¿Tendrán éxito las reformas en Arabia Saudita?
Un profesor de la Universidad de Princeton experto en esta región del mundo analiza las opciones de esta potencia en hidrocarburos con la baja sostenida del precio del petróleo.
Bernard Haykel*
En 2017, Arabia Saudita seguirá trabajando hacia los dos objetivos claves que el rey Salmán fijó al llegar al trono en enero de 2015: reducir la dependencia de la economía de los ingresos petroleros y el gasto público y posicionar al país como líder regional capaz de hacer frente a cualquier amenaza, especialmente de Irán.
La supervisión de las reformas está a cargo de un hijo de Salmán, el príncipe heredero sustituto Mohammed bin Salmán (quien a sus 31 años también es ministro de Defensa y presidente del Consejo de Asuntos Económicos y Desarrollo). El príncipe es un personaje carismático y lleno de energía, cuyo aparente compromiso con el logro de reformas reales causó buena impresión en la población joven del país (el 70 % de los sauditas tienen menos de 30 años) y en muchos observadores extranjeros. Prometió aumentar la transparencia y la rendición de cuentas del gobierno, y dar a los ciudadanos más oportunidades económicas.
Pero las reformas serán arduas, porque el Estado emplea a dos tercios de la población, y el viejo sistema de prestaciones sociales creó una cultura de dependencia. Separar a los sauditas de las dádivas y prestaciones y habituarlos a una economía en la que el Estado no sea el actor dominante será extremadamente difícil.
Para lograr sus objetivos, el gobierno tendrá que recortar el gasto en salud, educación y subsidios a la energía y a los servicios públicos; instituir nuevos impuestos (por ejemplo, al valor agregado, al “vicio” y a la tierra); y crear un entorno competitivo para que las empresas privadas creen la mayor parte de los empleos futuros. Es decir, la familia gobernante Al Saud tendrá que reinventar el contrato social con sus súbditos. Y a juzgar por las redes sociales (el principal espacio de expresión franca de los sauditas), el pueblo demandará más participación en la gobernanza.
La urgencia de hacer reformas en Arabia Saudita se agudizó por la baja sostenida del precio del petróleo, el déficit presupuestario (igual al 16 % del PIB en 2015) y la caída de las reservas extranjeras, que de 745.000 millones de dólares en 2014 han disminuido a 545.000 millones. El plan del príncipe Mohammed se expone en dos documentos: Visión 2030, publicado en abril de 2016, y el Plan de Transformación Nacional (NTP), anunciado dos meses después, que enumera las políticas que pretende implementar de aquí a 2020.
Ambos documentos son aspiracionales: buscan proyectar dinamismo y voluntad de romper ciertos tabúes. El NTP fija metas fiscales, enumera nuevas responsabilidades administrativas y propone varias iniciativas y métodos para la medición de los avances; pero no indica cómo se ejecutarán las propuestas. El éxito del plan depende de su adecuada ejecución, pero muchos observadores expresaron dudas de que la administración saudita actual esté preparada para implementarlo eficazmente.
Lo que nadie duda es que el sistema económico saudita actual es insostenible. Su principal fuente de ingresos es el petróleo, un recurso finito para el que ahora hay fuentes de suministro alternativas (por ejemplo las reservas de esquisto) y tecnologías energéticas alternativas (como la eólica y la solar); y el gasto público (del que 50 % se destina a prestaciones sociales y salarios de empleados estatales) es inmanejable.
Hay que decir que el príncipe Mohammed ya implementó algunas reformas inéditas. Redujo los subsidios a la energía, rebajó un 16 % los salarios de los empleados estatales y estudia privatizar diversos sectores económicos, como salud, agua y electricidad. Más importante aún, el gobierno saudita analiza lanzar una oferta pública inicial por hasta el 5 % de la megaempresa petrolera estatal Saudi Aramco.
El gobierno espera obtener de la venta alrededor de cien mil millones de dólares, que en combinación con otros recursos, financiarían la creación del mayor fondo soberano del mundo, con el cual se invertiría en activos que permitan diversificar las fuentes de ingresos. Pero este plan no está exento de riesgos, porque supone auditar los libros contables y la existencia de reservas de petróleo comprobadas de Saudi Aramco y dejaría de ser una empresa nacional.
