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                                                                                                                                  Stuart Hill: el último estadista

                                                                                                                                  Sus ocurrencias ya  le habían costado su mujer y su casa. Hoy, se enfrenta a la Corona Británica.

                                                                                                                                  Juan Esteban Constaín / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  La escena, de hecho, se había repetido a lo largo de toda la costa oriental británica, desde cuando Hill, acompañado por el ruido de la prensa, salió en primavera con una nave fabricada en su garaje, prometiendo circunnavegar el Reino Unido. Quería batir un récord y recoger plata para obras de caridad, e incluso, vendiendo camisetas con su imagen, pudo amontonar 10 mil libras esterlinas antes de la primera salida.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Cifras más cifras menos, la travesía estaba resultando un riesgo para todos, aun para el disparatado navegante que ya había logrado la hazaña de mantenerse en pie por más de 8 mil millas. Fue ahí cuando los vientos de Escocia, terror legendario al que no se le enfrentaba ni Nelson, voltearon la nave de Stuart con tan buena fortuna para él (no así para el resto del país) que lo dejaron tendido en la hamaca y con su celular, mojado, agónico, al lado del abrigo.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD


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                                                                                                                                  Allí la prensa inglesa, modelo universal del amarillismo y la pasión, tuvo un tema delicioso, y durante días no se habló de otra cosa en los dominios de Su Majestad: se supo, por ejemplo, que la esposa de Hill se había cansado de sus locuras, y que mientras él atravesaba el mar, ella había vendido la casa de ambos y se había largado para Francia, “aunque yo lo presentía antes de salir, y aun somos grandes amigos”; se supo también cuánto había costado el rescate, con los médicos incluidos, y por eso Inglaterra le dio a su nuevo hijo predilecto el nombre de “Capitán Calamidad”.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Consiguió un trabajo como carnicero; hizo amigos, discretamente, acompañado por el calor de la gente del sitio. Y nada habría cambiado si él mismo, una vez más, no se lo hubiera propuesto, ahora navegando sobre un plan que poco tiene que envidiarle al bote que salió de su garaje. El riesgo esta vez, sin embargo, es mucho más ambicioso, y no sólo tiemblan los salvavidas en la costa.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  “Porque hay un gran equívoco del que todo surge dice encantado: estas islas, las de Shetland, le pertenecían al Rey Christian de Noruega en el siglo XV, cuya hija se iba a casar con el Rey de Escocia. Ella, sin embargo, no tenía la dote de 8.000 florines de oro, y entonces Christian empeñó todo el archipiélago pero sólo en esa condición: la del encargo.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  No ad for you


                                                                                                                                  Stuart Hill es un maravilloso personaje. Está loco, sin duda, pero quién no lo está. Además tiene mejores ideas que la mayoría de los líderes del mundo, más inofensivas y más dignas. Y ha desatado un verdadero fanatismo en torno a su nuevo Estado, del que ya tiene una Constitución y una bandera y hasta una moneda local, y por el que le llueven a diario peticiones para adquirir la ciudadanía de Forvik (www.forvik.com) y un lugar en su ambicioso proyecto de explotación petrolera en la isla, que antes se llamaba Forewick Holm y que según él le fue cedida por el anterior dueño para empezar la cruzada por la libertad de Shetland.

                                                                                                                                  Y lo cierto es que, disparates aparte, los ingleses, que son gente seria, han tenido que empezar a ocuparse de las proclamas del nuevo “Gobernador”, pues su alegato histórico no carece de erudición y de sentido. Al principio quisieron ignorarlo, pero pronto los medios se encargaron de divulgar la noticia y aun algunos miembros del Consejo de Shetland han visto con buenos ojos que alguien propusiera lo que ellos mismos llevaban pensando desde hacía tanto.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Nadie sabe qué pueda pasar con Stuart Hill,  pero él, el Capitán Calamidad, está dispuesto a llegar, una vez más, hasta el fondo. “Es algo que todo hombre libre debería hacer”, me dice. “Da una gran diversión”. Y yo, que aún no he perdido el sueño de un título menor en el Reino de Redonda, me inclino ante el Gobernador y le agradezco la ciudadanía honoraria. Los ingleses son gente seria.

