Un año del 7 de octubre y los consecutivos fracasos de la humanidad
Doce meses de ataques en distintos frentes han matado a más de 40.000 personas y desplazado a millones más. El foco ya no está solo en la Franja de Gaza, sino en al menos otros ocho frentes de conflicto. Ante la incapacidad y desinterés de desescalar, la población civil sigue en el medio.
María Alejandra Medina
En enero de este año, Roni Kaplan, portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), le dijo a este diario que “quizá” iban a tener que combatir a Hamás durante todo 2024. En ese momento, habían pasado tres meses del ataque sin precedentes en el sur de Israel en el que milicianos de ese grupo mataron a alrededor de 1.200 personas, incluyendo más de 360 jóvenes en un festival de música, y secuestraron a otras 250, de las cuales unas 100 siguen en cautiverio, sin que haya certeza de cuántas siguen con vida.
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En enero de este año, Roni Kaplan, portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), le dijo a este diario que “quizá” iban a tener que combatir a Hamás durante todo 2024. En ese momento, habían pasado tres meses del ataque sin precedentes en el sur de Israel en el que milicianos de ese grupo mataron a alrededor de 1.200 personas, incluyendo más de 360 jóvenes en un festival de música, y secuestraron a otras 250, de las cuales unas 100 siguen en cautiverio, sin que haya certeza de cuántas siguen con vida.
Lo que él enunciaba apenas como una posibilidad no solo se materializó, sino que tomó una dimensión impensada. Buena parte de Medio Oriente se encuentra sumida en un desastre humanitario tras la violenta respuesta ordenada por el gobierno con sede en Jerusalén, la cual ha cobrado más de 40.000 vidas en lo que distintos Estados (incluido Colombia) denuncian como un genocidio, desplazado a millones y puesto al mundo al borde de una guerra total entre dos potencias regionales: Israel e Irán. Sin olvidar que ha dejado en evidencia las falencias y contradicciones de la comunidad internacional.
Ya no se trata solo del enclave palestino. “Gaza es uno de los nueve frentes de batalla simultáneos abiertos entre Israel y la República Islámica de Irán”, explica Janiel Melamed, doctor en seguridad internacional y docente de la Universidad del Norte. Se refiere a la Franja de Gaza (donde están Hamás y la Yihad Islámica Palestina), Cisjordania (con otras milicias e insurgencias palestinas), Líbano (con Hezbolá), Siria (con el Gobierno de Bashar al-Assad y tropas de las Guardia Islámica Revolucionaria Iraní), Irak (con las milicias chiitas proiranís), Yemen (en donde están los hutíes), el propio territorio Iraní, los blancos del terrorismo internacional y los ciberataques (contra softwares de instalaciones militares e infraestructura civil estratégica).
En Líbano, particularmente, la situación se ha agravado desde que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, decidió recuperar la seguridad en su frontera norte. Desde el 8 de octubre de 2023, Hezbolá, el grupo político y paramilitar libanés, considerado terrorista por Estados Unidos y otros países, se involucró en ataques contra Israel en solidaridad con Hamás. Fue entonces que unos 80.000 israelíes cerca de la frontera con Líbano fueron evacuados preventivamente, y muchos permanecen así hasta el día de hoy.
Durante 11 meses, la atención de las FDI y de la opinión pública estuvo principalmente sobre Gaza. Los ciudadanos del norte de Israel decían sentirse “ciudadanos de segunda” al no verse igualmente defendidos o respaldados frente a los ataques de Hezbolá. En septiembre, las cosas cambiaron, y las fuerzas de Israel arreciaron su ofensiva contra el grupo libanés. Dañaron sus comunicaciones (o al menos de eso son acusadas), mataron a su máximo líder y a otros 250 de sus integrantes al infiltrar sus dispositivos, bombardear distintos puntos de Líbano y, finalmente, invadir por tierra. Más de 2.000 víctimas mortales y un millón de desplazados es el saldo de este nuevo desastre humanitario.
La situación, en medio de intentos fallidos para una tregua entre Israel y Hamás y llamados vanos a la moderación entre todas las partes, ha ido disipando el optimismo remanente. Irán atacó directamente a Israel por segunda vez la semana pasada. Fue una respuesta distinta a la vista en abril, cuando Teherán avisó con varias horas de anticipación para que su enemigo pudiera interceptar los lanzamientos. En esta ocasión, el alcance, además, fue mayor.
“La guerra va hacia el escalamiento directo, dejando atrás la etapa de guerra a la sombra con Irán y enfrentando directamente al auspiciador de esta red de ejércitos alternos por toda la región”, agrega Melamed. “La guerra está tomando un camino peligroso. Se trata de un círculo vicioso de venganzas sin fin y retaliaciones, además de medición del poder del otro. Mucho más preocupante es el nivel de uso de la fuerza masiva y desproporcionada por parte de Israel”, comenta, por su parte, Felipe Medina Gutiérrez, profesor de Estudios de Medio Oriente y Mundo Islámico de la Universidad Javeriana.
Pese a los recientes “éxitos” militares de las FDI, incluyendo el debilitamiento operativo de Hamás, para distintos analistas no se podría decir que Israel ha alcanzado sus “objetivos”. El líder de Hamás, Yahya Sinwar, sigue resguardado y los secuestrados tampoco han vuelto a casa.
