La diáspora venezolana se organiza en América latina y el Caribe
Dos estudios señalan que las mujeres migrantes tienen un rol protagónico en la creación y conducción de organizaciones sociales para coordinar a los migrantes en los países de acogida.
Txomin Las Heras Leizaola
El fenómeno migratorio venezolano, producto de la crisis humanitaria compleja que vive el país, no solo ha alcanzado cifras millonarias (5.636.986 según la plataforma www.r4v.info/), sino que ha tenido también un impacto global. Si bien existen algunos antecedentes migratorios de menor importancia, los venezolanos comenzaron a salir de manera masiva al exterior a partir de 2017 y, en una altísima proporción, hacia América Latina y el Caribe, especialmente a los países del cinturón andino (Colombia, Ecuador, Perú y Chile).
Una de las características de la migración venezolana que a menudo se olvida es que Venezuela carecía de tradición migratoria hacia el exterior, a diferencia de su tradicional peculiaridad como país de acogida para distintos flujos migratorios latinoamericanos, caribeños y europeos durante el siglo XX y comienzos del siglo XXI. Esta circunstancia ha hecho que los migrantes venezolanos hayan tenido que emprender prácticamente desde cero una curva de aprendizaje colectivo a este respecto, a diferencia de otros países latinoamericanos como Colombia, Ecuador y Perú, así como otras naciones centroamericanas y del Caribe que, desde hace décadas, han visto como sus nacionales buscaban un mejor futuro allende sus fronteras.
Este aprendizaje migratorio incluye un aspecto de vital importancia para cualquier grupo humano en situación de vulnerabilidad, o que al menos se encuentre en condiciones desfavorables respecto al promedio de la sociedad, y es la posibilidad de organizarse. Asociarse en la búsqueda de protección, de visibilidad, de vocería, de ayuda mutua, de interlocución con el Estado y otros sectores sociales, así como para la defensa de los derechos que los asisten. Y, si tomamos en cuenta que el fenómeno migratorio venezolano es tan reciente y se ha producido de manera arrolladora, podemos suponer que sus iniciativas organizativas están aún en sus primeras fases de desarrollo y en pleno proceso de maduración.
Dos importantes estudios han comenzado a escudriñar la forma cómo la diáspora venezolana ha comenzado a organizarse en América Latina y el Caribe. Por un lado, el Observatorio Venezolano de Migración (OVM), de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), de Caracas, editó en marzo de 2021 Mapeo de organizaciones y asociaciones de migrantes venezolanos en América Latina, bajo la autoría de Anitza Freitez y Constanza Armas, mientras que la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), hizo lo propio también en 2021 con Organizaciones de personas migrantes y refugiadas venezolanas en América Latina y el Caribe, con la firma de Julio Croci y Adriana Alfonso.
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Ambas investigaciones han coincidido en algunos de sus hallazgos. Por ejemplo, en el papel protagónico que tienen las mujeres, hecho que puede explicarse no sólo en el número equiparable de mujeres y hombres venezolanos que han emprendido nuevas vidas lejos del país, sino en el importante rol que las mujeres ya venían desempeñando en organizaciones sociales en Venezuela.
El sesgo de género, sin embargo, viene marcado por la circunstancia de que a pesar de que las organizaciones están constituidas de manera mayoritaria por ellas, las directivas están integradas de manera paritaria. También se aprecia en la ausencia de programas dirigidos a atender especialmente las problemáticas del sexo femenino, según se afirma en el estudio del OVM. La OIM, por su parte, constata para interpretar la masiva participación de mujeres que algunas formas asociativas que existían en Venezuela antes de la crisis actual se replicaron en diversos países receptores de migrantes y refugiados venezolanos.
Otro dato resaltante es la juventud de sus miembros y directivos, lo que va en línea con la altísima proporción de migrantes en edad productiva, entre los 16 y los 48 años. De acuerdo con el OVM, las asociaciones venezolanas en el exterior están constituidas en alta medida por jóvenes con algún tipo de estatus de residencia permanente y alto perfil educativo, la mayoría con nivel universitario (80 por ciento) e, incluso, postgrados.
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Sorprende igualmente que una importante parte de las organizaciones estudiadas esté legalmente constituida en los países de acogida. La OIM destaca esta circunstancia tomando en cuenta el poco tiempo que estás asociaciones tienen de formadas, mientras que el OVM, que calcula en 73 % el porcentaje de las asociaciones debidamente formalizadas, lo califica como un hecho sumamente positivo pues les permite actuar con un mayor nivel de eficiencia y representatividad, especialmente en sus relaciones con el Estado, así como a la hora de conseguir fuentes de financiamiento para sus actividades.
Aunque hay gran variedad de asociaciones con intereses diversos, las investigaciones de la OIM y del OVM concuerdan en que la gran mayoría ha centrado su atención en la ayuda humanitaria, que contempla temas como provisión de alimentos, medicinas y productos de higiene personal, ayuda médica y psicológica, así como asesoramiento legal y orientación para los recién llegados. Esta prioridad se entiende por las necesidades básicas que los migrantes, cada vez más pobres, deben cubrir.
