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El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, que hoy en día tiene sobre sí una orden de arresto internacional emitida por la Corte Penal Internacional por presuntos crímenes de guerra en la Franja de Gaza, declaró en un juicio que avanza en su contra por acusaciones de corrupción y en el que se espera que sea interrogado por su abogado a lo largo de varios días. Sentado en el Tribunal de Distrito de Tel Aviv, comentó que esperó ocho años para este momento, “para decir la verdad tal como la recuerdo, lo cual es importante para la justicia”.
Acusado de fraude, abuso de confianza y aceptación de sobornos en tres casos separados, el dirigente israelí calificó los señalamientos de “absurdos” e “injustos”, y centró su declaración en que está dirigiendo a un país que está en guerra en siete frentes, incluidos Líbano y Siria, y que su trabajo le consume la mayoría de su tiempo: “Eso es una mentira total. Trabajo 17 o 18 horas al día. Todo el que me conoce lo sabe”, recogió el periódico The Israel Times sobre su intervención: “No es un trabajo de lujo, no hay camareros con guantes blancos”.
Y es que al mandatario se le reclama que haya aceptado puros y champaña, por un valor de decenas de miles de dólares, de un productor multimillonario de Hollywood para recibir ayuda frente a sus intereses personales y comerciales, y que haya promovido una regulación ventajosa para los magnates de los medios de comunicación para tener una cobertura favorable de él y de su familia. Estas acusaciones, declaró Netanyahu, son “simplemente ridículas”.
El juicio, en términos generales, no ha afectado su día a día. Más allá de declararse inocente en 2021, de que en 2016 empezaron las indagaciones y que en 2019 fue acusado formalmente, los procedimientos no lo han perjudicado. De hecho, los fiscales y abogados han pasado años interrogando a unos 120 testigos, más no a él, quien intentó aplazar su testimonio varios meses con el argumento de que su gestión de la campaña de guerra ha perturbado sus preparativos. Sin embargo, el tribunal aceptó un aplazamiento de solo unos días y finalmente llegó al estrado.
Ante las autoridades, Netanyahu negó tener la intención de controlar a los medios de comunicación, pero dijo que se necesita mayor equilibrio en la industria: “En los primeros años de existencia del Estado, Israel era más libre en cuanto a opiniones (...). Poco a poco esto se fue reduciendo, hasta que la mayoría de los editores y periodistas procedían del bando de izquierdas y compartían opiniones” de esa tendencia. Dijo, además, que cree en un “libre mercado de opiniones” y que mientras “2/3 del público judío israelí se define como de derecha (…), el 90 % de los medios de comunicación son de izquierda”.
Manejando su declaración como un evento político, el primer ministro se presentó como una figura global importante, un servidor público que no tiene interés en los medios de comunicación. Ahora bien, también aprovechó su comparecencia ante la justicia para calificar a las acusaciones en su contra de una caza de brujas orquestada por unos medios hostiles y un sistema legal parcializado que busca derrocarlo.
De hecho, el juicio se desarrolla en momentos difíciles para su administración, cuando muchos resienten la falta de resultados en cuando a la liberación de los secuestrados de Hamás, retenidos en Gaza desde hace más de un año, y la polarización que se vive en el país desde cuando intentó llevar a cabo una reforma judicial que provocó la manifestación de cientos de personas en las calles.
En Tel Aviv, el primer ministro estuvo acompañado de miembros de su gabinete, como el jefe de la cartera de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, el ministro de Comunicaciones, Shlomo Karhi, y el ministro de Transporte, Miri Regev, así como el presidente de la Knesset, Amir Ohana, y otros legisladores. En contraposición, sus críticos organizaron protestas frente al tribunal. Una pancarta en el lugar decía: “Ministro del crimen”.
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