                                                                                                                                   

                                                                                                                                   notastacitas@gmail.com

                                                                                                                                   

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  La escena, de hecho, se había repetido a lo largo de toda la costa oriental británica, desde cuando Hill, acompañado por el ruido de la prensa, salió en primavera con una nave fabricada en su garaje, prometiendo circunnavegar el Reino Unido. Quería batir un récord y recoger plata para obras de caridad, e incluso, vendiendo camisetas con su imagen, pudo amontonar 10 mil libras esterlinas antes de la primera salida.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Cifras más cifras menos, la travesía estaba resultando un riesgo para todos, aun para el disparatado navegante que ya había logrado la hazaña de mantenerse en pie por más de 8 mil millas. Fue ahí cuando los vientos de Escocia, terror legendario al que no se le enfrentaba ni Nelson, voltearon la nave de Stuart con tan buena fortuna para él (no así para el resto del país) que lo dejaron tendido en la hamaca y con su celular, mojado, agónico, al lado del abrigo.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD


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                                                                                                                                  Allí la prensa inglesa, modelo universal del amarillismo y la pasión, tuvo un tema delicioso, y durante días no se habló de otra cosa en los dominios de Su Majestad: se supo, por ejemplo, que la esposa de Hill se había cansado de sus locuras, y que mientras él atravesaba el mar, ella había vendido la casa de ambos y se había largado para Francia, “aunque yo lo presentía antes de salir, y aun somos grandes amigos”; se supo también cuánto había costado el rescate, con los médicos incluidos, y por eso Inglaterra le dio a su nuevo hijo predilecto el nombre de “Capitán Calamidad”.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Consiguió un trabajo como carnicero; hizo amigos, discretamente, acompañado por el calor de la gente del sitio. Y nada habría cambiado si él mismo, una vez más, no se lo hubiera propuesto, ahora navegando sobre un plan que poco tiene que envidiarle al bote que salió de su garaje. El riesgo esta vez, sin embargo, es mucho más ambicioso, y no sólo tiemblan los salvavidas en la costa.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  “Porque hay un gran equívoco del que todo surge dice encantado: estas islas, las de Shetland, le pertenecían al Rey Christian de Noruega en el siglo XV, cuya hija se iba a casar con el Rey de Escocia. Ella, sin embargo, no tenía la dote de 8.000 florines de oro, y entonces Christian empeñó todo el archipiélago pero sólo en esa condición: la del encargo.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  No ad for you


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                                                                                                                                  Y lo cierto es que, disparates aparte, los ingleses, que son gente seria, han tenido que empezar a ocuparse de las proclamas del nuevo “Gobernador”, pues su alegato histórico no carece de erudición y de sentido. Al principio quisieron ignorarlo, pero pronto los medios se encargaron de divulgar la noticia y aun algunos miembros del Consejo de Shetland han visto con buenos ojos que alguien propusiera lo que ellos mismos llevaban pensando desde hacía tanto.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  La Corona no quería hablar, aunque Stuart le escribió una carta a la Reina (me la hizo ver orgullosísimo; se encuentra en la página web), tan juiciosa y tan solemne, que si no produjese risa por lo increíble, sería digna de un jurista medieval. Y el portavoz de Isabel II salió a ahondar el problema, pues dijo que “Forvik” pertenecía a Escocia y por ello también al Reino Unido, dándole reconocimiento oficial, así, a un Estado que antes no existía y cuyo nombre ahora acepta hasta la Reina.

                                                                                                                                  Nadie sabe qué pueda pasar con Stuart Hill,  pero él, el Capitán Calamidad, está dispuesto a llegar, una vez más, hasta el fondo. “Es algo que todo hombre libre debería hacer”, me dice. “Da una gran diversión”. Y yo, que aún no he perdido el sueño de un título menor en el Reino de Redonda, me inclino ante el Gobernador y le agradezco la ciudadanía honoraria. Los ingleses son gente seria.

                                                                                                                                   

                                                                                                                                   notastacitas@gmail.com

                                                                                                                                   

                                                                                                                                  Por Juan Esteban Constaín / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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