Una década de Xi Jinping en el poder y la reunión política más importante de China
El Congreso del Partido Comunista Chino marca la agenda política del gigante asiático. En esta oportunidad, se espera que el mandatario chino sea ratificado en su posición de secretario general y que, eventualmente, consolide un tercer mandato, rompiendo así con la tradición.
Durante el vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino, que empezará este domingo, el presidente Xi Jinping aspira a ser confirmado como secretario general de la agrupación política, además de querer consolidar un tercer mandato. En juego hay varias cosas, entre ellas los planes que tiene con respecto a la economía, pues su política de covid cero la afectó fuertemente, provocando un crecimiento ralentizado, y su promesa de tomar el control sobre Taiwán.
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Durante el vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino, que empezará este domingo, el presidente Xi Jinping aspira a ser confirmado como secretario general de la agrupación política, además de querer consolidar un tercer mandato. En juego hay varias cosas, entre ellas los planes que tiene con respecto a la economía, pues su política de covid cero la afectó fuertemente, provocando un crecimiento ralentizado, y su promesa de tomar el control sobre Taiwán.
Si bien en el encuentro del 2017 dijo que “la apertura trae progreso, mientras que la autorreclusión te deja atrás. China no cerrará su puerta al mundo, se volverá más y más abierta”, los hechos recientes muestran lo contrario. “La política cero covid de Beijing ha desincentivado inversiones muy necesarias y ha fracasado en ganarse el corazón y las mentes de los jóvenes chinos, que son quienes más han sufrido económica y socialmente”, le dijo a la AFP Yu Jie, del programa Asia-Pacífico del grupo de reflexión Chatham House. “Muchos chinos se preocupan ante un regreso a un período de aislamiento” que no se ha visto en el país desde su apertura a finales de 1970, agregó el analista.
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Y es que en los últimos días el clima ha estado tenso, y muestra de ello son las protestas que tomaron lugar en Beijing contra el Partido Comunista y los temores por las renovadas restricciones de Covid-19 en Shanghái. El jueves, aparecieron al menos media docena de fotos y videos en las redes sociales que mostraban dos pancartas adornadas con mensajes de protesta que colgaban de un paso elevado de una importante vía de la capital china. “Queremos comida, no pruebas PCR. Queremos libertad, no encierros. Queremos respeto, no mentiras. Queremos una reforma, no una revolución cultural. Queremos un voto, no un líder. Queremos ser ciudadanos, no esclavos”, se leía en una de ellas. Una segunda pancarta pedía un boicot a las escuelas, huelgas y la destitución de Xi.
En lo que respecta a Shanghái, que estuvo bajo un estricto régimen de confinamiento de dos meses en este año, los residentes informaron esta semana de un encierro repentino en toda la ciudad, con varias escuelas pasando a la modalidad de clases virtuales. Además, al menos 46 edificios residenciales o barrios fueron designados de riesgo medio y uno de riesgo alto, informaron los medios locales. Varios distritos también cerraron lugares de entretenimiento y deportivos, y todos los recién llegados son obligados a hacerse la prueba dentro de las 24 horas, según informaron las autoridades el domingo pasado. Frente a ello, Diana Fu, analista de política china de Brookings Institution, le comentó a la AFP que “el legado de Xi y la legitimidad del partido están ligados al éxito de la campaña de cero covid. Aquella, independientemente del impacto socioeconómico, seguirá siendo exaltada como un triunfo del socialismo chino”, agregó.
Una reunión que define el accionar político de China
El Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, conocido como el Congreso del Partido, es un cónclave que se reúne una vez cada cinco años para nombrar nuevos líderes, discutir cambios en la constitución del partido y diseñar una agenda política para el país. Entre los 2.300 miembros de la agrupación política que son convocados al encuentro, participan altos funcionarios provinciales y oficiales militares, pero también profesionales de todos los sectores, así como agricultores y trabajadores industriales. A ellos también se une la jerarquía del Partido Comunista, que se encuentra entre los partidos políticos más grandes del mundo, con más de 96 millones de miembros.
