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La guía turística Haike Winter, de 56 años, se presentó como voluntaria para ordeñar vacas en un kibutz en el sur de Israel, donde muchos trabajadores tailandeses fueron masacrados o secuestrados por Hamás el 7 de octubre.
“Sentí que debía hacer algo por la gente de aquí, heridos, muertos y rehenes”, explica la mujer mientras fija los tubos de ordeño a las ubres de las vacas en el kibutz (granja colectiva) Nir Oz, a dos kilómetros de la Franja de Gaza.
Su motivación es similar a la de decenas de miles de israelíes que participan en trabajos voluntarios, incluso de un solo día, para reemplazar a los tailandeses o palestinos que realizaban labores agrícolas antes de la matanza.
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Decenas de tailandeses fueron asesinados el 7 de octubre o secuestrados en la Franja de Gaza cuando los comandos de Hamás se infiltraron en las localidades del sur de Israel, dejando 1.200 asesinados, principalmente civiles, según las autoridades israelíes.
Miles de tailandeses que trabajaban en los campos y las granjas regresaron a su país desde la matanza.
Desde entonces, las autoridades israelíes revocaron los permisos de entrada de decenas de miles de palestinos de Cisjordania y la Fraja de Gaza que trabajaban en la agricultura.
Israel prometió “aniquilar” a Hamás y lanzó una campaña de bombardeos que dejaron 12.000 víctimas mortales, dos tercios de ellos mujeres y niños, de acuerdo con el balance de ese movimiento en el poder en Gaza desde 2007.
En el kibutz Nir Oz, unas 30 personas fueron asesinadas y otras 70 de los 400 habitantes de esta pequeña comunidad rural fueron tomadas como rehenes. Entre las víctimas había unos 15 obreros agrícolas tailandeses que trabajaban en la explotación.
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Resurrección de los kibutz
Decenas de voluntarios, de entre 18 y 60 años, son conducidos cada día a la granja bajo escolta militar para ordeñar las vacas. El sitio es una sucesión de casas y edificios calcinados, acribillados a balazos, rastros del ataque del 7 de octubre.
Cartuchos usados y cristales rotos se acumulan en los barrios donde se alojaban los trabajadores tailandeses. El suelo y las paredes de un refugio en el que los habitantes trataron de escapar de los atacantes siguen manchados de sangre.
Las frecuentes alertas de disparos de cohetes procedentes de Gaza y el ruido de las explosiones a menudo ponen a prueba los nervios. Según Winter, una voluntaria tiró la toalla el segundo día.
El ejército no permite el tráfico nocturno por razones de seguridad.
Entre los voluntarios del kibutz se encuentran tanto amas de casa como ingenieros, que duermen en el lugar y ayudan a cuidar a unas 600 vacas lecheras.
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La explotación, gestionada conjuntamente por Nir Oz y otra comunidad fronteriza, perdió un centenar de vacas desde el inicio de la guerra, según Gadi Madmoni, director de operaciones. Muchas murieron a causa de infecciones por no recibir tratamiento durante días.
Para varios voluntarios entrevistados por la AFP, ocuparse de las granjas del sur de Israel, una de las principales zonas agrícolas del país, forma parte de la misión patriótica, aunque la agricultura representa menos del 2 % del PIB israelí.
Según el ministerio de agricultura israelí, el rendimiento lácteo en las regiones fronterizas cercanas a Gaza es actualmente del 60 % de su nivel anterior a la guerra.
Con la “crisis de la mano de obra” que afecta a la agricultura, el ministerio espera también una disminución de la producción de cultivos de invierno.
Para esta región agrícola, “el problema no es de orden económico”, estima Elise Brezis, profesora de economía en la universidad israelí Bar Ilan. El verdadero reto, según ella, es “tener fronteras seguras”, que permitan a los kibutz revivir.
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