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Cuando oí al presidente exclamar “¿Y qué?” ante las muertes provocadas por el COVID-19, me dieron ganas de vomitar. Enseguida pensé: “Es un monstruo”. Un hombre sin aquello que mi madre llamaba misericordia. En ese mismo momento recordé la orden del gobernador general de Polonia en enero de 1942, poco antes de la reunión en el Wannsee de Berlín que determinó la aceleración de la Solución Final (ni Bolsonaro ni Eduardo Araujo, su ministro de Asuntos Exteriores, creen en ella), destinada a exterminar a todos los judíos, todos los enemigos del nazismo. El resultado: seis millones de muertos en cámaras de gas, hornos crematorios, fusilamientos y todo lo demás.
Sabemos hoy algunos nombres de aquellos que comandaron la operación. Inolvidables son los de Himmler, Heydrich, Adolf Eichmann y Josef Mengele, el llamado “Doctor Muerte”, por la frialdad con que llevó a cabo las más perversas “investigaciones” en nombre de la “ciencia”.
¿Y qué? Que me vino una irrecusable sensación, que no fue de repulsa ante la frialdad y la indiferencia con los millones de habitantes del Brasil; que no fue de rabia ni de odio. Fue de una tristeza inmensa frente a tal inhumanidad e irrespeto al dolor ajeno, al dolor de una nación. No significamos nada para este señor Bolsonaro. Él siente desprecio, desapego, desinterés, desdén por nosotros, sólo ama a sus cuatro hijos.
Además de todo eso, siente desamor. Me sentí deprimido. No soy nadie, mi familia es nada, mis amigos no son, ningún brasileño tiene significado, ningún ser humano tiene derecho a la vida. A nuestro presidente no le importan un bledo nuestras existencias. Ni las de aquellos que votaron por él. Porque si las muertes siguen en esta progresión, ¿dónde van a parar? Si es que lo hacen.
(Puede leer también: "¿Qué quieren que haga?", responde Bolsonaro a subida de muertes por COVID-19)
¿Y qué? Expresión tan sórdida me provocó asco. En el mismo momento tuve un recuerdo, una memoria afectiva (afectiva no es el término adecuado aquí) que me afligió. Una reacción igual de malestar la sentí en 1987, cuando en Berlín, como uno de los invitados de la institución cultural DAAD [Servicio alemán de intercambio académico] con motivo de los 750 años de la ciudad, decidí recorrer una exposición llamada “Topografía del Terror”. En un determinado espacio estaban algunos edificios que recordaban la zona del terror nazi: la Gestapo, las SS, la Dirección de Seguridad del III Reich. Un espacio relativamente pequeño (hoy un memorial) donde se reunía la mortífera concentración de poder y terror del nazismo, la Prinz–Albrecht–Straße (hoy Niederkirchenstraße), la Wilhelmstraße y la Anhalterstraße. De allí emanaban las órdenes de muerte, horror, torturas, prisiones, asesinatos, un lugar que haría las delicias del famoso coronel Ustra [conocido torturador de la dictadura militar brasileña en los 70], ídolo de Bolsonaro. De allí salían las órdenes que llevaron a la muerte en campos de concentración de millones y millones de judíos, gitanos, homosexuales, comunistas y enemigos políticos. Este horror es conocido.
Había también un edificio, en el # 4 del Tiergarten, donde se procedía a cumplir el Proyecto T4 para la eutanasia, o sea, la eliminación de locos, deficientes físicos, seres inútiles, tuberculosos, nada convenientes a la raza aria. Como los ancianos hoy, aquí. Quien haya estudiado Historia recordará a Hans Frank y su célebre frase. En la reunión celebrada el mes de enero de 1942 en una villa del Wannsee, un ameno lago de la periferia de Berlín, Frank remarcó: “Señores, debo pedirles que se armen contra cualquier sentimiento de compasión”. Había entonces en Polonia 3,5 millones de judíos. Frank dijo: “No podemos fusilar ni envenenar a esos 3,5 millones, pero debemos ser capaces de tomar medidas que de alguna manera conduzcan a un éxito del exterminio”.
Así, la muerte de seis millones de personas fue ejecutada sin compasión. En este momento, en el Brasil, mientras unas huestes humanas (miles y miles de médicos, enfermeros y voluntarios) luchan arriesgando sus propias vidas para defender la vida, el presidente condena el confinamiento y dice “¿Y qué?” ¿Es humano este hombre? ¿Es esto un hombre?, como preguntó Primo Levi en uno de sus libros más lancinantes. ¿Y qué? Que ni yo ni más de 210 millones de brasileños queremos morir del COVID-19. Si sobrevivimos nos vamos a acordar siempre de ti, Bolsonaro, como el “Presidente Muerte”.
(Traducción al español de Ricardo Bada)
* Texto aparecido originalmente en el periódico O Estado de Sao Paulo, el 30 de abril de 2020. Se publica bajo autorización expresa del autor.
¿Quién es Ignácio de Loyola Brandão?
Luego de aceptar que su texto sobre Bolsonaro fuera publicado en Colombia por El Espectador, el novelista Ignácio de Loyola Brandão se presentó: “¿Quién soy? Nacido en Araraquara, estado de São Paulo, en 1936. Periodista, escritor. Publiqué 46 libros entre novelas, cuentos, crónicas juveniles, de viajes. Miembro de la Academia Brasilera de Letras”.Habría que complementar esta escueta presentación al menos con algunas de sus obras de mayor relevancia. En particular, “Zero” (Cero), una historia de Brasil bajo la represión de la dictadura militar, libro que debió ser publicado primero en Italia y fue censurado por años en su país. De 1981 es Não verás país algum (No verás ningún país), novela futurista que también muestra a su país pero a varias décadas visto.
El traductor de este texto, el escritor y periodista español Ricardo Bada, lo presenta sencillamente como “el novelista vivo más grande del Brasil”.
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.