Reconforta que los migrantes venezolanos hayan buscado en la asociatividad un camino para canalizar sus anhelos de integración y progreso en los países de acogida y resulta igualmente gratificante que la academia y la cooperación internacional muestren día a día mayor interés en comprender la crisis migratoria venezolana y las vías para que los hombres y mujeres, niños y niñas venezolanos, rehagan sus vidas.
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*Txomin Las Heras Leizaola es investigador del proyecto “Esto no es una frontera, esto es un río” del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario en colaboración con Diálogo Ciudadano y con el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer.
El fenómeno migratorio venezolano, producto de la crisis humanitaria compleja que vive el país, no solo ha alcanzado cifras millonarias (5.636.986 según la plataforma www.r4v.info/), sino que ha tenido también un impacto global. Si bien existen algunos antecedentes migratorios de menor importancia, los venezolanos comenzaron a salir de manera masiva al exterior a partir de 2017 y, en una altísima proporción, hacia América Latina y el Caribe, especialmente a los países del cinturón andino (Colombia, Ecuador, Perú y Chile).
Una de las características de la migración venezolana que a menudo se olvida es que Venezuela carecía de tradición migratoria hacia el exterior, a diferencia de su tradicional peculiaridad como país de acogida para distintos flujos migratorios latinoamericanos, caribeños y europeos durante el siglo XX y comienzos del siglo XXI. Esta circunstancia ha hecho que los migrantes venezolanos hayan tenido que emprender prácticamente desde cero una curva de aprendizaje colectivo a este respecto, a diferencia de otros países latinoamericanos como Colombia, Ecuador y Perú, así como otras naciones centroamericanas y del Caribe que, desde hace décadas, han visto como sus nacionales buscaban un mejor futuro allende sus fronteras.
Este aprendizaje migratorio incluye un aspecto de vital importancia para cualquier grupo humano en situación de vulnerabilidad, o que al menos se encuentre en condiciones desfavorables respecto al promedio de la sociedad, y es la posibilidad de organizarse. Asociarse en la búsqueda de protección, de visibilidad, de vocería, de ayuda mutua, de interlocución con el Estado y otros sectores sociales, así como para la defensa de los derechos que los asisten. Y, si tomamos en cuenta que el fenómeno migratorio venezolano es tan reciente y se ha producido de manera arrolladora, podemos suponer que sus iniciativas organizativas están aún en sus primeras fases de desarrollo y en pleno proceso de maduración.
Dos importantes estudios han comenzado a escudriñar la forma cómo la diáspora venezolana ha comenzado a organizarse en América Latina y el Caribe. Por un lado, el Observatorio Venezolano de Migración (OVM), de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), de Caracas, editó en marzo de 2021 Mapeo de organizaciones y asociaciones de migrantes venezolanos en América Latina, bajo la autoría de Anitza Freitez y Constanza Armas, mientras que la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), hizo lo propio también en 2021 con Organizaciones de personas migrantes y refugiadas venezolanas en América Latina y el Caribe, con la firma de Julio Croci y Adriana Alfonso.
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El sesgo de género, sin embargo, viene marcado por la circunstancia de que a pesar de que las organizaciones están constituidas de manera mayoritaria por ellas, las directivas están integradas de manera paritaria. También se aprecia en la ausencia de programas dirigidos a atender especialmente las problemáticas del sexo femenino, según se afirma en el estudio del OVM. La OIM, por su parte, constata para interpretar la masiva participación de mujeres que algunas formas asociativas que existían en Venezuela antes de la crisis actual se replicaron en diversos países receptores de migrantes y refugiados venezolanos.
Otro dato resaltante es la juventud de sus miembros y directivos, lo que va en línea con la altísima proporción de migrantes en edad productiva, entre los 16 y los 48 años. De acuerdo con el OVM, las asociaciones venezolanas en el exterior están constituidas en alta medida por jóvenes con algún tipo de estatus de residencia permanente y alto perfil educativo, la mayoría con nivel universitario (80 por ciento) e, incluso, postgrados.
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Aunque hay gran variedad de asociaciones con intereses diversos, las investigaciones de la OIM y del OVM concuerdan en que la gran mayoría ha centrado su atención en la ayuda humanitaria, que contempla temas como provisión de alimentos, medicinas y productos de higiene personal, ayuda médica y psicológica, así como asesoramiento legal y orientación para los recién llegados. Esta prioridad se entiende por las necesidades básicas que los migrantes, cada vez más pobres, deben cubrir.
Reconforta que los migrantes venezolanos hayan buscado en la asociatividad un camino para canalizar sus anhelos de integración y progreso en los países de acogida y resulta igualmente gratificante que la academia y la cooperación internacional muestren día a día mayor interés en comprender la crisis migratoria venezolana y las vías para que los hombres y mujeres, niños y niñas venezolanos, rehagan sus vidas.
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*Txomin Las Heras Leizaola es investigador del proyecto “Esto no es una frontera, esto es un río” del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario en colaboración con Diálogo Ciudadano y con el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer.