en la Cumbre de la Liga Árabe. Reconoció que este encuentro se celebra “en un mundo inestable” y que los “acercamientos arabo-árabe y arabo-regionales” constituyen una “esperanza”. En Arabia Saudita, sede del certamen, saludó al presidente egipcio, Abdel Fattah al Sisi, y se reunió con el mandatario de Túnez y el vicepresidente de Emiratos Árabes Unidos.
Para el secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Abulgueit, “hay una oportunidad que no debe perderse para abordar la crisis que sufre el país desde hace más de una década (...) La solución política sigue siendo la única forma de resolverlo”. Algo similar advirtió el príncipe heredero y primer ministro de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán: “Nos alegra la presencia del presidente sirio y la emisión de la resolución de la Liga Árabe para la reanudación de la presencia de las delegaciones sirias en las reuniones”. Afirmó que Oriente Medio sigue “el proceso de paz” para no “convertir la zona en un campo de batalla”.
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Un poco más de una década ha pasado desde que Siria fue expulsada de la organización. La represión ejercida por el gobierno en contra de las protestas que se desataron en 2011 la sacaron de la silla que hoy vuelve a ocupar. Desde entonces, 15.3 millones de personas están en necesidad de protección y asistencia humanitaria, 6.8 millones están desplazadas internamente y hay 5.5 millones de refugiados en países vecinos, como Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto, según ACNUR.
“Al Assad no quería pagar un precio por el reingreso y no lo ha hecho. Los países árabes lo necesitan más a él que él a ellos”, le afirmó a el diario El País Vali Nasr, profesor de estudios de Oriente Medio y Relaciones Internacionales en la Universidad Johns Hopkins. A su parecer, Al Assad tiene “la sartén por el mango” porque “su supervivencia no depende de la aceptación entre los países árabes, sino que la garantizan Rusia e Irán”. En contraste, los Estados árabes lo necesitan para solucionar el asunto de los refugiados y del tráfico de drogas.
Algo similar advirtió Felipe Medina Gutiérrez, profesor de Estudios de Medio Oriente de la Universidad Javeriana: “El regreso de Siria a la Liga Árabe se puede entender bajo varios puntos de vista: la necesidad de tratar los problemas de Siria a través de Damasco, controlar redes de narcotráfico, debido a la ausencia de autoridad en las fronteras, y poner fin a la cuestión de los refugiados, sin que esto signifique que regresar sea positivo para estas comunidades”. A la par que sucede esto, Turquía está a la espera de la segunda vuelta electoral, en la que se elegirá al jefe de Estado y al Parlamento. El oficialismo, encarnado en Recep Tayyip Erdoğan, y la oposición, representada por Kemal Kiliçdaroglu, han hecho de los refugiados sirios un bastión electoral, y ambos lados, respondiendo a las demandas internas, apostarían por devolverlos. De hecho, una encuesta realizada por la Fundación para la Social Democracia en Turquía, publicada a principios de 2022, poco después de que se cumplieran los 10 años desde el estallido de la guerra civil siria, encontró que el 66 % de los ciudadanos opina que los refugiados deberían regresar a su país.
En cuanto al narcotráfico, el captagón es una anfetamina producida por montones en Siria. Tiene un valor de miles de millones de dólares y, en 2021, más de 400 millones de tabletas fueron incautadas en Medio Oriente. El costo de una píldora, catalogada como la droga de los terroristas, está entre US$1 y US$25 y, según le comentó un intermediario libanés a la AFP y a France24, uno de los principales mercados de esta droga es el saudita. En resumen, Siria representa el 80 % del tráfico de este producto.
Medina, que también es docente de Civilización Islámica en la Universidad del Rosario, cree que el reintegro de Siria a la Liga Árabe “es una pésima noticia para los manifestantes legítimos, quienes querían un cambio para su país. También para muchos mártires”. Observa que, desde los países de mayoría árabe, uno de los grandes intereses es restar influencia iraní en Siria y así reintegrar el país a esa “esfera árabe”, teniendo como telón de fondo los diálogos entre Riad y Teherán. A su parecer, si bien este hecho llama la atención, también conviene saber que la Liga Árabe es un organismo obsoleto, sin impacto alguno en la política regional.
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