“Israel no tiene un objetivo ni estrategia clara, por eso, no se puede decir su cumplió o no. El ejemplo más evidente de que nunca hubo un objetivo es que, después de un año, Hamás sigue detentando el poder en Gaza”, opina Medina Gutiérrez.
El futuro cercano estará marcado por el tipo de respuesta que Israel dé al ataque de Irán. Afectaciones a fábricas de armas, la infraestructura petrolera e incluso instalaciones del programa nuclear de Teherán son algunas de las posibilidades, según expertos.
“Políticamente, en medio de la crisis, se ha fortalecido políticamente la figura de Netanyahu. Una reciente encuesta en Israel reveló que, si se realizaran elecciones parlamentarias, sería probablemente él quien obtendría mayor número de votos parlamentarios para la formación de una coalición de Gobierno”, señala Melamed.
Adrián Krupnik, historiador y analista de la Universidad de Tel Aviv, explica que “si bien la imagen de Netanyahu sigue siendo muy negativa en gran parte de la población israelí, no ha surgido ningún otro político capaz de competirle o hacerle sombra (…) Ha sabido navegar esta crisis bastante exitosamente”. Esto, en medio de una sensación colectiva de que Israel “depende de sí mismo para sobrevivir”. “Las críticas contra Netanyahu por la reforma que pretendía hacer para pasar por encima de la Corte Suprema de Justicia y vulnerar la división de los poderes que caracterizan a la democracia son debates que no han cesado, pero han pasado a un segundo plano porque la crisis nacional es verdaderamente una emergencia”, añade.
Se trata de una crisis que, de alguna manera, ha logrado unir al país. “El 7 de octubre ha devuelto a la sociedad israelí a los días en que se fundó el Estado de Israel. Cuando las Naciones Unidas en 1947 decidieron que se dividiera el territorio y que surgiera un Estado palestino y un Estado judío, los judíos afrontaron la invasión de 7 ejércitos árabes. La guerra con los palestinos duró dos años y tuvo consecuencias muy graves para ambos bandos. Pasaron 50 años hasta que en la década del 90 pareció que era posible firmar la paz. Ahora estamos de nuevo en una etapa dramática y posiblemente tendrán que volver a pasar 50 años para que israelíes y palestinos vuelvan a pensar que es posible estrechar la mano del líder del bando que ha sido enemigo”.
Por incapacidad o sencillamente falta de interés, el margen de maniobra de actores de la comunidad internacional ha sido limitado. Estados Unidos, con una influencia en declive ante el ascenso de otras potencias como China durante las últimas décadas, está en plena campaña electoral, en la que los demócratas tratan de hacer equilibrismo político sobre la cuestión de Gaza, al tiempo que el gobierno ha tratado sin éxito de mediar para un cese al fuego. China, por su parte, “uno de los principales importadores de petróleo iraní y uno de los principales partidarios de cualquier cosa que pueda debilitar el orden mundial liderado por Estados Unidos que surgió de las ruinas en 1945, tiene poco interés en ponerse el manto de pacificador”, escribió Roger Cohen en The New York Times.
“Rusia tampoco tiene muchas ganas de ayudar, especialmente en vísperas de las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos. Dependiente de Irán para la tecnología de defensa y los drones en su intratable guerra de Ucrania, está tan entusiasmada como China ante cualquier signo de declive estadounidense o cualquier oportunidad de empantanar a Estados Unidos en un lodazal en Medio Oriente”, añadió el autor. Para él, por cierto, ninguna potencia regional “es lo suficientemente fuerte o está lo suficientemente comprometida con la causa palestina como para enfrentarse militarmente a Israel”.
Según Krupnik, el 7 de octubre “Hamás le hizo un enorme regalo de cumpleaños a (Vladimir) Putin al crear un segundo frente en un mundo que ya está colmado de violencia, con instituciones en crisis. La ONU, la UE, la OTAN, no son tan fuertes como antes, y la apuesta de Putin y sus aliados es agudizar la crisis de los sistemas multilaterales”.
Medina ve la barbarie desde otra óptica. “El gran grueso de las víctimas en Palestina, Líbano y Yemen no son hombres de alguna u otra organización armada y política, sino población civil. Específicamente, se trata de mujeres, niños y ancianos. Además, estructuras protegidas por el Derecho Internacional Humanitario como hospitales y colegios ahora son ‘objetivos legítimos’ bajo el discurso poco elaborado de ‘hospital de Hamás o Hezbolá’ o ‘Son sitios de almacenamiento de armas de los terroristas’. Ni hablar de la pobre tesis de los ‘escudos humanos’”.
Y concluye: “El precedente global en la situación en Gaza es que hay Estados que no saben de historia. Creer que vas a cambiar por la fuerza bruta un statu quo o un ‘nuevo Medio Oriente’ es algo que ya hemos escuchado en otras ocasiones (por ejemplo, con Afganistán e Iraq entre 2001 y 2003). El público lector ya sabe el resultado de estos dos últimos escenarios. Tal vez puedas destruir estructuras estatales y políticas, pero ¿y la gente local?”.
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