Una auditoría puede revelar hasta qué punto los ingresos de la empresa se canalizan a la familia real y a las élites religiosas que sostienen su legitimidad. Esto a su vez resaltaría la necesidad de reformas políticas, algo que ni Visión 2020 ni el NTP mencionan. Pero la necesidad de cambios al sistema político es indudable, porque los sauditas no tolerarán la pérdida de prestaciones sociales si al mismo tiempo ven que la familia real sigue disfrutando la generosidad del Estado.
La reforma política es un asunto muy delicado para la familia real, pero el rey Salmán ya dio varios pasos alentadores. Por ejemplo, privó a la policía religiosa del derecho de hostigar y arrestar a personas en público por infracción de las normas islámicas; y envió a los miembros de la realeza el mensaje de que no están por encima de las leyes, al permitir la ejecución de un príncipe condenado por asesinato y que dieran azotes a otro que había cometido un delito no informado.
El príncipe Mohammed, por su parte, indicó que es posible que en un futuro próximo se permita a las mujeres conducir autos, lo que se debe en buena medida a que sus reformas económicas demandarán un aumento de la participación femenina en la fuerza laboral. Pero es seguro que las reformas encontrarán resistencia. Ya bastante difícil es transformar un gran Estado rentista; reformar una monarquía absolutista es más difícil todavía. No sorprende que muchos miembros de la burocracia saudita se opongan a las reformas, no sólo porque todo cambio es difícil, sino también porque se trajo a consultoras de gestión extranjeras como McKinsey & Company y el Boston Consulting Group, para que ayuden a formular las nuevas políticas.
Pero sin importar quién dirija el proceso, Arabia Saudita debe diversificar su economía y reformar su sistema político, porque el modelo actual es insostenible. El año entrante puede ser el mejor momento para que la dirigencia saudita imponga cambios disruptivos: el petróleo está barato, la región es cada vez más inestable y las relaciones con Irán se mantienen en un plano de hostilidad.
Es probable que la población saudita siga siendo fiel a la Casa de Saud, porque no hay una alternativa a su liderazgo. Pero no hay que subestimar lo que está en juego en la transformación de Arabia Saudita, dada su importancia en la producción mundial de petróleo. Del éxito o fracaso de las reformas puede depender la estabilidad no sólo regional, sino también mundial.
*Coeditor, con Thomas Hegghammer, de Saudi Arabia in Transition.Traducción: Esteban FlaminiCopyright: Project Syndicate, 2016.www.project-syndicate.org
En 2017, Arabia Saudita seguirá trabajando hacia los dos objetivos claves que el rey Salmán fijó al llegar al trono en enero de 2015: reducir la dependencia de la economía de los ingresos petroleros y el gasto público y posicionar al país como líder regional capaz de hacer frente a cualquier amenaza, especialmente de Irán.
La supervisión de las reformas está a cargo de un hijo de Salmán, el príncipe heredero sustituto Mohammed bin Salmán (quien a sus 31 años también es ministro de Defensa y presidente del Consejo de Asuntos Económicos y Desarrollo). El príncipe es un personaje carismático y lleno de energía, cuyo aparente compromiso con el logro de reformas reales causó buena impresión en la población joven del país (el 70 % de los sauditas tienen menos de 30 años) y en muchos observadores extranjeros. Prometió aumentar la transparencia y la rendición de cuentas del gobierno, y dar a los ciudadanos más oportunidades económicas.
Pero las reformas serán arduas, porque el Estado emplea a dos tercios de la población, y el viejo sistema de prestaciones sociales creó una cultura de dependencia. Separar a los sauditas de las dádivas y prestaciones y habituarlos a una economía en la que el Estado no sea el actor dominante será extremadamente difícil.
Para lograr sus objetivos, el gobierno tendrá que recortar el gasto en salud, educación y subsidios a la energía y a los servicios públicos; instituir nuevos impuestos (por ejemplo, al valor agregado, al “vicio” y a la tierra); y crear un entorno competitivo para que las empresas privadas creen la mayor parte de los empleos futuros. Es decir, la familia gobernante Al Saud tendrá que reinventar el contrato social con sus súbditos. Y a juzgar por las redes sociales (el principal espacio de expresión franca de los sauditas), el pueblo demandará más participación en la gobernanza.
La urgencia de hacer reformas en Arabia Saudita se agudizó por la baja sostenida del precio del petróleo, el déficit presupuestario (igual al 16 % del PIB en 2015) y la caída de las reservas extranjeras, que de 745.000 millones de dólares en 2014 han disminuido a 545.000 millones. El plan del príncipe Mohammed se expone en dos documentos: Visión 2030, publicado en abril de 2016, y el Plan de Transformación Nacional (NTP), anunciado dos meses después, que enumera las políticas que pretende implementar de aquí a 2020.
