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Una de las primeras cosas que Frederik Williem de Klerk hizo cuando llegó al poder en Suráfrica, en agosto de 1989, fue ordenar la liberación de Nelson Mandela, quien llevaba 27 años en prisión. Legalizó los partidos de oposición, propuso la anulación de los actos legislativos que prohibían las relaciones sexuales y el matrimonio entre blancos y no blancos. De Klerk estaba convencido de que el apartheid, la política segregacionista surafricana, estaba llevando al país a un callejón sin salida.
Cuando Mandela salió de prisión, el 11 de febrero de 1990, al primero que le agradeció su libertad fue al presidente De Klerk. En sus primeras declaraciones el líder nacionalista reconoció los esfuerzos del presidente y se unió a su lucha. En 1993 F. W. de Klerk recibió el Premio Nobel de Paz junto con Nelson Mandela. La transición hacia una nueva Suráfrica, sin embargo, no fue del todo pacífica. En 1994 se creó la Comisión de Verdad y Reconciliación para enfrentar más de 30 años de conflicto interno. El Espectador habló con el ex presidente surafricano, quien el próximo 18 de mayo estará en el foro de liderazgo por la paz que organiza este diario en el Club el Nogal.
Mirando un poco hacia atrás, ¿cuáles han sido los éxitos y los fracasos en el proceso para construir una nueva Suráfrica?
En retrospectiva tomaría las mismas decisiones. Tuvimos que hacer lo que hicimos. Volvería a liberar a Mandela y a todos los prisioneros políticos, habilitaría los partidos que eran ilegales, habría de nuevo iniciado el proceso de negociación y aceptado sus resultados, así no todos hubieran sido completamente aceptables.
¿El país encontró el rumbo luego de esa época difícil?
Creo que Suráfrica se dirige en la dirección correcta. Tenemos serios problemas y el gobierno en los últimos 15 años ha fracasado al lidiar con ellos de una manera efectiva. Sin embargo, nuestra economía está encaminada de manera adecuada. Hemos tenido crecimiento sostenido durante 15 años y las políticas económicas y financieras están bien equilibradas. Mis críticas giran en torno a la ineficacia en el manejo del crimen y del problema del VIH/SIDA. También cuestiono la aplicación de las políticas de Acción Afirmativa y del Empoderamiento Económico para la Comunidad Negra, que han beneficiado a unos pocos, pero no a las masas.
¿Cree que ya se logró la reconciliación en su país?
La reconciliación es un proceso continuo. Nunca se puede decir que se está plena y totalmente reconciliado. Sin embargo, la ventaja más importante que tiene Suráfrica no son sus recursos naturales, sino la buena voluntad de la gente. Una gran mayoría de surafricanos quieren que el país sea exitoso. Están preparados para tomarse de las manos y trabajar juntos cruzando las líneas raciales.
Usted tiene una fundación (FW de Klerk) cuyo propósito es fomentar la reconciliación. ¿Qué acciones concretas realizan para lograr ese objetivo?
Me centro en dos aspectos. El primero, promover el diálogo constructivo con el gobierno y la sociedad civil sobre los problemas irresueltos. Qué soluciones podemos colocar sobre la mesa y de cómo podemos promover la reconciliación. El otro foco es la defensa de la Constitución. Nuestra Constitución reúne los valores, principios y políticas que acordamos debían seguirse para asegurar que Suráfrica sería exitosa y que no volveríamos a tener un conflicto interno. Algunos de los elementos de esta Constitución se encuentran amenazados.
Suráfrica acaba de ir a elecciones. ¿Cómo vio el proceso?
Creo que la democracia es más dinámica ahora de lo que fue en 2004 y en 1999. Hubo una división en la alianza que gobierna al país y se fundó un nuevo partido, el Congreso Popular (COPE, por sus siglas en inglés), compuesto por figuras que salieron del Congreso Nacional Africano. Hay un fortalecimiento de los partidos de oposición y se está abonando el terreno para una democracia más saludable y competitiva.
En marzo el gobierno surafricano se negó a darle una visa al Dalai Lama para que asistiera a una conferencia sobre temas de paz que se realizaría en Johannesburgo. ¿Qué pasó?
Fue un episodio lamentable y lo dije en su momento. Creo que el Dalai Lama, una persona galardonada con el Premio Nobel de Paz, debería poder ingresar a nuestro país. Creo que el gobierno de Suráfrica se equivocó al ceder ante la presión de China.
Mientras que operó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación usted asumió una postura crítica hacia ella. ¿Cuáles fueron sus reparos hacia el trabajo hecho por la Comisión?
La Comisión realizó un buen trabajo en muchos aspectos, pero fracasó en ser imparcial. Concentraron demasiadas de sus energías en las transgresiones y los problemas con las anteriores fuerzas de seguridad estatales y no enfrentaron de manera efectiva el otro lado del problema, como la violencia de negros contra negros y el asesinato de algunas personas en el Partido de Liberación Inkatha por parte de miembros del Congreso Nacional Africano. La impresión final fue que la Comisión estaba prejuiciada a un punto que afectó el buen trabajo que han realizado.
¿Qué consejos les daría a los líderes de un país que debe lidiar con la verdad y la reconciliación luego de episodios de violencia masiva, como los que ha vivido Colombia?
En todos los países que han sobrellevado conflictos violentos se presenta el problema de cómo lidiar con transgresiones pasadas. En nuestro caso acordamos una fórmula de amnistía, porque ésta constituye el perdón por los crímenes con motivación política cometidos en el pasado. Así que es necesario tener una fórmula de amnistía, pero mi consejo sería que, de tener algo parecido a una Comisión de Verdad y Reconciliación, que ésta opere de una manera equilibrada y haya plena representación de personas que comprendan las motivaciones de todos los bandos en el conflicto.
¿Cómo sería la Comisión ideal, según usted?
Diría que se organizara algo como una Comisión de Verdad y Reconciliación, pero que pudiera ser el inicio para un proceso que llevara a una corte penal. En nuestro caso hubo juristas presentes durante las declaraciones de quienes aplicaban para la amnistía, así que había personas allí con experiencia legal. El propósito de las indagatorias era determinar, de acuerdo con las experiencias del país, si la persona había cometido crímenes por motivaciones políticas o si los había realizado por su provecho personal. Si la motivación, objetivamente, era política, entonces la persona calificaba para recibir la amnistía. Si fue un crimen cometido para enriquecer o beneficiar a la persona, entonces se determinaba que no hubo motivación política y se le negaba la amnistía.
¿Fue un proceso justo?
Es un proceso doloroso porque nunca me gustó la idea de que se le concediera la libertad a una persona que cometió un asesinato premeditado a sangre fría. Va en contra de mi sentido de justicia, pero eso es lo que significa la amnistía total.
* Historiador de la U. de Los Andes