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La amenaza de un inminente ataque de Irán y el grupo libanés Hezbolá se cierne sobre Israel y en una Jerusalén, dividida entre israelíes y palestinos, sus habitantes temen o alientan la escalada de violencia mientras la incertidumbre invade su vida diaria.
“¿Hay guerra o no hay guerra?”, pregunta bromeando el estanquero árabe A.A. -prefiere utilizar sólo sus iniciales- a sus clientes en su negocio en Jerusalén este, la parte palestina de la ciudad.
Allí, la vida continúa con aparente normalidad por la tarde, cuando el oeste de Jerusalén, la parte israelí, se muestra algo más silencioso frente a la posible llegada de un bombardeo que el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, pronosticó ayer en un plazo de 24 o 48 horas.
El vendedor muestra una opinión generalizada en el este de la Ciudad Santa: ven la amenaza como un castigo a Israel por su agresión contra el pueblo palestino y otros países del mundo árabe, especialmente tras la muerte del líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en un ataque en Teherán que el Estado hebreo no ha confirmado ni desmentido, pero del que todo el mundo le atribuye responsabilidad.
“Será un gran ataque porque les hicieron algo malo (a Irán). Tienen que enviar un mensaje de vuelta a los judíos. Todos los días matan gente, a los niños”, asegura tras su mostrador. “Es difícil para un palestino ver esto y sentarse en silencio. No puede ser así”.
“No tenemos derecho a estar asustados con lo que está sufriendo la gente en Gaza”, explica sentada en la entrada del estanco D.A., su mujer, al preguntarle sobre si no teme que el posible ataque pudiera afectar al este palestino, pero ocupado por Israel desde 1967, y anexado definitivamente en 1980.
La estanquera señala que la zona tiene un “talismán” a apenas unos minutos a pie: la Mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar más sagrado para el islam tras La Meca y Medina, que hace creer que áreas como la Ciudad Vieja que la envuelve, y otros barrios próximos habitados por musulmanes, no serán objetivo de Irán. Suponen que ciudades como Haifa o Tel Aviv sí lo serán.
Al dejar atrás la parte oriental de Jerusalén, las perspectivas sobre la represalia iraní cambian completamente y hasta quitan el sueño a algunos israelíes como Rotem, una camarera de 27 años que confiesa llevar días sin dormir por miedo.
En la popular pizzería de la zona oeste de la ciudad en la que trabaja también se encuentra Stav, de 26, que confiesa estar muy asustada por la situación.
“Es muy raro que simplemente estemos esperando a que una bomba caiga sobre nosotros y no sepamos cuándo o cómo ocurrirá”, cuenta mientras trabaja con su ordenador en el local, ya que no ha cambiado su rutina al considerar que no siente que vaya a hacerla sentirse más segura.
Además, lamentó que las tensiones en Israel hacen que muchos de sus amigos estén a la espera de conocer si tendrían que luchar en una guerra más allá de sus fronteras: “Ninguno de ellos quiere eso, nadie que yo conozca quiere esta guerra”.
Ron Mitnick, un israelí de Modi’in -a unos 25 kilómetros de Jerusalén-, camina tranquilo por la céntrica calle Yaffa junto a su familia, e insiste en que no va a cambiar sus hábitos a pesar de las tensiones.
“Sabemos que Israel está haciendo lo que tiene que hacer para hundir a sus enemigos y sus apoyos. Lo que pase, pasará”, cuenta a EFE.
Ve la guerra contra Hezbolá, grupo con el que Israel mantiene un incesante intercambio de fuego desde octubre en la frontera con el Líbano, como “lo que hay que hacer”, aunque muestra un atisbo de duda sobre un conflicto regional a mayor escala.
“No sé si Israel está preparado por la guerra que ha estado luchando en Gaza”, confiesa la víspera de que la ofensiva cumpla diez meses, en los que han muerto más de 330 militares, mientras las tropas han tenido que volver a combatir en varias ocasiones a lugares donde ya habían dado por neutralizado a Hamás, despertando cada vez más inquietudes entre la sociedad israelí.
De momento, el Ejército no ha elevado la alerta para la población civil, a la que de momento le pide estar vigilante, atentos al servicio de mensajería móvil para alertas, y en el norte, ubicarse cerca de refugios.
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