Mensaje del papa Francisco: hay que buscar lo que nos une y no lo que nos separa
Fragmento del libro “El pastor. Desafíos, razones y reflexiones de Francisco sobre su pontificado”, a propósito de la Semana Santa. En Colombia bajo el sello Ediciones B.
Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin * / Especial para El Espectador
El fenómeno de la polarización política es hoy una realidad en muchos países. Las posiciones se vuelven irreductibles. Como el agua y el aceite, unos y otros no se unen nunca…
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El fenómeno de la polarización política es hoy una realidad en muchos países. Las posiciones se vuelven irreductibles. Como el agua y el aceite, unos y otros no se unen nunca…
—Pero no somos agua y aceite, somos hermanos. Entonces debemos salir de la categoría del agua y del aceite e ir hacia la fraternidad. Esto es, justamente, lo que en todo conflicto cuesta reconocer: la vocación fraternal de las personas Cuando la ignoramos empiezan las divisiones. En todas partes es así. Una cosa es la campaña política donde se echa mano de todo, o casi todo, para ganar una elección. Otra cosa es la vida cotidiana de un país que debe ser fraterna y en la que todos buscan el bien común. Cuando únicamente se procura el interés propio, se resquebraja el bien común. Entonces, sufre el partido político y sufre el país. En fin, hay que buscar lo que nos une y no lo que nos separa. A veces los medios de comunicación subrayan mucho lo que nos separa y no lo que nos une. Creo que si acordaran dar más espacio a destacar lo que nos une, eso nos haría mucho bien a todos.
—Durante su pontificado usted llamó reiteradamente a la responsabilidad de los medios de comunicación con términos muy elocuentes que en su país algunos tomaron como un ataque a la prensa…
—Jamás le hice una acusación al periodismo porque lo considero un noble oficio. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad muy grande. Poseen la capacidad de formar opinión, buena o mala. En sí mismos son positivos. Son para pensar, intercambiar, fraternizar, educar. Son constructores y pueden hacer un bien inmenso. Pero los periodistas también están expuestos a tentaciones como lo están los sacerdotes, los médicos, los abogados, como lo estamos todos. Todos somos pecadores. Lo que dije es algo que, en realidad, ya había dicho hace más de veinte años, al disertar en una institución que congrega a los diarios de mi país. En esa ocasión, señalé las cuatro tentaciones que a mi criterio acechan al periodismo: la calumnia, la difamación, la desinformación y la coprofilia. Hoy respecto de mi país sumaría un anhelo: que vuelen alto.
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—Los jóvenes parecen ser los más esquivos a lo religioso. En todo caso, se vuelcan en algún grado cuando ya son adultos, sobre todo si recibieron una formación religiosa en su hogar…
—No estoy tan de acuerdo con que son menos religiosos. Cuando nos ponemos a hablar con un joven este nos suele dar clase de lo que siente y descubrimos que tiene sed de autenticidad. Evidentemente, si el ministro religioso no es auténtico, no va a convocar a un joven. Ellos están en crisis con el hecho religioso, sí, porque buscan autenticidad, buscan que lo religioso sea servicio a los demás. Pero al hecho religioso lo tienen incorporado. La cuestión es despertarlo con el diálogo o hacérselo explicitar a ellos. Porque, insisto, lo tienen. Eso sí: debemos plantearnos cómo hablarles y cómo escucharlos. Que no van a misa los domingos… ¡chocolate por la noticia! Pero pidámosles que vayan a pintar una iglesia o una escuela de un lugar pobre y acudirán muchos que se sentirán felices de estar haciendo algo por los demás.
—Están entonces aquí las religiones ante un desafío relevante porque no hace falta decir que son el futuro, los que deben tomar la antorcha de la fe y a su vez pasársela a las nuevas generaciones…
—Cuidado con eso. En la Jornada Mundial de la Juventud que se realizó en Panamá les dije a los jóvenes que no son el futuro, sino el ahora de Dios. Porque existe una creencia errónea de que su misión, su vocación, hasta su vida es una promesa tan solo para el futuro y nada tiene que ver con el presente. Como si ser joven fuese sinónimo de sala de espera. Pero tenemos que esforzarnos en propiciar espacios para soñar, involucrarse y trabajar el mañana desde hoy, juntos. Claro que aquí hay una deuda social muy grande, propia de la cultura del descarte. Una cultura que descarta a los jóvenes porque no hay fuentes de trabajo y no se buscan alternativas ante los cambios tecnológicos. Pero también una cultura que descarta a los ancianos debido a una jubilación miserable y a dificultades de acceso a los medicamentos que los condena a una eutanasia escondida. O simplemente se menosprecia su acompañamiento a los nietos, se los deja arrumbados y no se aprovecha su experiencia. Por eso, instituí en 2021 la Jornada Mundial de los Abuelos y Adultos Mayores.
—En cambio, los adultos mayores son los que más manifiestan su religiosidad. Esto forma parte de las diferencias entre las etapas de la vida, pero que se ahondaron por los vertiginosos cambios.
—No obstante, los une el descarte. Por eso, creo que es el momento de hacer un diálogo entre los jóvenes y los adultos mayores. Los adultos mayores cuando hablan con los jóvenes empiezan a sentir cosas nuevas que tienen adentro y sueñan como viejos soñadores. Y los jóvenes cuando los escuchan se sienten más comprendidos que cuando oyen a sus padres. Si les decimos que vayan a tocar la guitarra a un asilo de ancianos lo harán y después se dará un diálogo y no querrán irse porque se enfrentarán a un lenguaje sapiencial al cual no están acostumbrados porque los padres están ocupados o les falta experiencia de vida. Saldrán con ganas de hacer algo que los adultos mayores les sembrarán con sus sueños. Ya leemos en Joel (3:1) que los ancianos tendrán sueños y los jóvenes, profecías. El desafío es generar el diálogo entre dos descartados.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Francesca Ambrogetti nació en Roma. Es periodista y psicóloga social. Colabora con diversos medios internacionales, entre ellos Radio Vaticana. Sergio Rubín, durante los últimos cuarenta a años cubrió más de una decena de viajes de Juan Pablo I, la elección de Benedicto XVI y de Francisco, y también varias giras de este último.