Ambos documentos son aspiracionales: buscan proyectar dinamismo y voluntad de romper ciertos tabúes. El NTP fija metas fiscales, enumera nuevas responsabilidades administrativas y propone varias iniciativas y métodos para la medición de los avances; pero no indica cómo se ejecutarán las propuestas. El éxito del plan depende de su adecuada ejecución, pero muchos observadores expresaron dudas de que la administración saudita actual esté preparada para implementarlo eficazmente.
Lo que nadie duda es que el sistema económico saudita actual es insostenible. Su principal fuente de ingresos es el petróleo, un recurso finito para el que ahora hay fuentes de suministro alternativas (por ejemplo las reservas de esquisto) y tecnologías energéticas alternativas (como la eólica y la solar); y el gasto público (del que 50 % se destina a prestaciones sociales y salarios de empleados estatales) es inmanejable.
Hay que decir que el príncipe Mohammed ya implementó algunas reformas inéditas. Redujo los subsidios a la energía, rebajó un 16 % los salarios de los empleados estatales y estudia privatizar diversos sectores económicos, como salud, agua y electricidad. Más importante aún, el gobierno saudita analiza lanzar una oferta pública inicial por hasta el 5 % de la megaempresa petrolera estatal Saudi Aramco.
El gobierno espera obtener de la venta alrededor de cien mil millones de dólares, que en combinación con otros recursos, financiarían la creación del mayor fondo soberano del mundo, con el cual se invertiría en activos que permitan diversificar las fuentes de ingresos. Pero este plan no está exento de riesgos, porque supone auditar los libros contables y la existencia de reservas de petróleo comprobadas de Saudi Aramco y dejaría de ser una empresa nacional.
Una auditoría puede revelar hasta qué punto los ingresos de la empresa se canalizan a la familia real y a las élites religiosas que sostienen su legitimidad. Esto a su vez resaltaría la necesidad de reformas políticas, algo que ni Visión 2020 ni el NTP mencionan. Pero la necesidad de cambios al sistema político es indudable, porque los sauditas no tolerarán la pérdida de prestaciones sociales si al mismo tiempo ven que la familia real sigue disfrutando la generosidad del Estado.
La reforma política es un asunto muy delicado para la familia real, pero el rey Salmán ya dio varios pasos alentadores. Por ejemplo, privó a la policía religiosa del derecho de hostigar y arrestar a personas en público por infracción de las normas islámicas; y envió a los miembros de la realeza el mensaje de que no están por encima de las leyes, al permitir la ejecución de un príncipe condenado por asesinato y que dieran azotes a otro que había cometido un delito no informado.
El príncipe Mohammed, por su parte, indicó que es posible que en un futuro próximo se permita a las mujeres conducir autos, lo que se debe en buena medida a que sus reformas económicas demandarán un aumento de la participación femenina en la fuerza laboral. Pero es seguro que las reformas encontrarán resistencia. Ya bastante difícil es transformar un gran Estado rentista; reformar una monarquía absolutista es más difícil todavía. No sorprende que muchos miembros de la burocracia saudita se opongan a las reformas, no sólo porque todo cambio es difícil, sino también porque se trajo a consultoras de gestión extranjeras como McKinsey & Company y el Boston Consulting Group, para que ayuden a formular las nuevas políticas.
Pero sin importar quién dirija el proceso, Arabia Saudita debe diversificar su economía y reformar su sistema político, porque el modelo actual es insostenible. El año entrante puede ser el mejor momento para que la dirigencia saudita imponga cambios disruptivos: el petróleo está barato, la región es cada vez más inestable y las relaciones con Irán se mantienen en un plano de hostilidad.
Es probable que la población saudita siga siendo fiel a la Casa de Saud, porque no hay una alternativa a su liderazgo. Pero no hay que subestimar lo que está en juego en la transformación de Arabia Saudita, dada su importancia en la producción mundial de petróleo. Del éxito o fracaso de las reformas puede depender la estabilidad no sólo regional, sino también mundial.
*Coeditor, con Thomas Hegghammer, de Saudi Arabia in Transition.Traducción: Esteban FlaminiCopyright: Project Syndicate, 2016.www.project-syndicate.org