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El grupo está encargado de designar a los cerca de 200 miembros del Comité Central, una especie de parlamento del partido. A su vez, este órgano elige al Buró Político, el grupo dirigente de 25 miembros, entre ellos Xi Jinping. Ahora bien, el poder en China radica en el Comité Permanente del Buró Político, un grupo de siete o nueve dirigentes (hasta ahora todos hombres), cuya composición se anunciará un día después del fin del congreso, probablemente entre el 23 y el 24 de octubre.
En el marco de este encuentro, la Comisión Militar Central (11 miembros), fundamental porque controla el Ejército chino, también será renovada, así como la Comisión Central de Control Disciplinario, que persigue a los cargos corruptos.
Un congreso diferente
Este encuentro no será como los anteriores. Durante dos décadas, se ha designado un nuevo secretario general cada dos encuentros. Sin embargo, en el del 2017, Xi rompió con dicha tradición, pues no elevó a un sucesor potencial al Comité Permanente. Meses después, se eliminaron los límites del mandato presidencial, permitiéndole continuar hasta un tercer ciclo como jefe de Estado, conservando el control sobre el partido, que es donde reside el poder.
Al respecto, Carl Minzner, miembro principal del Consejo de Relaciones Exteriores, le dijo a The Guardian que la cuestión de si Xi obtendrá un tercer mandato ya es una “certeza absoluta”. “En cambio, [la pregunta] es hasta qué punto se eleva políticamente. ¿Lo elevan a algo más cercano a un papel similar al de Mao en el sistema político de China, por ejemplo, al revivir el puesto de presidente del partido (abandonado desde principios de la década de los 80)?”, agregó.
Entretanto, Xi se aproxima a este nuevo congreso con varias preocupaciones. Si bien en su segundo mandato proclamó la eliminación de la pobreza extrema en China, lanzó intervenciones masivas sobre los excesos de las industrias de tecnología, desarrollo y educación, y tomó el control de Hong Kong, lo cierto es que la economía no pasa por un buen momento, los impactos sociales del Covid-19 provocaron frustración y los ejercicios militares en Taiwán generaron preocupación en ciertos sectores. Sobre ello, Margaret Lewis, profesora de derecho en la Universidad de Seton Hall, en Estados Unidos, le dijo a The Guardian: “Sabemos que Xi Jinping es extremadamente poderoso, pero este año también ha demostrado que tiene vulnerabilidades”.
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Xi Jinping, un “príncipe” del partido
Descendiente de altos funcionarios, Xi Jinping es hijo del veterano revolucionario Xi Zhongxun, uno de los padres fundadores del Partido Comunista y ex viceprimer ministro, hechos que lo llevaron a ser considerado un “príncipe”. Sin embargo, el destino de su familia cambió cuando Mao Tse-Tung, temiendo una rebelión en las filas del partido, ordenó una purga de posibles rivales. Debido a ello, en 1962, su padre fue encarcelado y su vida cambió.
A sus 15 años salió de una escuela a la que asistían los niños de la élite política, dejando a Beijing a un lado para asentarse por seis años en el pueblo nororiental de Liangjiahe, donde realizó trabajos forzados. En contadas veces intentó ser parte del Partido Comunista, mismas ocasiones en las que fue rechazado, hasta que logró entrar a las filas en 1974, comenzando en la provincia de Hebei y luego ocupando puestos cada vez más importantes.
Así, en 1989, a sus 35 años, logró ser jefe del partido en la ciudad de Ningde, en la provincia sureña de Fujian, en la misma época en la que comenzaron las protestas en la plaza Tiananmen, de Beijing, con las que se exigía una mayor libertad política. La provincia estaba lejos de la capital, pero se dice que Xi, junto con otros funcionarios del partido, se esforzaron por contener las ramificaciones locales de las protestas masivas.
La represión frente a dichas expresiones de inconformismo y reclamo, que se estima que dejó cientos de víctimas, incluso miles, le trajo un alto costo político a China, evidenciado, por ejemplo, en que el país perdió la candidatura para albergar los Juegos Olímpicos del 2000. Sin embargo, fue el mismo Xi el encargado de los Juegos Olímpicos de Verano del 2008, en momentos en los que China se estaba perfilando como una potencia en crecimiento. Entretanto, él escaló en las posiciones dentro del partido, alcanzando el Comité Permanente del Politburó, y en 2012 fue elegido presidente.
Con información de AFP
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